Un caballo blanco, el pasto y el invierno

Un caballo blanco, el pasto y el invierno

Por Felipe Bruzzone

invierno no se limpian mucho las piletas. Y en algunas de las pocas que hay para limpiar uno hasta puede simular un poco, hacer que limpia, y solo acercarse a ellas para dedicarse a evaluar si la pileta va a aguantar una semana más así como está, sin tocarla, o no. En esta época nadie mira mucho para ese lado donde está la pileta, y los que miran no van a detenerse en los detalles, como pasa en verano, que hasta olvidarse una lombriz ahogada en el fondo, o un pelo que flota, puede ser causal de entredichos, incluso despido.
Así que hoy estaba en eso, silbaba tranquilo mientras pasaba el sacahojas, sólo por pasarlo, por puro afán coreográfico, cuando apareció el caballo blanco. No sabía que mi clienta alemana tenía uno, ni que le interesaba la equitación. Es militante mascotista. Concurre a marchas en defensa de mascotas maltratadas y tiene algunos amigos rescatistas de animales. Uno de ellos, otro cliente. No sé si la relación entre ellos va más allá de la militancia pro animales domésticos, pero si sé que este otro cliente, de los tres vehículos en los que consiste su parque automotor hogareño, destina uno (un utilitario siempre regado de olor a perro) a rescatar animales de la calle.
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El caballo pastaba tranquilo. El césped de algunos jardines, después de las lluvias, y de estos días de incipiente calor que empieza a haber entre las once de la mañana y las cinco de la tarde, y alentado por el ánimo simulador de algunos jardineros que también aprovechan esta época para pasar, mirar el jardín, fumar un cigarrillo e irse, creció bastante. Hasta se ven yuyos indómitos y extraños, de esos que sólo crecen con el frío. Con lo que el caballo tiene bastante alimento, a pesar de la época, y ahí estaba, blanco y peludo, todo su cuerpo concentrado en masticar. Pensé que podíamos entablar conversación. Que podía contarme de dónde había salido, cuando mi clienta alemana se acerca.

-¿Te molesta? Lo ato.
-No hace falta. Come pasto, nada más.
Entonces ella me explica que ahora que lo tiene piensa usarlo como máquina de cortar pasto.
-Así me ahorro el jardinero -dice.
La historia del caballo, contada por mi clienta, es épica. Es un caballo blanco, al fin y al cabo. Abandonado (o mal vendido) por sus dueños primitivos luego de una lesión, pasó a formar parte del staff de caballos de acarreo de un botellero de la zona. Ella lo veía ir y venir, así lastimado, y sufría. “Sufría más que el pobre animal”, dice. Hasta que un día se decidió, paró al botellero en la calle y le cambió tres heladeras viejas y un lavarropas que había que arreglar por el caballo.

-¿Para qué guardaba tres heladeras? -pregunto.
-Para rescatar a este caballo -dice, solemne, y lo mira.
No sé cuál sería la historia contada por el caballo, ni entiendo cómo es que no lo rescató mi cliente rescatista, en vez de mi clienta mascotista. Quizá ellos estén en una nueva etapa de su relación, más apegados, más en lo mismo. Cuando me voy, sin embargo, recuerdo las palabras “así me ahorro el jardinero” y me pregunto si habrá algún animal que pueda reemplazar al piletero.
LA NACIÓN