Ángel Baratucci, el mito viviente que se despidió al Olimpo de la admiración

Ángel Baratucci, el mito viviente que se despidió al Olimpo de la admiración

Por Sebastián Heredia
El viento sopla frío en la mañana rosarina. Habrá una reunión más de carreras en el Hipódromo Independencia. Pero no es una más para Ángel Baratucci, quien ese día será homenajeado una vez más. “Estoy muy nervioso. Cuando corría, estábamos el caballo y yo. Acá hay cada vez más gente, me van a subir a un escenario, van a hablar de mí. No estoy preparado. Siempre estuve preparado para correr. Esa fue mi vida”, confesaba junto al tímido sol de junio de 2012, durante la última fecha de la Copa UTTA. En el abrigo de esa humildad, a sabiendas de la herencia que supo construir, permeaba con el calor de su leyenda.
Su atributo en el turf le permitió ser, desde la última década del siglo pasado, Ciudadano Ilustre de la ciudad. El Consejo Municipal de Rosario, visto y considerando sus logros profesionales, no dudó a la hora de poner la firma. Tampoco el Hipódromo Las Flores, en el marco del Día Nacional del Jockey Profesional, una fecha que justamente responde a un dato en lo más alto de sus anales, el del 15 de diciembre de 1957, sino también del deporte en el Mundo: ocho victorias en las ocho pruebas de lareunión. Durante el último Gran Premio Carlos Pellegrini, el Hipódromo de San Isidro hizo lo mismo. Y así hasta que su alma pudo partir con la seguridad de una profesión llevada con todas las de la ley.
“En esa época cada carrera era un clásico. Había cantidad y calidad de jockeys que cualquier error te podía costar una victoria. Pero era todo muy limpio: nos cuidamos entre nosotros, que nada sucediera por fuera de los códigos del deporte”, definía de su etapa con la fusta. Fueron 26 estadísticas a su vitrina, con 21 calendarios en fila. Hubo más de 3500 discos triunfales. Se retiró en octubre de 1989, a bordo de la yegua Snow Festival, también al tope del marcador. Pero ese último resultado no le cambiaría nada: ya había ganado respeto y admiración en toda la industria.
Para quienes lo vieron, el orgullo ante cada saludo. Para los que no tuvieron esa suerte, la reminiscencia a un mito. “Algunos saben de mi por los libros de historia, pero todavía no dejo de sorprenderme que quieran una foto conmigo. En tanto, los demás, saben muchos detalles que yo ya no recuerdo. Ambas expresiones me hacen sentir vivo. Me lo voy a llevar conmigo hasta mi último segundo”, definía sobre ese vínculo. Esa carrera, la del agradecimiento eterno y mutuo, también la llevó a cabo con maestría e hidalguía.
Sus restos serán depositados en el panteón familiar del Cementerio de El Salvador. Los aplausos, en el silencio respetuoso, son también parte de la gloria para un ícono de los estribos. “Gracias”, repetía una y otra vez. Don Ángel será enunciado cada vez que vuelva una de sus hazañas, como por supuesto, el día que gracias a su proeza, hoy tiene correspondencia para cada uno de sus colegas. Ese honor no es para cualquiera. Ese es su legado.
PURA HIPICA