El gol con nombre

El gol con nombre

Por Malva Marani
Hace poco más de 88 años, el fútbol tuvo una tarde especial. Un gol único. Una definición que se volvió postal y llegó a valer tanto como la mismísima acción de juego que le dio origen. Es uno de los pocos goles que vieron todos aunque sean pocos los que estuvieron y pueden contarlo. Cesáreo Onzari fue el autor de ese gol eterno y lo sigue siendo cada vez que un par de ojos se posa sobre esa imagen: la espalda de un árbitro, la red estática y la pelota volando. La luz fotográfica se congeló en el instante en que todas las miradas se clavaron en la pelota y soñaron con el grito. Pero no cualquier gol. Onzari, puntero de Huracán, convirtió aquel día el primer gol olímpico de la historia. Y no caben dudas, porque, si se llama olímpico, fue por aquel 2 de octubre de 1924. Aquella tarde no jugaba el Globo, se enfrentaba Argentina ante Uruguay por el segundo amistoso luego del oro olímpico conseguido por los charrúas en París. El estadio de Sportivo Barracas, en aquel momento uno de los más importantes de Sudamérica, fue el escenario de la hazaña de Cesáreo, que vieron más de 30 mil personas: a los 15’ del primer tiempo, el extremo argentino convirtió su gol, directamente desde un tiro de esquina. Y fue válido, porque el 14 de junio de ese mismo año la International Board había dictado una nueva regla: el córner dejaba de ser indirecto.
“Me salió porque tenía que salir. Quizá el arquero uruguayo se levantó con el pie izquierdo ese día… porque nunca más volví a embocar otro gol como ése. Puede ser que el guardián oriental, acosado por Gabino Sosa y Ernesto Celli haya perdido la estabilidad. Pero lo cierto es que cuando vi la pelota dentro del arco, no lo podía creer”, relató Onzari por aquellos años, sin imaginar la magnitud y trascendencia de su remate de gol.
El partido, en los detalles, continuaría con el empate del uruguayo José Pedro Cea, a los 29’ y el gol del triunfo, a los 8’ de la etapa final, de Domingo Tarasconi, goleador de Boca de la era amateur. Pero la historia no terminó así nomás: el equipo uruguayo se retiró faltando cuatro minutos para el cierre, quejándose de las inconductas del público argentino. Los locales, a su vez, protestaban por el juego brusco de los vecinos rioplatenses, que tuvo como principal víctima a Celli, quien sufrió una fractura de tibia y peroné. Se empezaba a afirmar la fama del clásico entre uruguayos y argentinos.
Cesáreo Onzari fue noticia. Lo fue ese 2 de octubre y lo sigue siendo aún hoy en día, cada vez que, en cualquier parte del mundo, algún futbolista marca un gol olímpico y algún otro pregunta a qué se le debe el nombre. “Como Onzari a los olímpicos”, se decía por aquellos años cada vez que había una conquista como la del puntero de Huracán y, con el correr de voces y goles, quedó solamente el adjetivo relativo a los Juegos para describir el tanto. Y su gol, más que su trayectoria, es lo que lo hace perdurar en el tiempo. Más allá de que, en el estadio del Globo, un sector de la platea Miravé lleve su nombre, a modo de homenaje a sus 12 años en el club (1921-1933) y a los cuatro títulos obtenidos en el amateurismo, en el ’21, ’22, ’25 y ’28. Y más allá de que, en distintos papeles de un tinte ya amarillo, aparezca como refuerzo de Boca en la histórica gira europea de 1925.
En la Selección argentina, fueron 15 los partidos que contaron con su presencia y cuatro los goles conquistados con la celeste y blanca. Pero el protagonismo eterno se lo dio uno sólo: el de la postal histórica, el que todos vieron aunque sólo algunos dijeron presente y el que se recuerda en cada rincón del mundo como una producción hecha en Argentina. El gol olímpico de 1924, que es tanto de Onzari como de todos los argentinos que se alegraron de verlo o de imaginarlo.
EL GRAFICO