Día de San Valentín: para la ciencia, el amor es pura química

Día de San Valentín: para la ciencia, el amor es pura química

Por Nora Bär
“Vivamos, Lesbia mía, y amémonos […] Dame mil besos, luego cien, luego otros mil, luego cien más, luego todavía otros mil.” (Catulo)
Muchos enamorados que hoy celebran su día seguramente podrían hacer suyo este poema que ya tiene más de 2000 años. El tema es el amor, esa emoción que puede hacernos levitar o sumergirnos en la oscuridad, y que no sólo inspira a los poetas, sino que cautiva a los científicos.
Como tema académico, tiene más de un siglo y las primeras herramientas psicológicas para “medirlo” aparecieron en los años 40 (en 2011, la psicóloga Elaine Hatfield y sus colegas identificaron nada menos que 33 gradaciones del amor), pero en los últimos cinco años se multiplicaron los estudios que exploran sus misterios.
“Aunque es común vincularlo con el corazón, lo cierto es que el amor reside en el cerebro”, afirma Ezequiel Gleichgerrcht, investigador del Instituto de Neurología Cognitiva y profesor de la Universidad Favaloro, que incluye el amor en sus clases de neurociencias.
Claro que no es fácil explicar los múltiples aspectos de este impulso que domina a los seres humanos e impera en absolutamente todas las sociedades del planeta.
“Nunca quise casarme con una chica como mi madre / e Ingrid Bergman siempre fue imposible” (Gregory Corso)
¿Qué es el amor? Para Gleichgerrcht, “el amor podría pensarse como una emoción «secundaria» (más compleja que la alegría, el miedo o la tristeza) que afianza los vínculos entre personas, asegura protección y continuidad”.
Otros, como la célebre antropóloga de la Universidad de Chicago Helen Fisher, proponen que, más que una emoción, el amor romántico es un impulso: “A lo largo de los años, descubrí que viene de la parte del cerebro que desea, que ansía”, dijo durante un charla en TEDx.
A riesgo de resultar prosaicos, los científicos subrayan su naturaleza eminentemente química. Entre los mecanismos biológicos que influirían en la atracción, uno de los más mencionados -y discutidos- es el de las “feromonas”.
“A diferencia de las hormonas -explica Gleichgerrcht-, el destino [de estas sustancias que funcionan como señalizadoras] está fuera del cuerpo que las produce. Algunas, como los esteroides axilares, no se activan sino hasta la pubertad y muestran que nuestra especie también se comunica a través de sustancias odoríficas. Serían detectadas por el «órgano vomeronasal», localizado entre la nariz y la boca. Aunque se observa en el bebe en gestación y luego parece atrofiarse, existen evidencias de que seguiría siendo funcional en la adultez.”
Es más, los olores de un individuo estarían determinados en parte por el complejo mayor de histocompatibilidad (MHC, según sus siglas en inglés), algo así como un sello de identidad genética.
“En un experimento en el que se les pidió a mujeres que olieran camisetas usadas por diversos hombres, se observó que cuanto más diferentes eran sus MHC, mayor era la posibilidad de que eligieran su olor como más atractivo -cuenta el científico-. Esto sugiere que las feromonas aportarían información sobre el sistema inmune de los individuos y, entre otras cosas, ayudarían a evitar la endogamia.”
“Yo te adoro mi Lou abrázame antes de que me duerma” (Apollinaire)
Suele pensarse que amor y deseo son opuestos. “Imaginamos al primero como la unión de dos almas y al segundo como el demonio que nos posee -explica vía mail Stephanie Cacioppo, investigadora de la Universidad de Chicago-. Pero hoy sabemos que son muy cercanos y que las relaciones más sólidas tienen elementos de ambos.”
De acuerdo con sus trabajos, el primero sería duradero y el segundo tendría una meta a corto plazo. Imágenes cerebrales muestran que ambos comparten circuitos, aunque hay áreas que parecen activarse sólo ante uno u otro, selectivamente.
“Tanto soñé contigo que seguramente ya no podré despertar” (Robert Desnos)
La sabiduría popular dictamina que los opuestos se atraen, pero no es eso lo que avala la mayoría de las investigaciones. “Hay tres variables fundamentales que influyen en la atracción -dice Gleichgerrcht-: proximidad, parecido y familiaridad. Dos personas que se encuentran más cercanas físicamente, que son similares en edad o altura, o comparten actitudes hacia ciertos temas tienen más probabilidad de sentirse atraídas. La idea del enamoramiento de un extraño que vemos del otro lado de la calle ocurre, pero no es lo más común.”
Para Fisher, aunque nos lleva menos de un segundo decidir si alguien nos resulta atractivo, el amor a primera vista no les sucede a todos. En una encuesta realizada por Ayala Malach-Pines, de la Universidad Ben Gurion, de Israel, sólo el 11% de 493 sujetos dijeron que sus relaciones de larga data habían comenzado de ese modo. Para los psicólogos, cuanto más uno interactúa con una persona que nos cae bien más posibilidades hay de que se materialice el embrujo.
“El amor rompe mi alma, como el viento abate las encinas de las montañas” (Safo)
De lo que ya parece no caber duda es de que el cerebro enamorado parece “enloquecer”. Fisher analizó 2500 imágenes de la activación cerebral de estudiantes mientras veían una foto de su enamorado
a durante sus primeras semanas o meses de relación, y descubrió que se activaban los circuitos de la dopamina, un neurotransmisor asociado con la recompensa y el placer, y que también se vincula con las adicciones y el fanatismo.
“Sabemos que el cóctel químico que inunda el cerebro enamorado va cambiando con el tiempo -dice Gleichgerrcht-. Se ven valores elevados de dopamina y feniletilamina en los primeros dos a cuatro años de la relación. Crean un estado de euforia y enmascaran aspectos percibidos como negativos de nuestra pareja. La hormona oxitocina, vinculada con el apego, es la que mejor explica el enamoramiento en los primeros cinco años. Los cambios en la neuroquímica del cerebro explicarían los de la dinámica de la pareja a lo largo del tiempo.”
Pero aunque se dice que esa sensación de plenitud que llamamos pasión tendría fecha de vencimiento (entre 18 meses y tres años), estudios realizados en 2007 por el equipo de Fisher en personas con dos décadas de matrimonio en promedio descubrieron que los cerebros de esas personas mostraban una actividad similar a los de amantes más jóvenes que habían estado enamorados siete meses. Había una leve diferencia: los mayores tenían menor actividad en las áreas del cerebro vinculadas con la ansiedad.
“Ayer te vi en la calle, Myriam, y te vi tan bella, Myriam, que (…) ni tú misma, Myriam, eres quizás tan bella ¡porque no puede ser real tanta belleza ” (Ernesto Cardenal)
Aunque se intente disecarlo, por ahora el amor preserva su misterio. “Todavía estamos en el campo de las hipótesis”, dice Gleichgerrcht.
LA NACION