“Innová, pero que ni se te ocurra equivocarte”

“Innová, pero que ni se te ocurra equivocarte”

Por Hernán Schuster
Minuto 88 de un partido durísimo con dos expulsados por lado, 0-0. De pronto, falta en el área y penal para el local. Los jugadores se miran desconcertados. Alguien tiene que tomar carrera, pegarle a la pelota e intentar que vaya a algún lugar del arco que resulte inalcanzable. Las tribunas están llenas, se escucha el murmullo, los celulares están preparados para sacar LA foto del gol.Si estuvieras ahí, ¿pedirías patear el penal o dejarías a otro?
Esta duda es la que sienten muchos de los que trabajan en una empresa cuando les piden que innoven. Aunque sepan que, para hacer un gol, la única posibilidad es patear -y correr el riesgo de fallar- también saben que el fracaso no está bien visto. O, aún peor, que va a ser poco tolerado e incluso castigado. Vivimos en un mundo que los especialistas definen como VICA: volátil, incierto, complejo y ambiguo. Y, dentro de este paradigma, las organizaciones necesitan innovar y adaptarse al contexto para mantenerse a flote y no desaparecer.
Entendiendo la innovación como un requisito para la supervivencia de las empresas, ¿qué pueden hacer estas para estar del lado ganador? ¿Cuál es el contexto que deben generar para que la magia de la innovación suceda? ¿Cómo se crea una cultura organizacional innovadora?

De acuerdo con la Encuesta Global de Innovación del Boston Consulting Group de 2015, el 31% de los encuestados respondió que una cultura adversa al riesgo era el principal obstáculo para la innovación. En criollo: una de cada tres empresas no innova por miedo a fracasar.
Son muchos los altos ejecutivos del mundo corporativo que saben que el fracaso es una parte indivisible -casi un requisito- de la innovación. Sin embargo, el sistema está construido para premiar la eficiencia y la confiabilidad: se llega a ser promovido mostrando que se pueden administrar recursos, elaborar presupuestos y lidiar con los riesgos de manera responsable. De esa manera, por más que esté entendido que podemos (y debemos) fallar, se hace lo posible por evitar el fracaso.
Esto responde a lo que en teoría de la decisión se conoce como “sesgo de omisión”: se castigan las decisiones que se toman pero no las que no se adoptan, aunque los efectos sean igualmente importantes. Llevado al mundo de las empresas, si se castiga el error, los colaboradores preferirán fallar por omisión (por no patear el penal) que por comisión (por patearlo y errarlo).
Para innovar, indudablemente, hay que hacer cosas diferentes a las que siempre hacemos y eso muchas veces implica recurrir al método de prueba y error. Si queremos crear una cultura de experimentación y tolerancia al fracaso en la empresa, debemos premiar la prueba, pero también medir el error. Y debemos medir el riesgo.
En una de las empresas en las que trabajé, nuestro ejercicio de planificación anual requería dedicar el 5% del presupuesto de Marketing a la experimentación. Bajo el mantra “gastá poco, aprendé mucho”, teníamos permiso para probar cosas nuevas y no se juzgaba el resultado de ese grupo de acciones, sino el proceso. Si el resultado no era el esperado, no era visto como algo negativo, siempre y cuando hubiéramos aprendido. Este approach de riesgo calculado no asegura la ausencia del fracaso pero sí implica acotar su impacto.
En su libro Creatividad S.A., Ed Catmull, co-fundador y presidente de Pixar y Disney Animation Studios, sostiene: “Los errores no son un mal necesario. Ni siquiera son un mal. Son la consecuencia inevitable de hacer algo nuevo y deberían ser vistos como algo valioso”. Entonces, en el próximo partido, ¿te vas a animar a patear el penal?
EL CRONISTA