Las obsesiones pop de Yayoi Kusama

Las obsesiones pop de Yayoi Kusama

Por Loreley Gaffoglio
Basta con aproximarse al Malba y observar las hileras de jacarandás camuflarse con lunares rojos y blancos, para comprender que se está a punto de asomar a un lenguaje artístico y psíquico realmente singular y omnímodo. Uno que es desafiante en sus colores y formas repetitivamente obsesas; inquietante al plasmar en escala el lugar del sujeto dentro de la infinitud del universo y certero en la representación de una imaginación humana que tampoco conoce de límites ni de fronteras.
Ese viaje fantástico, surrealista y alucinatorio por momentos resume la cosmovisión plástica y la intimidad psíquica -unidad inescindible- de la mayor artista japonesa viva, Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929), a quien el Malba le dedica su primera retrospectiva en América latina.
Consagrada mundialmente, halagada por marcas de lujo como Louis Vuitton, que el año pasado coló en sus vidrieras sus creaciones, pasado mañana, cuando se abra al público “Yayoi Kusama. Obsesión infinita”, se podrá admirar un repertorio de más de cien obras, en todos los soportes, que antes exhibieron el Reina Sofía, el Pompidou, la Tate Modern y el Whitney Museum.
El planteo de los curadores Philip Larratt-Smith y Frances Morris, jefa de Arte Internacional de la Tate Modern, da cuenta del paso del ámbito privado a la esfera pública en la prolífica producción de Kusama, atravesada por cada una de las corrientes estéticas inscriptas desde la posguerra hasta la posmodernidad. Aunque el denominador común en la obra de Kusama es el punto, el lunar, el círculo en colores multiplicado al infinito en cualquier superficie (hasta en sus videos y en los cuerpos humanos de sus performances ), en un intento de autorrepresentación y de esbozo, a su vez, del mundo que su percepción recrea.
La artista lo explica así en uno de los ensayos curatoriales: “Mi deseo era predecir y estimar la infinitud de nuestro vasto universo con una acumulación de unidades en red, un negativo de puntos. Cuán profundo es el misterio de la infinitud en el cosmos. Percibiendo ese infinito quería ver mi propia vida. Mi vida, un punto, es decir, una partícula entre millones de partículas. Fue en 1959, cuando presenté un manifiesto en el que declaraba que mi arte me borraba y borraba a los otros con el vacío de una red tejida con una acumulación astronómica de puntos”.
Esa noción de “autoborramiento”, de suplantación del sujeto mediante un punto, es la que se reitera en varias de las instalaciones que el Malba presenta y que constituye los puntos más altos de la puesta. Hasta tal punto esa iconografía de lunares la representa, que Kusama ideó una instalación íntegramente en color blanco -un living- para que sean los propios espectadores los que llenen de lunares el espacio mediante stickers. Esa instalación lúdica, como cierre de la exposición y antecedida por las últimas pinturas de la artista, juega e imita otra instalación de su cosecha: “Estoy acá, pero nada”. En ella, el espectador se adentra en la intimidad de lo que podría ser el hogar de la artista, con objetos y enseres en uso. Todo da indicios de su presencia, pero ella no está. Están los lunares fosforescentes, iluminados por una luz negra, que aluden a su ausencia y, en una lectura más amplia, a la presencia de cada uno de los objetos de su cotidianidad.
Nadie que visite la muestra quedará exento al influjo que produce su ambientación con infinidad de espejos y de luces cambiantes de colores. Ingresar allí es como viajar, en platea preferencial, por el cosmos. Es en esa obra, Infinity Mirrow Room, en la que mejor queda plasmada la relación en escala entre el sujeto y el cosmos.
Dice la artista: “El lunar tiene la forma del sol, que es símbolo de la energía del mundo y de nuestra vida, y tiene también la forma de la luna, que es la quietud. Los lunares no pueden estar solos, como sucede con la vida comunicativa de la gente, dos o tres o más lunares llevan al movimiento. Nuestra tierra es sólo un lunar entre los millones de estrellas del cosmos. Los lunares son un camino al infinito. Cuando borramos la naturaleza y nuestros cuerpos con lunares, nos integramos a la unidad de nuestro entorno. Nos volvemos parte de la eternidad…”.
Al recorrer la muestra con los curadores, Larratt-Smith dice sobre la obra de Kusama, que durante 16 años fue parte de la vanguardia de Manhattan en los 60: “Tan sólo uno de los méritos Kusama, que por propia voluntad vive desde 1977 recluida en una clínica psiquiátrica en Japón, fue haber creado un lenguaje simbólico que le permitió el acceso a la gente a su mundo y a sus percepciones”.
“Cuando uno conoce a Yayoi Kusama entiende que el arte es su salvación, su bálsamo terapéutico y su ejercicio existencial. Ella hoy vive para trabajar y trabaja para vivir. Tiene el control absoluto de su obra y una alta pero justa valoración de lo que su producción significa dentro del quehacer artístico. Quizá, por eso, su afán es trascenderlo y transformarlo en algo popular con llegada a toda la gente. De hecho, lo ha logrado.”
LA NACION