Jujuy: Exodo al Norte

Jujuy: Exodo al Norte

Por Pierre Dumas
El 23 de agosto, los jujeños recordarán los doscientos años de una de las páginas más trágicas de su historia, que es también una de las grandes gestas históricas del país. Ese día se conmemora el inicio del Exodo Jujeño, cuando los pobladores abandonaron sus casas y la ciudad para seguir a las tropas de Belgrano en su retirada hacia Tucumán, frente al avance del ejército leal a la corona española. Este bicentenario tendrá festejos a lo grande en la capital provincial, donde se atesora un recuerdo muy especial del prócer: la bandera más antigua de la Argentina.
La plaza General Belgrano es la más céntrica de la ciudad. Tiene una estatua ecuestre de Belgrano y bordea la calle Belgrano. No es Belgranoville …, pero bien podría serlo. Porque en Jujuy nada está de más para celebrar a quien donó la Bandera atesorada en la mismísima Casa de Gobierno. Esta casona, copiada sobre un palacio clásico francés, domina toda la plaza con su silueta elegante. El interior es tan clásico como el exterior, con una escalera que parece haber sido llevada peldaño por peldaño desde un castillo del Loire. El Salón de la Bandera se visita libremente, para admirar dos pedazos de historia: la bandera más antigua debidamente certificada por documentos históricos, y un escudo creado por Belgrano para una escuela de la ciudad. Ambos están por cumplir venerables dos siglos, el 25 de mayo de 2013.
Los jujeños recibieron esa bandera a meses del regreso a su ciudad, luego de más de medio año de exilio. Hoy se la ve solamente blanca, pero en su momento fue albiceleste: el cambio, según se cuenta, se debe a que cuando se la cosió no había más paños de seda celeste y se tiñó uno blanco. Al cabo de dos siglos es un milagro que la tela esté en tan buenas condiciones, aunque no se pueda decir lo mismo de la tintura.
La Casa de Gobierno está rodeada por estatuas alegóricas de Lola Mora. Inicialmente destinadas al Congreso Nacional, habían quedado en un depósito hasta que un gobernador de Jujuy logró recuperarlas para su provincia. Fueron colocadas bajo la supervisión de la propia escultora. Representan la Justicia, el Progreso, la Paz y la Libertad.
En los demás costados de la plaza se concentra buena parte del resto de la historia local, desde la tercera fundación de la Tacita de Plata en 1593. La plaza Belgrano fue la Plaza Mayor de la ciudad colonial. El Cabildo frente a la Casa de Gobierno fue construido a partir de 1850 para concentrar varias oficinas públicas y se agrandó en varias ocasiones, siempre manteniendo su recova y estilo colonial. Hoy es la sede de la policía provincial y su museo atesora una colección de armas y uniformes. Entre el Cabildo y la Casa de Gobierno está la catedral, construida sobre un primer edificio destruido por un terremoto en 1692. El templo es de mediados del siglo XVIII y el campanario, de 1906. Tiene muchas obras valiosas de arte religioso en su gran nave, pero la más impactante es un púlpito de madera tallada y dorada que se considera como el más importante del país, y uno de los más destacados del continente. En la misma catedral hay también un gran óleo que recuerda la bendición de la Bandera en 1812, con la presencia de Manuel Belgrano.
En parte peatonal, la calle Belgrano que bordea la catedral concentra muchos de los bares, restaurantes, hoteles, centros de compras y negocios de recuerdos que forman sobre sus angostas veredas un compendio de la vida local.

