Fito Páez: pasado, presente y futuro de un artista inquieto y prolífico

Fito Páez: pasado, presente y futuro de un artista inquieto y prolífico

Por Sebastián Ramos
Fito Páez es uno de esos artistas argentinos que han dejado cientos de frases colgadas en el inconsciente colectivo nacional y popular, expuestas en composiciones y también en titulares de diarios y revistas. Una de ellas es esa que reza: “Yo puse las canciones en tu walkman “. Aunque habría que agregar que también las colgó de las tribunas futboleras, del cine y ahora hasta suenan en tu celular. Sí, se podría decir que son parte del aire.
En esa afirmación parece haberse apoyado la gira XX años – El amor después del amor, que el viernes 22 de marzo bajó el telón en el estadio Luna Park, diez días después de haber celebrado su medio siglo de vida y a horas nomás de sufrir la muerte de su querido amigo y maestro Gerardo Gandini. Fue sin dudas una noche especial, en la que Fito volvió a unir las puntas de un mismo lazo. Y se fue tranquilo, despacio, después de haber dado todo y recibido algo; algo que, seguramente, le haya aliviado un poco nomás.

Pasado
Una noche especial la de ese viernes para Páez. Allí en el Luna Park -estadio que visita periódicamente desde 1985, cuando presentó su segundo álbum, Giros- y ante un público fanatizado que desde hacía varias semanas había agotado las localidades -por eso agregó un show más, para el 21 de abril-, el músico rosarino volvió a meterse en esa suerte de túnel del tiempo con forma de recital.
El amor después del amor, de principio a fin, con todas esas canciones pop casi perfectas, acompañadas por imágenes y voces que son testigos fieles del paso de los años: el recuerdo de los que se fueron (Luis Alberto Spinetta, Mercedes Sosa), de los amigos que andan dando vueltas en el aire (Charly García, Andrés Calamaro, Fabiana Cantilo) y también del Páez que fue y ya no será, ese que aparece en las pantallas del fondo desde los videos de la época, a los 30 años, con el pelo largo y la nariz también.
Una noche especial la del viernes para Páez, quien horas antes de subir al escenario se enteró del fallecimiento de Gandini. Quizá por ello cada uno de sus enrevesados giros pianísticos sonaron a tributo. Porque si Charly García fue su guía en el rock allá por los años 80, en las últimas dos décadas fueron las lecciones del maestro erudito las que le marcaron el camino artístico.
Así, composiciones como “La Verónica”, “Pétalo de sal”, “Un vestido y un amor”, “Tumbas de la gloria” y “Creo”, elevaron la sensibilidad atmosférica a niveles lacrimógenos. “El amor después del amor”, “La rueda mágica”, “Brillante sobre el mic” y “A rodar mi vida”, equilibraron la balanza y ofrecieron una última postal de remeras al viento para exorcizar cualquier mal de nostalgia.
Caso extraño el de Páez. El músico mira hacia atrás, pero logra que su reflejo sea más nítido en el presente. Mucho más si se pone la mirada sobre sus contemporáneos. Allí, no es difícil coincidir sobre el buen momento que atraviesa el tal Rodolfo al cumplir sus 50 años.
Tras la primera parte de revisión estricta de su álbum consagratorio, Páez se autocelebra con una lista de temas que recorre muchas de sus incontables piezas de colección musical, esas que incluyen varios de los versos indelebles de los que hablábamos al principio: “Cable a tierra”, “Tres agujas”, “11 y 6”, “Circo Beat”, “Al lado del camino” (aquella de las canciones en tu walkman ), “Polaroid de locura ordinaria”, “Ciudad de pobres corazones”, “Mariposa tecknicolor”. El hombre podría cantar una docena de canciones/clásicos más y la gente -niños, adolescentes, adultos y, por qué no, ancianos- seguiría cantándolas, de principio a fin.
“Nunca más una tarde como la de Once… Nunca más una noche como la de Cromagnon”, gritó ya en el cierre, como única apreciación explícitamente política de la noche. Tan lejos y tan cerca de aquel asco por los porteños que hizo público tras la primera vuelta de la elección que consagró a Mauricio Macri como jefe de gobierno de la ciudad. ¿La polémica? Cosas del pasado.

Presente
El concierto con el que el fin de semana cerró todo un ciclo le sirvió a Páez para abrir uno nuevo y a cada uno de los asistentes al Luna Park se les obsequió una copia de su flamante álbum El sacrificio . Un disco de edición limitada que de aquí en más sólo estará disponible en formato digital, a través de la tienda iTunes.
“¿A todos le dieron su regalito?”, preguntó antes de entonar los versos de la canción que le da título al disco. “Escúchenlo… está bueno. Es para escucharlo varias veces”, aconsejó. Días atrás, había dicho que es como su álbum negro, “canciones malditas” compuestas entre 1989 y 2013.
Algo de eso tienen las diez composiciones del disco, con ambientaciones oscuras como las de “Esto podría haber sido una canción” o “Dolor”, melodías ásperas como la de “El fantasma caníbal”, rapeo denso como el de “No la chingues buey” y beats marchosos para un tema que se llama “Guerra de luz”.
“La damajuana se terminó, la niña llora en el rancho. Sabe que él viene machadito a robarle sus encantos; sale Ramón de su pantalón, tira a la niña en el catre, todo se vuelve transpiración, hierven el guiso y la sangre”, canta embravecido en “El mal vino y la luz”.
Asesinatos, injurias, maldiciones, demencias y corazones en llamas completan el cuadro narrativo de un disco que sorprende e invita, como destacó el mismo Páez, a la escucha atenta y repetida.

Futuro
Pero El sacrificio es apenas la punta del iceberg Páez, que promete romperse en mil pedazos en 2013, en el plano musical y también en el literario.
Luego de su incursión en el mundo cinematográfico ( Vidas privadas , de 2001, y ¿De quién es el portaligas? , de 2007), este año verá la luz su primera novela, titulada La puta diabla . Tres años le tomó al músico escribir esta historia que, según adelantó, presenta personajes “atravesados por dos fenómenos: el amor y la pasión”.
Además, asegura tener en preproducción dos discos más que se editarían hacia fin de año. Uno, que podría llevar el título La vuelta en globo , estará compuesto por canciones nuevas, escritas y grabadas al calor de los rigurosos ensayos junto con su banda actual, armada especialmente para la gira de El amor después … y formada por Diego Olivero, en teclados y dirección musical; Mariano Otero, bajo; Gastón Baremberg, batería; Juan Pablo Absatz, guitarras y teclados, y Adriana Ferrer, coros.
El otro, Dreaming Marietta , llegará, según el autor, como una especie de contracara de El sacrificio , en el que el sustento conceptual de “historias truculentas” es reemplazado por el de “canciones líricas, de amor, románticas”. Para este proyecto, había grabado y luego desechado una versión de “La casita de mis viejos”, de Gandini. Quizás ahora regrese a manera de tributo final para su amigo.
LA NACION