Política y ficción

Política y ficción

Por Alejandro Patat
Una gran novedad le cabe a esta primera edición completa en lengua española de las obras literarias de Nicolás Maquiavelo: por fin es posible detenerse en lo maquiaveliano y dejar de lado lo maquiavélico. En efecto, el secretario florentino ha sido juzgado muchas veces, de manera distorsionada y parcial, sólo en función de los célebres Discursos acerca de los primeros diez libros de Tito Livio y del tratado El Príncipe , considerado el texto fundacional de la ciencia política. Si los primeros constituyen la primera obra maestra de la historiografía moderna, en que se analiza puntualmente la historia de Roma desde la perspectiva de la historia florentina, el segundo se centra en las características esenciales de los principados, entendidos como Estados gobernados por distintas tipologías de príncipes o principales. La divulgación acrítica e incorrecta del lema “el fin justifica los medios”-frase jamás escrita por Maquiavelo-, entendida como emblema del cinismo e inescrupulosidad necesarios a todo hombre político, terminó por desplazar el análisis penetrante de la sociedad y de la historia modernas por parte del autor florentino. Más bien, habría que modificar esa inútil y banal visión estigmatizadora por la real preocupación de Maquiavelo: comprender cómo toda “ocasión política” nace a partir de un equilibrio difícilmente calculable entre la ansiada virtud y la fortuna inestable.
Ahora bien, a sus notables reflexiones teórico-políticas hoy se agrega, gracias a esta excelente edición de Nora Sforza, responsable de una impecable traducción y de una pormenorizada anotación de los textos, un largo espectro de obras literarias que van del teatro al cuento, de las rimas a las cartas. El volumen, de hecho, está compuesto por La Mandrágora , Clizia , Fábula de Belfagor archidiablo , Decenales , Capítulos , El Asno , poesías y prosas varias y una selección de la correspondencia del autor, obras todas ellas compuestas entre 1518 y 1527, fecha de su muerte. Las dos primeras son comedias cuyo éxito no necesita mayores explicaciones. En La Mandrágora , Maquiavelo ridiculiza a un noble florentino, infértil, que acepta una descabellada e indecente propuesta para que su mujer quede embarazada. En Clizia , un viejo verde es escarmentado por su mujer, quien le tiende una trampa cuando él intenta cobrarse los servicios amorosos de una criada. En Belfagor , un grupo de jueces infernales debe dirimir una cuestión acuciante: si es cierto que la mayoría de los hombres alcanzan su condena eterna a causa de sus respectivas mujeres. Para ello, tales jueces deciden mandar a la Tierra a uno de sus príncipes, Belfagor archidiablo, quien deberá constatar si tal acusación es plausible. Al elegir Florencia como destino, Belfagor, cargado de las riquezas que Plutón, el dios del infierno, le ha conferido para su misión, decide casarse y ponerse a prueba. La primera sorpresa es la soberbia con que su mujer, noble, hermosa pero pobre, intenta dominarlo; luego vendrán el maltrato, la insolencia, la ambición, la prodigalidad, a tal punto que los siervos que acompañan al diablo, llegados como él desde el infierno, prefieren más bien regresar al fuego que soportar a la joven esposa. Con sutiles estrategias, el pobre diablo cree liberarse de su mujer, pero, al final, cuando se entera de que la reencontrará en París, de corridas regresa a su morada eterna. Los tres textos apelan a una comicidad que no es nueva en Italia. Se adivina, detrás de la ambientación florentina, la caracterización de los personajes y, sobre todo, en la elección de una lengua fluida, coloquial, punzante y sarcástica, el magisterio de Boccaccio y de su Decamerón , y la perenne productividad del teatro clásico. Y hace muy bien Nora Sforza en recordar que precisamente el teatro será en Italia la escenificación de la vida de las cortes del Renacimiento, con todas sus virtudes y defectos, en la que no faltan la mirada divertida y la crítica feroz. De allí que la estudiosa argentina, que alcanza con este trabajo una sólida madurez intelectual, afirme que en Maquiavelo, más allá de sus textos políticos, es posible vislumbrar “la Italia del Renacimiento, con sus tipologías humanas, sus conflictos, su espacio, sus costumbres, sus lenguajes y, ciertamente, su ambivalente moral”.
En los Decenales (obra incompleta que narra en verso la historia de Florencia desde 1494 hasta 1514), El Asno (poema también incompleto en que se narra la transformación en asno de su protagonista), los Capítulos (breve e intenso tratado filosófico acerca de la fortuna, de la ingratitud, de la ambición y de la ocasión), así como también en sus rimas y en sus epístolas, se nos aparece en clave autobiográfica la figura monumental de Maquiavelo mismo. Resumiendo, tres núcleos emergen de dichas lecturas extraordinarias. Por un lado, la ductilidad del escritor, capaz de componer a la manera de Boccaccio, pero también a la manera de Dante, tocando vetas increíbles de perfección formal y de agudeza psicológica; por el otro, la modernidad extrema de su pensamiento, que pareciera anunciar todo lo que vendría a continuación, desde su visión conflictiva de la historia, de la política y de los Estados, hasta su juicio sobre el rol del individuo en las sociedades modernas que entonces se estaban perfilando. Por último, la reafirmación de un elemento constitutivo de la italianidad (o probablemente de la humanidad en su conjunto): la desesperada escisión entre el artista y su lugar de origen o, en otras palabras, la amarga constatación del abandono y del olvido, de la ingratitud y de la indiferencia. Imponente la carta a Francesco Vettori, en la que, depojado de su cargo político, narra su jornada entre campesinos, juegos de naipes y litigios. Y, acabada la peregrinación sin metas, confiesa, evocando al solitario Petrarca:
Al llegar la noche, regreso a casa y entro en mi escritorio; y en el umbral me quito ese vestido cotidiano, lleno de barro y de lodo, y me pongo ropas reales y curiales, y nuevamente vestido como se condice, entro en las antiguas cortes de los hombres antiguos; recibido amorosamente por ellos, me nutro de ese alimento que es solamente mío y para el que yo nací.
Ningún autor como Maquiavelo representa el quiebre histórico entre la proyección esperanzada del humanismo y el espantoso desengaño con que los hombres italianos afrontaron el saqueo de Roma por parte del ejército imperial en 1527, en uno de los hechos más cruentos de la historia europea. Maquiavelo, amigo y enemigo de los Médicis, monárquico y republicano, conservador y revolucionario, se sitúa justamente en el medio de ambas estaciones, de ambas atmósferas y de ambas visones del mundo. Su obra literaria no debe ser leída como el reverso de su obra política, sino más bien lo contrario.
LA NACION