A un siglo de El ruiseñor de Stravinski

A un siglo de El ruiseñor de Stravinski

Por Pola Suárez Urtubey
La primera ópera que Buenos Aires conoció de Igor Stravinski fue El ruiseñor, de cuyo estreno en París se cumple un siglo en el próximo mes de mayo, pero que nuestro medio aplaudió solo trece años después, el 28 de junio de 1927. En la Cronología de las óperas en Buenos Aires, de Alfredo Fiorda Kelly (un librito imperdible de 1934 que reúne la cronología de las óperas ofrecidas en nuestra ciudad a partir de 1825 y hasta 1933), encontramos por vez primera el nombre de Stravinski ligado al género de la ópera, justamente a través de El ruiseñor, que entre nosotros dirigió en el Colón Ferruccio Calusio con Toti dal Monte como protagonista. La obra se repitió en la misma sala en las temporadas de 1949, 1950 y 2006.
En realidad, el contacto del compositor ruso con el cuento de Hans Christian Andersen se remonta a varios años antes de su estreno en 1914 en la Ópera de París. Ya entre 1907 y 1908, Stravinski compuso el primero de los tres actos. Es decir, antes del triunfo del autor en la capital francesa, en 1910, con El pájaro de fuego. Los dos actos restantes en cambio son posteriores en su concepción a los estrenos parisinos de Petrushka y La consagración de la primavera (1911 y 1913). Esta circunstancia explica que la obra refleje cambios estilísticos, ya que entre el primero y los actos restantes se produce una acentuada transformación dentro del estilo del compositor.
El primer acto, que trascurre en un paisaje nocturno al borde del mar, gira en torno de un pescador, quien escucha al ruiseñor que todas las noches lo alegra con su canto, hasta que el pájaro es invitado a cantar delante del emperador de China. En el segundo acto, el emperador, que está encantado con el canto del pájaro, recibe la visita de tres emisarios del emperador de Japón, quienes ofrecen como regalo al soberano un ruiseñor mecánico. Pero cuando aquel quiere comparar el canto de uno y otro, el pájaro verdadero ha desaparecido, con lo que el emperador lo condena a un destierro a perpetuidad. En el acto tercero el emperador se enferma y la muerte lo acompaña, hasta que el retorno del ruiseñor verdadero le devuelve la salud y la alegría de vivir. El pescador invita a escuchar el canto de los pájaros: es el espíritu del cielo el que canta por sus voces.
Naturalmente la distancia entre el primero y los dos actos siguientes se hace sentir. En aquel se advierte la familiaridad del joven compositor con la música de Debussy y de Mussorgsky, así como con la de Rimski-Korsakov y Chaikovski. Sin embargo, en los dos últimos actos logra el autor mantener una apreciable unidad, sobre todo por la presencia en ellos de la canción del pescador y por la habilidad de Stravinski para oponer la alegría del canto del pájaro con el carácter mecánico y arcaico del artificial.
En 1917, tres años después del estreno de El ruiseñor, el músico creó un poema sinfónico sobre la base de tres extractos de su ópera y le dio el título de El canto del ruiseñor, dado a conocer por Ernest Ansermet en Ginebra, en 1919. A falta de la ópera, no estaría mal que nos regalaran la audición de este último en algún concierto sinfónico local.
LA NACION

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