De colores
En Jujuy, los colores están expuestos en las montañas, tal como en otras partes del mundo se encuentran en los museos. A la Paleta del Pintor, de Maimará, y al cerro de los Siete Colores, de Purmamarca, se los puede conocer en el paseo de un día por la quebrada de Humahuaca. Lo ideal es salir desde la mañana, para llegar a Purmamarca cuando el sol ilumina el cerro desde el este e intensifica sus colores. En la entrada del pueblo, al borde de la ruta 52, hay un mirador y un cartel interpretativo.
Desde el mirador se pueden sumar a la imagen los vendedores de artesanías, como los infaltables frascos de tierra de color que reproducen, capa por capa, los matices y tonos del cerro. Además hay un cartel que explica cómo se formó el lugar, una obra de arte pintada a lo largo de cientos de millones de años. Los grises, verdes y violáceos son los colores más antiguos: corresponden a rocas sedimentarias marinas de hace 600 millones de años. Los blanquecinos y morados son rocas de hace 550 millones de años. Los grises claros y amarillos, por su parte, son capas areniscas y arcillosas de hace 500 millones de años. La naturaleza agregó los toques rojos más recientemente…, hace unos 100 millones de años. Los rojizos y rosados claros son arcillas depositadas entre 60 y 20 millones de años atrás. Cada color se encuentra con frecuencia en las montañas de la región, pero en ningún otro lugar se juntaron todos como en el cerro de los Siete Colores.
La mayoría de los visitantes se queda en torno de la plaza, que cada mañana se ve inundada de artesanías, ropas de lana y recuerdos de la región. Hace tiempo que el mercadito oficial, sobre un predio al costado de la plaza, se ve desbordado de esta manera, y también la calle de entrada está ocupada por las mesas de los vendedores. Pero hay que tener en cuenta que, como todo el mundo viene de mañana para tener una vista más linda y aprovechar mejor los colores del cerro, por la tarde la presión turística es mucho menor. Es el momento ideal para encontrarse con el pueblo verdadero, aquel que vuelve a sus ocupaciones y a su ritmo habitual.
Frente a la plaza está la iglesia de Santa Rosa de Lima y también hay que ver en el puñado de calles del pueblo un algarrobo centenario y el cabildo-museo, el único edificio un poco sobresaliente sobre las demás casas. Cada mañana, la plaza se llena de colores vivos, con pilas de ropas, ponchos, gorros e instrumentos de música. Pero el mejor de todos los recuerdos es la vista del cerro y sus colores asomando entre las casas, al final de las calles o por encima de los techos.
La Paleta del Pintor, por su parte, se aprecia mejor de tarde, cuando el sol ilumina desde el oeste. Está en Maimará, un pueblo a sólo 30 kilómetros sobre la ruta 9, que cruza de par en par la quebrada de Humahuaca. Desde el borde mismo de la ruta se puede tener una vista increíble del pueblo. La naturaleza parece haber querido probar tonos de blancos, rojos y beiges sobre las rocas, formando olas a lo largo de todo un cordón? Una obra posmoderna que tiene millones de años. Estos plegamientos de terreno formados a partir de capas de rocas sedimentarias se formaron, como el cerro de los Sietes Colores, cuando la región estaba bajo las aguas del mar. Para tener una vista mejor aún que desde el borde de la ruta, se puede subir por un senderito apenas marcado sobre una colina antes de la curva de la carretera.
Combinadas con Purmamarca o en camino a la Puna jujeña se visitan las Salinas Grandes, uno de los mayores salares del país. Hay que seguir por la ruta 52 y pasar por la cuesta de Lipán, un impresionante trazado que llega hasta los 4170 metros de altura. En varios puntos del trayecto hay vistas panorámicas, sobre el inicio de la Quebrada y sobre el itinerario ya recorrido.
Luego de la cuesta de Lipán, la ruta baja nuevamente para llegar a las salinas, que forman como un gran lago blanco en el valle. Aquí se ven con frecuencia vicuñas desde el borde mismo de la ruta, mientras buscan alimento en este mundo de rocas, entre los pocos vegetales que soportan la adversidad combinada del frío y la altura.
El circuito, desde Purmamarca, continúa hasta Humahuaca y recorre la parte más turística de la Quebrada. Las dos estrellas de esta visita son Tilcara y Humahuaca. La ruta nacional 9 sigue el valle del Río Grande, que se abrió un camino entre las montañas para formar la Quebrada. Luego de Maimará se llega a Tilcara. El pueblo está viviendo hoy a pleno el vértigo turístico: en sus calles estrechas se oyen todas las lenguas, y hay hoteles y hostales a cada vuelta de esquina. Aunque se encuentra a sólo 90 kilómetros de San Salvador, bien podría estar a miles de kilómetros.
Para llegar a Humahuaca se pasa por varios sitios que merecen un alto: el hito del Trópico del Capricornio, el pueblo de Huacalera (donde se descarnaron los restos del general Lavalle) y el de Uquía (cuya iglesia es monumento histórico nacional).
En Humahuaca, lo único que no cambió es el autómata de San Francisco Solano, que sale cada día a las 12 en punto. Por lo demás, el ritmo y las costumbres de los vecinos fueron cambiados por el aluvión turístico que no cesa.
El pueblo ganó en convocatoria lo que perdió en autenticidad, y por eso se puede seguir en dirección al norte para conocer otros pueblos y el alma atemporal de los Andes jujeños.

Oasis termal
El hotel Termas de Reyes parece trasplantado de los Alpes suizos hasta la cordillera jujeña. Se llega en menos de una hora desde el centro de la ciudad y sin duda no falta nada para la postal: el edificio con sus banderas, el río encajonado entre las montañas, el puente, los bosques y un par de casitas. Todo parece haber sido preparado para la toma perfecta de un fotógrafo profesional, a 1300 metros de altura, donde el hotel fue construido para aprovechar las fuentes de aguas termales que brotan a una temperatura superior a los 50°C. Son aguas minerales utilizadas en las piletas del hotel y su spa, que ofrece varias terapias. El nombre de las termas es un recuerdo de la época incaica, cuando las fuentes eran apreciadas por los curacas del ayllu del actual noroeste argentino. Desde hace pocos años, el establecimiento tiene nuevos dueños, que reacondicionaron las habitaciones. Los propietarios actuales proyectan también relanzar la planta embotelladora de agua mineral que funcionaba hasta hace unos años dentro del predio del hotel. El camino que sigue más allá del puente lleva -cuando no está cortado por deslizamiento de terrenos, como ocurrió este otoño- hasta las lagunas de Yala. Se maneja por un camino que cruza un cordón montañoso para pasar de un valle a otro y llegar hasta este parque provincial con varias lagunas a unos 2000 metros de altura.
LA NACION