Hallan qué revitaliza las neuronas

Hallan qué revitaliza las neuronas

Joaquín Piriz, en su laboratorio de la Facultad de Ciencias Exactas. Foto LA NACION / Alfredo Sánchez

Por Nora Bär
Los médicos suelen repetirlo hasta el cansancio: si quiere mantener su mente en forma, ejercítela, haga crucigramas, lea, mantenga una activa vida social.
Desde el punto de vista clínico, innumerables trabajos de investigación indican no sólo que la actividad cerebral ayuda a conservar las capacidades cognitivas e intelectuales, sino también lo contrario: que su falta empuja al cerebro hacia un abismo de brumas. La pregunta obvia era ¿por qué?
Ahora, un joven investigador argentino que hizo su tesis doctoral bajo la dirección del doctor Ignacio Torres-Alemán en el Instituto Cajal, de Madrid, acaba de encontrar la respuesta: cuando un área del cerebro ve, controla un movimiento, oye o piensa, entre otras múltiples actividades, absorbe de la sangre una proteína protectora de las neuronas que estimula su crecimiento, su supervivencia y su excitabilidad.
“Esta proteína, llamada IGF-1 (sigla que corresponde a insulin-like growth factor-1 ), es una hormona muy similar a la insulina y producida principalmente por el hígado -explica el biólogo Joaquín Piriz, uno de los autores del trabajo que acaba de publicarse en la revista Neuron -. Curiosamente, igual que la insulina, también cae en los pacientes diabéticos, por lo que podría tener algún papel en la mayor prevalencia que asocia a esta enfermedad con trastornos neurodegenerativos.”
El IGF-1 es un péptido con gran actividad neuroprotectora y uno de los factores de crecimiento de los que se sabe que ingresan en el cerebro desde la circulación sanguínea. Actúa en el crecimiento del organismo y la remodelación de los tejidos, modula el crecimiento de los vasos sanguíneos cerebrales, la neurogénesis adulta, la excitabilidad neuronal y hasta las funciones cognitivas.
Según explica Piriz, el IGF-1 es una molécula muy antigua, que se encuentra presente a lo largo de toda la cadena evolutiva, de los gusanos en adelante, y en todas las especies controla procesos involucrados en la duración de la vida y el proceso de envejecimiento. “En los seres humanos, responde a la hormona de crecimiento e induce el crecimiento corporal -subraya-. También es un potente factor trófico para el músculo y a veces se utiliza de manera ilegal como anabólico.”
Para demostrar su ingreso en el cerebro a través de la barrera hematoencefálica, los investigadores tuvieron que desarrollar técnicas muy precisas que permitieron inyectar la hormona en sangre y después medir su presencia en el cerebro de animales de laboratorio.
“Una manera fue utilizar IGF-1 humana e inyectarla en los animales”, cuenta Piriz.
Después, se dispusieron a medir la actividad de las neuronas de los animales en un área que registra la sensibilidad de los bigotes. “Al estimularlos -explica-, veíamos la absorción de la proteína. Y si bloqueábamos la actividad neuronal, la proteína no ingresaba. El IGF-1 nunca está libre, siempre circula pegado a una de seis proteínas que impiden que se una a su receptor. Cuando se rompe, se libera localmente y ahí actúa. Nosotros pudimos demostrar que cuando hay actividad cerebral, la proteína se «cliva» (se quiebra) e ingresa en el cerebro.”
Para los científicos, estos resultados explican por qué la actividad mental es algo así como un recurso antienvejecimiento. También se vinculan con otra observación de los médicos: que la actividad física tiene efectos benéficos sobre el cerebro.
“Hallazgos previos del mismo centro de investigación mostraron que, aunque los niveles de IGF-1 en sangre son muy constantes, aumentan cuando se hace ejercicio -cuenta Piriz, ya de regreso en Buenos Aires después de haber trabajado ocho años en España y en la Universidad de California en San Diego-. Y que también crece el ingreso de la hormona en el cerebro y aumenta la generación de nuevas neuronas. Pensamos que además podrían atribuirse los efectos positivos de la estimulación transcraneal en lesiones cerebrales a que aumenta el ingreso de IGF-1 en el cerebro.”
Incorporado actualmente al Laboratorio de Fisiología y Biología Molecular de la UBA y el Conicet, dirigido por el doctor Osvaldo Uchitel, el científico afirma que está muy contento de haber vuelto.
“Cuando me fui parecía que en la Argentina era imposible investigar -concluye-, y ahora estamos con un montón de proyectos.”
LA NACION