El paraíso

El paraíso

Por Ezequiel Fernández Moores
El periodista de TV grita y golpea la mesa con su puño. ¿Estará hablando del ejecutivo acusado de pagar sobornos para televisar la Copa América? No. Él, y otros igual de indignados, son fiscales de Leo Messi, el crack que llevó a la Argentina a dos finales en menos de un año. Lo acusan de no haberlas ganado. De no ser como Maradona, mito eterno. México 86 es el título inolvidable. Más que ese título, el único que logró en 27 años conla selección mayor de Argentina, Diego fue símbolo porque fue capitán en tiempos en que los clubes europeos se negaban a ceder a sus estrellas. México fue su Mundial perfecto. Alemania, es cierto, lo anuló en la final. Pero a los 83 minutos Diego tocó genial de primera al vacío para que Burruchaga anotara el 3-2. Messi, elegido mejor jugador en cuatro de los primeros cinco partidos de Argentina en la Copa América, tampoco se lucía en la final del sábado. Hasta que en el último minuto escapó a la triple marca, a los golpes, y fabricó el espacio para correr por fin hacia adelante. “El genio que frotó la lámpara en el momento justo”, preparaban el título los noticieros. Pero faltó Burruchaga. Y el coro de fiscales descubre ahora que Messi, que sigue sin cantar el himno, no corre de un lado a otro, no se golpea el pecho, no insulta y ni siquiera llora. Messi nunca se declaró el dios del fútbol, tampoco se victimiza si las cosas no salen y, menos aún, se compara con los demás. Pero lo endiosamos, lo victimizamos o lo acusamos. Capitán indigno.
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La Web reproduce al infinito al periodista furioso de la TV, al título “Messi cagón” de un importante diario español y a los agravios a la presidenta Michelle Bachelet de un relator argentino más anónimo. No importa quién. Importa que insulte. Da rating. En la TV los noticieros “enfrentan” a periodistas de opiniones opuestas para que griten Messi sí o Messi no. Analistas “serios” de la política y la economía afirman que su abuela habría disparado mejor el penal. Y “también están aquellos que -como dice el blog La Pelota que viaja- consumieron del bidón y quedaron drogados para siempre”. Cercanos a Messi deslizaron en las últimas horas que, supuestamente, Leo está harto y evalúa “descansar” de la selección. Los fiscales deberían exigirle que juegue los partidos previos. Que lo necesitamos para llegar a la final. En la última temporada, Leo cargó muchas veces él solo con un Barcelona que ahora corre más y juega menos. En la selección, es cierto, todo le costó siempre más. En la adversidad, si no hay sociedad, Messi puede bloquearse. Hasta los tiros libres se le van afuera. Sí, es un crack imperfecto. Raro que, ya consciente de eso, Martino haya preparado el sábado un equipo que, primero, buscó anular al rival. Que cedió la iniciativa tan declamada. Cuentan que, tras la derrota, Leo no quiso retirar el premio de mejor jugador del torneo. Mascherano, al borde de las lágrimas, dijo que quizás el problema -no ganar- era él. Sí, Mascherano. Único doble oro olímpico en la historia del deporte argentino.
Somos tan buenos que, si estamos en la final, ganamos antes de jugarla. Porque “salir segundos -nos machacaron especialistas de TV durante alguna década ganada, o perdida- no sirve”. “¡Es Chile!”, grita otro periodista en la TV Pública. Chile, sí. Que lleva un siglo esperando un título. Que en 2014 bailó por momentos en su propia casa a la Alemania que luego fue campeón mundial en Brasil. Y que juega de local, con las ventajas históricas del anfitrión (la Argentina sabe de qué se trata). No es el Brasil 70, claro, pero Chile lleva años sabiendo a qué quiere jugar. La final no tuvo buen fútbol porque el “Pitbull” (Medel) le ganó a La Pulga. Pero Chile, si bien más controlado en ataque, fue más fiel a sí mismo. Buscó el centro del ring apenas comenzó el partido. Mal o bien, es lo que hace desde que asumió Sampaoli, tres años atrás. Había aprendido a hacerlo antes con Bielsa, el hombre que, dicen todos en Santiago, modificó la mentalidad del fútbol chileno. En la Argentina, en cambio, muchos lo consideran “un perdedor”. Bielsa dijo alguna vez que admira la competitividad del jugador argentino. Pero no le gusta que esa mentalidad se deba más al “miedo a perder”. Porque en la Argentina, afirma Bielsa, “es más importante haber humillado a otro que haber ganado”. “¡Qué lástima -dice un psicoanalista cercano- que creamos que el desprecio será el estímulo para crecer”. El colega Alejandro Wall ve al menos un “avance”: antes, la pregunta era por qué Messi no rendía con la Argentina, ahora es por qué no rinde en finales. “¿Por qué Messi -ironiza el tuit de @refutador-no nos salva de nuestras vidas mediocres y nos lleva al paraíso que nos merecemos?”.
