¿Todo es predecible? Cómo operan las leyes de regularidad

¿Todo es predecible? Cómo operan las leyes de regularidad

Por Sebastián Ríos
En el primer tomo de La Fundación , la saga de ciencia ficción compuesta por dieciséis libros que escribió Isaac Asimov, el científico Hari Seldon sienta las bases de la “psico-historia”, una nueva disciplina. En la Universidad de Streeling, en el planeta Trantor, Seldon postula una serie de ecuaciones que le permiten predecir el futuro y anticipar la decadencia del imperio intergaláctico. La saga de Asimov fue muy influyente en académicos de renombre: Paul Krugman, el premio Nobel e intelectual favorito de los demócratas en los Estados Unidos, suele contar que decidió estudiar economía gracias a su fascinación con el héroe de La Fundación .
Como la realidad suele superar a la ficción, en la actualidad hay equipos multidisciplinarios formados por físicos, matemáticos, economistas y antropólogos, entre otras ciencias, que buscan regularidades numéricas en fenómenos tan “humanos” como las guerras, la formación de ciudades, las visitas a las páginas web y hasta el llanto de los bebes. Son estudios de bajo perfil, porque los físicos, por lo general, escapan a los medios masivos. Los más audaces afirman, como Hari Seldon, que estas investigaciones podrán tener en algún momento carácter predictivo. Otros, más cautos, se conforman con aportar elementos para mejorar las políticas públicas y coordinar intervenciones de los gobiernos.
“Hacer pronósticos con estas metodologías, por un tiempo, requerirá algo de fe”, cuenta a la nacion, con ironía inglesa, el economista Michael Spagat, profesor del Royal Holloway College de Londres. Spagat forma parte de un equipo internacional de académicos que descubrió un patrón sorprendente: tanto en timing como en tamaño, los conflictos de tipo “David contra Goliat” (asimétricos, donde una parte es mucho más poderosa que la otra) comparten una regularidad matemática común. Tanto en guerras civiles de África como en ataques terroristas en Iraq o Afganistán, en las protestas civiles en Brasil y hasta en la progresión del llanto de los bebes, se encontró la misma “ley de potencias” (una relación entre dos números) para las probabilidades de ocurrencia. “En todos estos casos se observó una ley de potencias del orden de 2,5, o muy cercana”, cuenta Spagat. Esto quiere decir, por ejemplo, que en una guerra civil un ataque con diez muertos tiene 316 veces más probabilidades de ocurrir que uno con 100 víctimas (316 es diez elevado a la 2,5).
Los estudios sobre “la ecuación de David y Goliat” empezaron por casualidad. Diez años atrás, un alumno de Spagat presentó conclusiones del equipo de trabajo del economista del Royal Holloway College en Colombia, en una conferencia que tuvo lugar cuando ese país atravesaba un altísimo pico de violencia. Entre los asistentes al seminario estaba Neil Johnson, de la Universidad de Miami, quien notó puntos en común con sus investigaciones e invitó a Spagat a formar parte de un grupo de análisis internacional.
Los académicos recopilaron material sobre 54.000 eventos de conflictos en guerras civiles, incluyendo la peleada en Iraq entre 2003 y 2008 y la de Sierra Leona entre 1994 y 2003. Analizaron los ataques de la guerrilla en Colombia y aprovecharon un detallado compendio de la Universidad de Upsala, de Suecia, sobre las guerras en África. A medida que avanzaban, notaban que la misma ley de potencias emergía más allá de que se tratara de choques a nivel individual, entre grupos o entre países. La regularidad surge desde las características propias de los dos bandos asimétricos: uno más fuerte (y torpe) y otro más débil, flexible y rápido.
En las últimas décadas se encontraron cientos de “leyes de potencias” escondidas en fenómenos humanos que a simple vista parecerían puramente culturales o idiosincrásicos. “Como ocurre con una pila de arena que se desliza, existen numerosos fenómenos que no poseen un tamaño característico a partir del cual se nos facilite su parametrización y, por lo tanto, se posibilite su control”, explica ahora el físico argentino Andrés Schuschny, que trabaja en la Cepal de Chile y es experto en temas de innovación.
“La universalidad de ciertos comportamientos se reafirma en sistemas donde la contingencia, la rareza, la multiplicidad de eventos y los saltos de escala son la pauta de organización. Se trate de la volatilidad de los mercados financieros, las intensidades de las guerras, las visitas a las páginas web, las citaciones en publicaciones científicas, el tamaño de las empresas, la distribución de la riqueza, el tamaño de las ciudades y pueblos y la magnitud de las convocatorias a las más diversas movilizaciones ciudadanas; todos estos ejemplos remiten a sistemas complejos que se autoorganizan en lo que se denomina un estado crítico interactivo y relacional, donde una perturbación menor puede conducir al acontecimiento de eventos, o avalanchas, de todos los tamaños posibles”, agrega.
En física de los sistemas complejos, el fenómeno lleva el nombre de criticalidad autoorganizada. Se trata de una de las explicaciones más elegantes que hay acerca de por qué la evolución de muchos sistemas complejos da lugar a distribuciones con leyes de potencias cuyas colas son anchas, “es decir, cuyos valores extremos son mucho más probables que bajo condiciones de una distribución normal”, continúa Schuschny.
El académico argentino trabajó sobre estos temas en su tesis de doctorado en la UBA en el año 2001, bastante antes de que se popularizaran con el best seller de Nassim Taleb, El Cisne Negro .
Luego de ver que la dinámica de David contra Goliat tenía regularidades numéricas en diversos conflictos bélicos asimétricos, el grupo de Johnson y Spagat puso su mira en otros tipos de cruces, como ataques de hackers contra grandes empresas, violaciones sexuales, huelgas y, como se mencionó al principio de la nota, hasta la progresión del llanto de los bebes. En un laboratorio convocó a padres con hijos muy chicos, a los que se les pedía que se los dejara llorar y se tomaba nota del timing y de la intensidad de las protestas. En términos científicos, Johnson describe a los bebes como “entidades pequeñas, muy ágiles, que se adaptan muy rápido a la interacción con los padres”.
Así que ya lo sabe: si por una de esas casualidades está durmiendo poco a la noche a causa del llanto de un bebe (y el target de este suplemento es de 25 a 50 años, así que hay chances de que así sea), puede estar medianamente seguro de que sus intervalos de sueño van a describir una “ley de potencias” de aproximadamente 2,5. No es seguro que con esto logre conciliar el sueño, pero al menos tendrá un respaldo académico para consolarse.
LA NACION