Una batalla que ganamos

Una batalla que ganamos

Por Paula Bertol
Hace ya cuarenta años que la necesidad de tomar conciencia frente al vicio de fumar llevó a la Organización Mundial de la Salud a establecer el 31 de mayo como el Día Mundial sin Tabaco. Fue un primer intento de toma de conciencia acerca de una problemática universal.
Para cualquier persona menor de treinta años, resulta increíble imaginar un país en el que la gente fumaba en los colectivos, en las oficinas y en casi cualquier ámbito público o privado.
Todo esto comenzó a cambiar entre los años 2005 y 2006, cuando las provincias de Tucumán, San Juan, Córdoba y Santa Fe impulsaron diversas legislaciones que prohibían el consumo de tabaco en lugares públicos cerrados. Ese cambio cultural tuvo un momento bisagra: la sanción, por amplia mayoría en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, de la Ley de Control del Tabaco.
La norma, que desde 2005 transformó los espacios cerrados en ambientes libres de humo, se extendió a distintas jurisdicciones y se convirtió en un emblema en favor del aire puro. Fue un gran avance en materia de salud pública y tuvo una repercusión impensable. A 12 años de la sanción, el consumo de tabaco ha disminuido en un 9% y se estima que más de un millón de personas ha dejado de fumar, motivo por el cual el Banco Mundial reconoció a la Argentina como uno de los países en los que más disminuyó el tabaquismo en América Latina.
Parece algo sencillo, pero no lo es. Esta regulación rompió un paradigma: hablamos de un cambio cultural que superó las resistencias de una industria que -acorralada por el consenso- todavía se mete en algunos boliches donde están los adolescentes, en numerosos escenarios teatrales o en películas como ‘El Clan’, donde todos los personajes están rodeados por personas que encienden sus cigarrillos una y otra vez, obsesivamente.
Estamos dejando atrás una pandemia mundial como el tabaquismo. Ello es posible gracias a un esfuerzo mancomunado de la sociedad, que aceptó y tomó conciencia de los daños que provoca fumar y de la protección que necesitaban los fumadores pasivos.
Sólo en nuestro país mueren más de 40.000 personas al año -entre fumadores activos y pasivos- y se gastan alrededor de $ 33 millones para afrontar los problemas de salud que origina el tabaco.
Romper con esta adicción destructiva tiene mucho más valor en países donde el cigarrillo siempre ha sido muy popular, cotidiano y socialmente aceptado como el fútbol del domingo o el mate. Sin embargo, las ganas de tener una calidad de vida mejor pudieron más y comenzamos a caminar en la dirección correcta. La prohibición de la publicidad de cigarrillos en la vía pública, la cobertura del tratamiento gratuito para toda la población y las imágenes de los peligros del tabaco incorporadas en los paquetes -algo impensado poco tiempo atrás- son una realidad que nos invita a seguir transitando este camino.
Vale la pena celebrar entonces la aplicación de la norma y la ruptura del paradigma que logramos entre todos, así como la capacidad para reconocer y actuar sobre un problema para mejorar nuestra calidad de vida. La lucha con tra el tabaquismo será larga, pero vamos ganando la batalla.
EL CRONISTA