Los más bellos, los más veloces

Los más bellos, los más veloces

Por Jorge Otermin
Según la leyenda árabe, Dios le dijo al Viento del Sur: “Convierte en sólida tu carne porque quiero hacer de ti una nueva criatura”. Entonces Dios tomó un puñado de viento, sopló creándolo y dijo:

“Te llamarás caballo y la virtud inundará el pelo de tus crines y tu grupa. Serás mi preferido entre todos los animales porque te he hecho amo y amigo. Te he conferido el poder de volar sin alas… porque del viento vienes y viento debes ser en la carrera”.

De esa noble raza Arab provienen Byerly Turk, Darley Arabian y Godolphin Barb -los padres fundadores-, que fueron llevados a las islas británicas para aparearse con las yeguas reales, dando lugar a una de las estirpes más valiosas, los Sangre Pura de Carrera, o SPC, como se los denomina técnicamente en ese ámbito.
Si bien ya Enrique VIII había fundado el primer “Royal Paddock” con caballos berberiscos provenientes de España e Italia, es recién a partir de 1.700 cuando se los comienza a utilizar intensivamente en forma deportiva, y nace una industria de cría a partir de la cruza de las mejores especies.
El doctor Juan Antonio Rodríguez Portas, vicepresidente de la Asociación Argentina de Veterinaria Equina, comenta a Ámbito Premium: “Esta actividad se desarrolla fundamentalmente basada en las investigaciones de Sir Robert Bakewell en la localidad de Dishley, bajo el precepto ‘breed the best to the best’ (cruzar lo mejor con lo mejor), enunciado que se ha mantenido hasta estos días. Pero debo decir que en términos lógicos, el enunciado pareciera correcto, aunque en términos biológicos no es así. A veces cruzar el mejor caballo con la mejor yegua no da los resultados esperados. Aunque ésos son la tradición y el folclore que han signado esta actividad y es como está establecido”.

