João Havelange: el presidente de la FIFA que convirtió el fútbol en negocio

João Havelange: el presidente de la FIFA que convirtió el fútbol en negocio

Por Sebastián Fest

Se llamaba Jean-Marie Faustin Goedefroid de Havelange, pero el mundo lo conoció como “João”, el hombre que convirtió al fútbol en la madre de todos los negocios y también de todas las corrupciones.
Enfermo y sin exposición pública desde hacía meses, Havelange murió sin embargo a los 100 años en un momento único, con toda la prensa internacional especializada en Deportes concentrada en Río de Janeiro, la ciudad que lo vio nacer. Fue, por última vez, el centro de atención. Antes lo había sido durante sus 24 años como presidente de la FIFA.
Que miles de periodistas estén en Río se debe en parte a la que fue la última demostración de poder del brasileño, la decisión de qué ciudad se quedaría con la sede de los Juegos Olímpicos de 2016.
Horas antes de la votación celebrada el 2 de octubre de 2009 en Copenhague, Havelange habló ante todos los miembros del Comité Olímpico Internacional (COI) y demostró ser más astuto que el rey de los astutos, Juan Antonio Samaranch.
El español les había dicho con claridad a sus colegas que no le quedaba mucho tiempo de vida y que les pedía “un último favor”, elegir Madrid como sede. Un rato después Havelange invitó a todos a su centésimo cumpleaños en Río en caso de que la ciudad ganara la elección.
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Y fue así: entre un funeral en Barcelona y un cumpleaños en Copacabana, los miembros del COI se decidieron por abrumadora mayoría por la fiesta carioca. No habría sin embargo fiesta el 8 de mayo, cuando el brasileño cumplió 100 años. Su salud estaba ya quebrada. Carambola del destino, los miembros del COI se encontraron finalmente con que João, ex miembro del organismo, los engañó: tendrán que ir a un funeral.
Cuatro años después de aquel éxito de Copenhague, Havelange debió renunciar a la presidencia honoraria de la FIFA porque el comité de ética del organismo consideró probado que cobró sobornos de ISL, una licenciataria que comercializaba los derechos de televisación del Mundial. Fue el escándalo que arrastró también a Nicolás Leoz, presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), y que en otras ramificaciones terminaría arrasando a la vieja dirigencia de la FIFA.
Excepto a Julio Grondona, que murió meses antes de que todo estallara. Cuando Grondona llegó a la FIFA en 1979, Havelange gobernaba ya desde hacía cinco años con mano de hierro en Zurich. Grondona se convirtió rápidamente en pieza clave de una FIFA en la que terminaría siendo el número dos y una especie de “5”: en vez de juego, distribuía poder. También quitaba, claro.
Havelange expresó públicamente su alivio ante el golpe de estado del 24 de marzo de 1976 y puso mucho esfuerzo personal en el Mundial de Argentina, en el que ya comenzó a verse por dónde iría la cosa: de 16 equipos se pasó a 24 en España 1982. Joseph Blatter llevaría la cifra a 32, y el nuevo presidente de la FIFA, Gianni Infantino, promete 40.
Jugador de waterpolo en su juventud, nadador olímpico en los Juegos de Berlín 36, cuando Havelange clavaba la miraba, la inquietud se metía por todos los poros. El mundo de la alta dirigencia deportiva no conoció ninguna mirada tan sombría y tenebrosa como la suya.
Mirada que probablemente contribuyera a su éxito en la decisión de convertir a la FIFA en una máquina de hacer dinero, en estrecha alianza con Horst Dassler, el patriarca de Adidas y fuente inagotable de corrupción en el deporte.
Blatter potenciaría el método luego, pero el que “descubrió” Africa como granero de votos y fuente de poder fue Havelange, que se encontró con una FIFA pequeña y casi amateur en la apacible Zurich y terminó mandando al frente de una multinacional.
Campeonato de fútbol femenino, Mundiales Sub 20, torneos entre Confederaciones, Mundial de Clubes… Todo salió de la usina havelangiana, potenciada desde que Blatter se convirtió en su fiel secretario general, en mano ejecutora de todos sus planes. Hasta que Blatter se distanció de Havelange, y también Grondona. Ambos, en el momento justo.
La frase la publicó la revista “El Gráfico” hace décadas, y es una perfecta síntesis de lo que pretendía y logró Havelange, hijo de un traficante de armas belga: “Yo vendo un producto llamado fútbol”.
Y, como le sucede a muchos hombres dueños de un poder absoluto durante demasiado tiempo, a Havelange le costó desprenderse de él. Vivió el Mundial de 2014 recluido y sin exposición pública, cuando años antes hubiese estado en el centro de la escena y aclamado por la sociedad brasileña. Cuando respondía a consultas de la prensa, utilizaba hoja con membrete y logo de la FIFA. “El presidente de honor”, decía el encabezado en francés.
Una forma de olvidar que no era presidente de honor ya, que lo habían obligado a renunciar. Sólo le quedaba un mínimo consuelo. Construido para los Juegos Panamericanos de 2007, el estadio “Engenhao” es sede de los partidos del Botafogo y hoy, durante los Juegos Olímpicos, del atletismo.
Usain Bolt ganó allí el oro en los 100 metros el domingo y buscará dos más esta semana. Desde hace unos meses, los responsables de Río 2016 se empeñan en hablar de “Estadio Nilton Santos”. Pero en un rincón de ese estadio hay una placa de bronce que remite al origen de todo, a la inevitabilidad de un poder que fue muy grande: “Estadio Olímpico João Havelange”.
LA NACION