El heroísmo del gaucho Rivero y la descolonización de la historia

El heroísmo del gaucho Rivero y la descolonización de la historia

Por Horacio López
A propósito de los 180 años de la tercera invasión inglesa a nuestras tierras, además de reclamar la descolonización de las Malvinas, debemos trabajar para descolonizar los contenidos de nuestra historia, para poder ser soberanos en plenitud. La visión de la Academia Nacional de la Historia sobre la figura del gaucho Antonio Rivero, líder de la resistencia contra los ingleses en dichas islas, es una rémora colonialista. El gobierno argentino reivindicó con justicia a este entrerriano que comandó la lucha de un puñado de peones rurales en las islas, durante meses, hasta que finalmente él y pocos más fueron los últimos apresados y enviados a una prisión en la isla Shemess, en la boca del río Támesis, en Inglaterra.
No lo hizo así la Academia, como a continuación relato:
En el año 2002 el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini editó una novela de mi autoría, cuyo título es Puerto Luis, prologado por Norberto Galasso, que narra la gesta de Rivero y sus hombres.
Galasso, en el Prólogo, hacía referencia a la injusticia que presuponía, en aquellos años, ignorarlo a Rivero en la historia oficial: “En cualquier país medianamente soberano, en el cual de un modo u otro las instituciones oficiales difunden alguna cultura nacional, un nativo que ha liderado una lucha contra los invasores en defensa de una parte del territorio, manteniéndolos a raya durante cierto tiempo, figura en el panteón de los héroes, para ejemplo de niños y jóvenes. Más aun, si después de esa gesta, años más tarde, ha rendido su vida frente a otra invasión extranjera promovida por la codicia y la avidez comercial de las grandes potencias expansionistas. Sin embargo en la Argentina, esa lucha de Antonio Rivero en las Islas Malvinas en 1833 y su muerte en la Vuelta de Obligado en 1845, no ha merecido ningún reconocimiento, ni plazas, ni calles, ni homenajes en el aniversario, ni páginas recordatorias en las carpetas escolares.”
Esa novela llegó, ese mismo año, de manos de una lectora, a la directora y maestras de la escuela Nº 201 de la ciudad de Paraná, sita en la calle Santa Elena s/n del humilde paraje llamado “Los Anegadizos”. Esa escuelita había decidido llamarse “Antonio Rivero”. Algunos sesudos miembros del Consejo General de Educación de la Provincia de Entre Ríos cayeron en la cuenta de que la escuela llevaba el nombre de un “matrero”, para ellos, y pretendieron cambiarlo. Los vecinos, de la mano de las docentes, se movilizaron en defensa del Gaucho Patriota, hicieron reuniones, salieron en los diarios y, aparentemente, el nombre quedó firme. Pero el Consejo General de Educación de Entre Ríos solicitó de la Academia Nacional de la Historia un informe sobre la conveniencia de denominar con el nombre de Rivero a un establecimiento educativo de la provincia. Dicha “benemérita” institución se expidió el 13 de mayo de 2002 sobre la base del informe redactado por la comisión integrada por los académicos Luis Santiago Sanz, Isidoro J. Ruiz Moreno y Carlos Páez de la Torre. La resolución, “en base a la única documentación indubitable con que se cuenta, coincidente, pese a provenir de fuentes dispares, argentinas y británicas” (¿?) señala que “Dicho sujeto, disgustado por la demora en el pago de su salario, encabezó el 26 de agosto de aquel año (1833) una partida de criminales (gauchos e indios) que asesinó a mansalva al capataz Juan Simón, al superintendente Mathew Brisbane, y a cinco pobladores civiles más…”
Cuesta creer tanto servilismo al colonialismo. La verdad de los hechos es que a ocho meses de la invasión inglesa, Rivero y los suyos, expectantes de que se produjera una oportunidad, aprovechando la debilidad producida por la partida de cinco ingleses al mando del capitán Lowe que salieran a cazar lobos, decidieron pasar a la ofensiva y atacaron el establecimiento. El francés Simón y Brisbane eran colaboracionistas de los invasores; resistieron y cayeron en la refriega. A partir de allí Rivero y sus hombres se fueron a los montes, desde donde siguieron combatiendo como guerrilla hasta que algunos fueron ultimados, y los últimos, entre los que estaba el entrerriano, apresados y enviados prisioneros a Inglaterra.
La resolución de la Academia Nacional de la Historia termina señalando: “En consecuencia, la comisión académica que integramos recomienda que se rechace el proyecto hecho llegar por el Consejo General de Educación de Entre Ríos, en virtud de los fundamentos que anteceden”. No tengo noticias de que, a la fecha, la Academia se haya rectificado.
Esta resolución es coherente con una anterior que Galasso recuerda en el Prólogo citado: “Quizás el lector no recuerde, pero Rivero –silenciado por los suplementos, por las salas de conferencias, por las ‘inocentes’ revistas escolares– fue además calificado de ‘delincuente’ por la Academia Nacional de la Historia, en 1966. Este Tribunal, que dispensa o quita fama –mirando de reojo el retrato de Mitre– estuvo en esta oportunidad integrado por Ricardo Callet Bois y Humberto Burzio, quienes rescatan la figura de Luis Vernet, en tanto amigo de los ingleses y promotor de la costumbre de pagarle en vales a los peones, que luego aplicarían brillantemente La Forestal y los obrajeros del norte, y en cambio, denigran a Rivero y a sus compañeros como vulgares malhechores.”
No conozco si la escuela logró mantener su nombre o si se impuso entonces la Academia colonialista. Seguramente hoy, con el aval que da la justa posición del gobierno nacional, podrá ganarse el reclamo, si es que entonces se perdió. Pero la reflexión final es la siguiente: se hace imperioso, junto con lograr descolonizar nuestro territorio, terminar de descolonizar el saber, y dentro de ello la propia Historia. Rechazar la Historia de contenido eurocéntrico y plantearnos una ruptura epistémica contra el imaginario historiográfico de la dominación neocolonial, que aún subyace en discursos, celebraciones, estatuas, denominaciones de calles, pueblos y ciudades, como en los relatos de la vetusta Academia.
TIEMPO ARGENTINO