Ámbito Premium: La tradición de la cría demuestra que a padres exitosos corresponden hijos también exitosos…
José Antonio Rodríguez Portas: Es una verdad a medias. Es cierto que los buenos caballos cuentan con un “pool” genético de los cuales, según sustenta la estadística, siempre hay alguno de ellos. En Irlanda se hizo un estudio que demostró que la mayoría de los caballos con precios más altos provocaban quebranto. Certificando que los más caros demostraron estadísticamente que no rindieron lo que se esperaba de ellos; excepcionalmente, un caballo precio récord fue campeón del año. Existe el caso de Pegasus, 4 millones de dólares en la subasta de potrillos a 18 meses que ganó la misma suma en premios, y como mejor caballo del año se sindicó en 70 millones de dólares; pero un caballo como Bertrando, que costó 1.500 dólares, fue campeón del año. O el caso de Secretariat, uno de los mejores caballos de la historia, pero definitivamente el peor padrillo; le pusieron las mejores “novias” que había en ese momento y apenas dio animales como la ‘yegua Lady Secret, que ganó 3 millones y pico de dólares en premios en las épocas de Bayacoa y Paseana,
a principios de los 90, cuando se hubiese pensado que podría haber dado todos animales campeones.
A. P.: ¿Qué aporte hacen el desarrollo de la genética y la biotecnología?
J.A.R.P.: Como veterinario tengo la ilusión de que un caballo pueda ser definido biológicamente, que se pueda desmenuzar cada una de sus moléculas ponentes, como expectativa del futuro, mediante la aplicación de recursos como la nanotecnología, pero probablemente esa aproximación del hombre a la verdad vaya en contra de este negocio. En esta población, donde hay tanto “inbreeding” tanta consanguinidad, el impacto de la genética es sólo del 30%; el resto le corresponde a la mano del hombre. Un caballo con más pedigree, incorrectamente manejado rinde menos que otro de uno menor, muy bien manejado. La cuestión es definir el entrenamiento, donde hay que contemplar aspectos como la distancia en la cual van a competir. Hay graves errores de conocimiento que muchas veces parten desde la crianza misma. Durante años me pasé suministrando gluconato de calcio para las sobrecañas (una lesión en la cara dorsal de los metacarpianos principales), cuando en verdad esto tiene muy poco que ver con la disponibilidad del calcio; un caballo normalmente donde se cría tiene la cantidad de calcio (esto es en el suelo) necesario. Un error. Hasta que a alguien se le ocurrió hacer estudios de densidad ósea, porque sólo se evaluaba la resistencia del hueso -su resiliencia-, es decir la capacidad de adaptación a la presión. Lo que se observó es que la remodelación del hueso y la resistencia final que tiene a esa resiliencia no eran función directa de la disponibilidad de minerales, porque en esencia los tenía, sino que era función del impacto. Entonces, la única forma de que no padecieran sobrecañas era entrenando diferente, no medicando suplementos que no tenían ningún sustento. Aprendimos que el hueso se entrenaba distinto que los pulmones y el corazón. Yo armé un programa especial de entrenamiento que ya lleva incluidos unos 1.660 caballos y logré bajar las sobrecañas de un 60% a un 4%. En esos impactos es donde el hueso aprende, en un proceso donde no se altera la resiliencia; ésta sí se altera cuando el esfuerzo es demasiado grande, 400 metros de golpe para un caballo no es nada, pero sí para un hueso que está siendo educado. Pero estos procesos de cambio se viven no solamente en la Argentina. Yo que he desarrollado mi actividad en 14 países durante muchos años diría que la carencia es similar. No creo que sólo la genética sea la clave, creo que la mano del hombre lo es. Esto alienta a la industria, porque cualquier persona que se forme, se capacite, casi va a lograr que cualquier caballo salga con buen rendimiento.
Á.P.: ¿Cómo ve el futuro de la actividad?
J.A.R.P.: Hay que cambiar el estigma que tiene esta actividad vinculada al juego. La Argentina en el 94 jugó en todas las modalidades 2.000 millones de pesos a las carreras, de los 420 millones correspondientes a todo el ludismo del país, casi un 25%; en el año 2000 se jugaron 12.000 millones en general, mientras a las carreras sólo 225 millones; el índice bajó al 2%, creció el juego en general, pero no el de las carreras. Es decir que cambió la modalidad del entretenimiento en sólo cuatro años. Lo que para la actividad es el motor, sin ninguna duda, también es una condena social, porque sólo se ve al jugador y no al que se divierte. En juegos como la ruleta hay sólo una bolillita en juego; la diferencia con las carreras de caballos es que hay mucho trabajo y esfuerzo humano detrás. Hace años, un sociólogo me explicó que la rutina del hombre no era buena: su trabajo, sus obligaciones, sus frustraciones, no tenían expectativas de cambio y que el ludismo venía a cumplir la figura de la esperanza. Pero lo que debemos cambiar es la visión de nuestro juego. En la época de nuestros padres, al tipo que le gustaba el tango le gustaba el turf Y nos hemos quedado con una imagen errónea y nostálgica del turf con el mensaje “Palermo, me tenés seco y enfermo”: Imágenes sociales que hay que tratar de revertir. Otro tema es el poder adquisitivo. Hay que desterrar el supuesto de que cuanto más pobreza hay, más se juega. El paradigma lo representa Japón, donde el PBI per cápita es uno de los más importantes del mundo. Y para la Japan Cup se juegan 400 millones de dólares en la carrera principal y 800 millones durante todo ese día. Un último aspecto de este negocio son los premios. Hoy hay premios promedio de 8 a 10.000 dólares por carrera; eso es lo que estimula a la industria, porque si los costos de mantenimiento de la pensión de un caballo son de 2 o 3.000 pesos mensuales, se gana una carrera y alcanza para mantenerlo durante unos cuantos meses. El estímulo que se ha logrado con el Fondo de Reparación Histórica, donde un porcentaje de la totalidad del juego va para las carreras, ayuda a hacer crecer la bolsa de premios, porque si nos guiamos por lo que indica el Parimutuel (sistema de apuestas mutuas), los premios actuales promedio no deberían llegar a 2.000 dólares.
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