¿Por qué tenemos malos pensamientos?

¿Por qué tenemos malos pensamientos?

Por Lorena Díaz Green
Toda cultura tiene su mitología. Sus creadores de mitos. Y aquellos que luego los echan por tierra. Alejandro Borgo, periodista crítico e investigador escéptico, pertenece al tercer grupo. Es, quizás, uno de los grandes desmitificadores de Latinoamérica. Hoy a la cabeza del capítulo local del Center For Inquiry (www.cfiargentina.org) -que se ocupa en refutar las pseudociencias-, durante 30 años se dedicó a desmantelar experiencias paranormales, supuestos curanderos y milagros que no eran más que trucos baratos de magia. Hoy acaba de desmantelar otra clase de experiencia, la que sucede dentro de nuestras propias cabezas.
En su libro “Por qué a mí” Borgo analiza cuáles son los errores más comunes que comete nuestra voz interior, una voz que, más que al laboratorio de un científico, se parece al escenario mágico de “El señor de los anillos”. Allí, Borgo descubre la raíz de algunas máximas que repetimos sin saber por qué: “A mí me pasan todas”, “No tengo suerte” o “Siempre voy a ser un fracasado”. “Estos no son pensamientos, en verdad, son creencias. Todos creemos que sabemos, pero no todos sabemos lo que creemos” sentencia el autor, en un mundo que, según él, no estamos preparados para percibir tal cual es. “Somos malos observadores, tenemos mala memoria, vemos cosas donde no las hay y donde las hay no las vemos. Comparados con algunos animales, no tenemos ni de cerca la agudeza visual y olfativa que tienen águilas y perros. Pero contamos con una gran ventaja: nuestro cerebro, tal vez el organismo más complejo que existe en el Universo. Hay que aprovecharlo”.
La mayoría de las veces, nuestras creencias son infundadas y, lo que es más alarmante, actuamos en consecuencia. Estamos, por decirlo así, diseñados por aquello en lo que creemos. Pero ¿cuáles son los errores más comunes que cometemos al pensar? En su manual, Borgo enumera los principales:

  • Sobregeneralizamos.
  • Preferimos los cuentos a las estadísticas.
  • Sacamos conclusiones apresuradas.
  • Tenemos un razonamiento emocional.
  • Pensamos en blanco y negro -sin matices.
  • No tenemos en cuenta los argumentos de la otra persona, sino su presunta autoridad.
  • Rara vez nos sentimos satisfechos con una afirmación imparcial, si no se ajusta a lo que ya pensábamos.

“El antídoto contra estas falacias es aprender a utilizar la poderosa herramienta del pensamiento crítico” revela él. “Las distorsiones cognitivas son pensamientos erróneos que provocan respuestas emocionales negativas. Se ha estudiado mucho lo que ocurre a las personas que sufren depresión. Hay una relación interesante entre los errores más comunes que cometemos al pensar y aquellos que cometen las personas que padecen estados depresivos”.
En pos de encontrar patrones que lo ayuden a avanzar por la vida, el cerebro por momentos cae en un fenómeno llamado pareidolia, un hechizo mental del cual nadie está libre. Encuentra siluetas familiares en las nubes. Mensajes subliminales en las canciones puestas del revés. Manchas de humedad que asumen en las paredes el indudable rostro de Jesús. “Es asombrosa la capacidad que tiene el cerebro para encontrar sentido allí donde no lo hay”, reflexiona Borgo. “Estas cosas suceden por azar, algo a lo que normalmente le damos poco valor.”
Otro error habitual de la mente es basarnos en nuestros recuerdos. La memoria humana no es la de una computadora: registra sólo lo que quiere. Gente que se la pasa despotricando por lo ingrata que es su vida, es un ejemplo de memoria selectiva. Alguien que, tras asistir a un vidente, concluye que “le acertó en todo”, cuando sólo dio un diagnóstico exacto en 3 de cada diez afirmaciones, padece también de los recortes de su memoria. Cree ver lo que le gustaría ver. A veces, nuestros cortocircuitos entre realidad y suposiciones pueden tener consecuencias serias. “Los pensamientos equivocados pueden llevarte a tomar decisiones equivocadas, que pueden poner en riesgo tu salud física y mental, e incluso tu vida”, observa Borgo.
Muchas veces, otro fallido preocupante es confundir razonar con racionalizar. Razonar es un proceso lógico, despojado de emociones. “Racionalizar, en cambio -compara Borgo-, es intentar justificar hechos a través del tamiz de nuestro sistema de creencias”.
Se dice que las creencias ayudaron a evolucionar al ser humano. Separar situaciones de peligro de situaciones sin riesgos fue vital para el hombre primitivo. Las creencias tienen un componente biológico de supervivencia. Consideramos más amenazantes los hechos que suceden en la oscuridad. Nos sentimos más vulnerables ante un sonido extraño estando solos que acompañados. “La fantasía no es mala si sabemos que es fantasía y disfrutamos de ella, como cuando vemos una película o leemos una novela”, concluye Borgo. “El problema es cuando nos regimos por ella. Pero hay que ser valientes y enfrentarnos cara a cara con la realidad. Mientras más la conozcamos, más probabilidades tendremos de manejarnos mejor. Uno tiene el derecho de vivir en la ilusión o en el mundo mágico. Pero el costo es alto. En lo personal, prefiero conocer la verdad, por más dura que sea”.
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