La primera semana post Copa América abrió este lunes con Adrián “Panadero” Napolitano en los tribunales. Quiere que la Justicia le crea que él actuó solo cuando atacó con el gas pimienta a los jugadores de River en la Bombonera. Que fue un hincha descontrolado, no un barra oficial, como Rafa Di Zeo y Mauro Martín. En plena Copa, Boca borró a ambos del derecho de admisión. Ya pueden volver a la Bombonera. Encargarse de que no haya más Panaderos. También en pleno torneo, el colega Diego Estevez publicó “La Final”. Un gran libro sobre el partido que Boca y River jugaron el 22 de diciembre de 1976 en cancha de Racing ante la cifra récord de 90.000 espectadores. Fue la única vez en toda su historia que River y Boca se enfrentaron en final directa para definir un título, el Campeonato Nacional de 1976. Documento formidable, el libro recuerda que River venía de ganar su último título en 1957, un año antes de que los jugadores de la selección fueran recibidos en Ezeiza con monedazos y gritos de “vendepatria” tras el fiasco del Mundial 58. Y que la sequía se rompió con el bicampeonato de 1975. Alonso, Perfumo, Fillol y J.J.López, más los ingresos de Passarella y Luque. Y Boca con Gatti, Mouzo, Suñé y Mastrángelo. Duelo de estilos entre Labruna y su fútbol ofensivo y menos táctico y el Toto Lorenzo y su juego de contragolpe, más colectivo y de mucho detalle sobre el rival. Y las finales, se sabe, suelen ganarse por detalles.
“Tardan mucho para hacer la barrera, ojo que se puede sacar ventaja”, decía el informe que tenía Lorenzo. A los 71 minutos, tiro libre para Boca, el Chapa Suñé le dice al árbitro Arturo Ithurralde que no quiere barrera, le pide a Veglio que se corra y anota suave y preciso a un ángulo, con la barrera a medio armar y Fillol todavía en el otro palo. El gol de la única final directa de la historia del Superclásico no tiene siquiera un video que permita recordarlo. Y su autor, ocho años después, deprimido tras el retiro, se arrojó desde un 7° piso. “Era el tipo serio, que no se permitía una duda. Era perfecto”, dice Suñé, un cinco clásico de Boca, duro e implacable, que sobrevivió al drama. La AFA había reducido a 50.000 las entradas populares. Los clubes lograron subir a 70.000. Sumando plateas, se vendieron 82.000 boletos, más 8000 colados. “El césped se movía”, cuenta Ithurralde. “Corrimos rápido por el túnel, porque la gente saltaba y parecía que se nos venía abajo”, dice Victorio Nicolás Cocco, volante de River. Quique el Carnicero, entonces líder, ordenó no saltar a La 12 porque se había desfasado una junta de una tribuna. Redistribuyó a la gente y siguió la fiesta. Hinchas de River, desalojados de los techos de las cabinas, fueron derivados a las superpullman. El asiento llegó a dirimirse a los puños. Caos absoluto a dos años del Mundial 78. Otros tiempos, los plateístas estaban mezclados en ese estadio neutral. Había sólo 350 policías.
Hoy, sin hinchas visitantes, hay cerca de 1500 policías. Boca-River tuvieron que suspender hasta un amistoso. El lunes pasado, mi amigo Marcelo fue a un humilde club de Villa Devoto a ver jugar a Popi, hijo de otro amigo escritor, buen arquero de 10 años de edad en torneos de FEFI, una liga infantil creada justamente para eludir las presiones de FAFI, la otra liga que es más exigente para los pibes. Marcelo escuchó a padres furiosos reclamando amonestación para un pibe que, sin intención, cargaba mal en cada salto. El árbitro, presionado, amonestó. El pibe amonestado lloró. “¿Están conformes ya?”, gritó el padre del pibe a los otros padres. El DT amagó retirar al equipo. Mi amigo Marcelo despidió a Popi felicitándolo por su decisión. Popi renunció a seguir jugando así.
LA NACION