Un amor inmanejable, salvaje y único

Un amor inmanejable, salvaje y único

Por Luis Paz
Cuando Luis Alberto Spinetta y Fito Páez grabaron juntos esa rarísima avis para el rock argentino que fue el disco La la la, era imposible saber que la segunda canción de esa obra de 1986, “Instant-Táneas”, sería releída anteayer de maneras tan diferentes. Que Páez recibiría desde el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional cantándoles a más de doscientas personas aquello de “se hace difícil seguir anclado aquí sin tu amor, sin tu amor”. Que, inevitablemente, eso iba a ser leído en noviembre de 2012, a nueve meses de su fallecimiento, como un modo de saludar, de celebrar y de recordar al Flaco. Bueno, lo difícil sigue siendo pensar en que Spinetta ya no está aquí y que hay que seguir viviendo sin su amor. Es que, como Páez versó en un poema estrenado en este encuentro, que fue parte de Los libros de la buena memoria –la muestra en homenaje cultural al Flaco, que su amigo Eduardo “Dylan” Martí cura en la Biblioteca Nacional–, “Luis… es amor”.
“Yo no puedo creer que se haya muerto Luis Alberto”, es lo primero que Fito dice. “Intentemos por lo menos balbucear entre todos qué significa esta tremenda ausencia”, invita. Y arranca: “Me toca la parte de La la la, un pequeño episodio en la vida de Luis y una gran parte de la mía. Fue muy curioso grabar un álbum con alguien a quien le debía la gracia de haberme acercado a la música. Nos conocimos y armamos un trío con Eduardo: veíamos mucho cine, hablábamos, fumábamos, bebíamos, hacíamos música. Es un disco que surge de una rareza para la industria, desde la amistad, además de la innegable extrañeza de la obra. Creo que en esa extrañeza está vibrando la ‘inclasificabilidad’ de Luis Alberto Spinetta y lo terriblemente político que es: un artista autodidacta que inventa una poética musical, el inventor de una forma de lenguaje musical que no se parece a ningún otro.”
No hace falta consultarle nada a Páez. El habla, básicamente, porque le vienen ideas y la agilidad lo plantea como un gran orador en la cuestión. Sin olvidar, más vale, a La la la, y que fueron ellos tres, Martí, que al costado del piano apunta y coordina, Páez y Spinetta los que estuvieron allí. En el estudio y en la Argentina de esos años: “La radicalidad de Luis tiene un marco histórico, que es la historia de la Argentina; Luis no es sólo Luis, también es Xul Solar, Roberto Arlt, mucha gente rara. La Argentina tiene una historia, por suerte, de una raza de gente así… que es divina y loca y graciosa y libre. La idea que lleva a cabo Luis es una profundamente salvaje: es la puesta en escena de su corazón y la defensa acérrima de su punto de vista”, dice el rosarino; el tablado sobrio, el piano brillante, afuera fotos y objetos y obras y espíritus de Luis Spinetta.

“Esto así no se hace, dice la cultura. Luis estuvo para demostrarnos que se podía y que alguien debía hacer eso de otra manera, porque si no el mundo sería muy aburrido, muchachos”, sigue. Sí, en presente; en presente y nada más. “No soy un negador ridículo, sé que hay un cadáver, pero Luis es presente en su obra, en sus hijos, en nosotros que estamos tratando de resolver acostumbrarnos a esa profunda ausencia. Me angustia mucho estar aquí hablando sobre Luis muerto, pero también está su obra aquí, por eso es tan importante que Horacio González haya brindado la Biblioteca bajo la idea de Martí para estar en este momento con Luis, en el mejor sentido.” Y aún retumba su reclamo, derivado de una anécdota de un viaje en 2003 al Brasil, cuando se topó con una soberbia muestra en homenaje a Chico Buarque, aún vivo entonces y aún vivo hoy. “¿Cómo puede ser que acá no se les haga algo así en vida a Charly, a Litto Nebbia o al Cuchi Leguizamón? ¡La puta madre!”
Y entonces, Fito pasa al piano, sonríe antes de reclamar y admirar al micrófono que “son 200 mil acordes, Luisito querido”, y ponerse a hacer “Asilo en tu corazón”, más de un cuarto de siglo después. Luego, explica paso a paso la reconfiguración de “Grisel”, el tango de Mores/Contursi, y pide que bajen las luces y reproduzcan esa pieza para imaginar la secuencia a ciegas. “Te pedía un tren porque Luis era así: sin medias tintas, te pedía ¡un tren! Y las voces de monjas, y después viene y me pide un contrabajo tocado en baión con el tumbao.” Y ahí de nuevo encara al piano, se excusa por no poder hacer “A Starosta, el idiota” porque “está muy alto”, refiriéndose a la agudeza de las notas, y extrae una relajada forma para “Los libros de la buena memoria”. Que liga con “Resumen porteño”. Que liga luego con “Ella también”. Que liga enseguida con una breve rapsodia en torno del motivo de “Muchacha ojos de papel”. Y todo esto se liga con cómo Luis Alberto Spinetta lo conectó todo, en un ligado de Castaneda, Jung, Artaud, la psicodelia, el hippismo y el modernismo; como una propia doctrina de la caosmosis o de la realidad de que del encuentro de lo distinto surge lo más propio.
“Anoche estaba un poco borrachín –admite Páez más tarde– y escribí esto pensando en Luis Alberto: ‘La gente habla de la luz al nombrarlo, incluso yo. Error, porque luz no es amor, amor es él; Luis es amor. La luz viaja de manera física, conocible y comprobable a través del tiempo. Luis es inmanejable, salvaje y único e incomprobable; así el amor, Luis.”. Y así, en un ida y vuelta, se va acabando todo (lo de Spinetta no, no se termina) y Fito vuelve sobre La la la: “En un momento no sé qué pasa con los masters y aparece el CD, y no sé quién fue, pero no entraba todo en un CD, así que alguien decidió sacar el último tema… que era el único que habíamos compuesto juntos, así, tocando la viola. ¡Y no estaba!” Y entonces sí, “Hay otra canción” y el final de otro episodio de una historia que no, que no termina, y que es la de Luis Alberto Spinetta.
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