En busca de valores

En busca de valores

Por Pablo Ambrogi
La exaltación de la autonomía personal es quizás el rasgo más saliente de la sociedad occidental contemporánea. Cada uno puede darse a sí mismo su ley, elegir su modo de vida y demandar de todos respeto por esta elección. Sin embargo, esta conquista social tiene su contracara: la autonomía parece implicar anomia social.
El ensayista español Javier Gomá cree que la sociedad ha ido demasiado lejos en esa búsqueda. La libertad individual es sin duda una conquista, pero su exaltación sin frenos ha llevado al reinado de la vulgaridad, concepto que Gomá eleva a principio filosófico y define como “la categoría que otorga valor cultural a la libre manifestación de la espontaneidad estético-instintiva del yo”. La sociedad, en suma, se ha detenido en un estadio adolescente, que exalta románticamente la diferencia y la individualidad, y se niega a asumir las responsabilidades propias de la vida adulta.
El camino para salir de esta situación sería mostrar que la vida adulta y la virtud cívica constituyen la verdadera emancipación personal. Gomá, sin embargo, es claro acerca del respeto que merecen las conquistas de la libertad: esta solución no debe imponerse de modo autoritario, suprimiendo libertades, ni a través de un estado paternalista que viole el límite liberal para su actuación. La salida que encuentra es la que da título a su libro: la ejemplaridad pública. Partiendo del hecho empírico de que los seres humanos nos influimos mutuamente a través de nuestras conductas, existe para el autor la posibilidad de una ejemplaridad que no sea aristocrática sino democrática: que busque la adhesión libre a un modo de vida responsable, y no como autoafirmación vulgar. Gomá cree que esa obligación de ejemplaridad nos cabe a todos, pero especialmente a las figuras públicas, como los políticos y, en el caso español, la realeza.
Independientemente de la posibilidad de la ejemplaridad como vehículo, la cuestión más interesante que suscita Ejemplaridad pública es la identificación de los valores mediante los cuales puede superarse la anomia social. Apoyándose en Nietzsche, Gomá ve el advenimiento de la anomia como consecuencia de la desaparición de la religión y sus sucedáneos seculares. Sin embargo, a diferencia del pensador alemán, encuentra la superación de este estado social en el restablecimiento de un orden ético de “casa y oficio”. La divergencia puede verse en el desplazamiento conceptual en el que incurre Gomá cuando habla de la “crítica nihilista” a los valores éticos. Para Nietzsche, el nihilismo no reside en la crítica sino justamente en los valores éticos de inspiración cristiana, que por su particular contenido autosacrificial terminan por negarse a sí mismos. La crítica simplemente explicita lo que ya ha ocurrido en la sociedad: el cristianismo y sus sucedáneos seculares han mostrado la incapacidad de sus propios valores para erigirse en principios sociales organizadores. La cuestión interesa porque para Nietzsche la anomia nihilista es una estricta consecuencia de la ética cristiana. El diagnóstico del pensador alemán, así, estaría de acuerdo en el diagnóstico de la sociedad contemporánea, pero no en la posibilidad de devolverle sentido mediante la restauración de valores que pertenecen a la ética social de inspiración cristiana.
La nueva ética poscristiana no ha surgido aún, pero en esto, como en otras cosas, será seguramente la realidad la que se adelante al búho de Minerva de la filosofía.Entretanto, quien esté interesado por estos temas podrá encontrar en Ejemplaridad Pública un ensayo que hace de la cuestión su foco sistemático, y cuya solidez argumentativa convive con un castellano claro y galante, en la mejor tradición de la filosofía española.
LA NACION