El día que Lacan se quedó sin público

El día que Lacan se quedó sin público

Por Osvaldo Quiroga
En qué se piensa? En las cosas que no se dominan en absoluto, que es preciso girar, dar vueltas sesenta y seis veces en el mismo sentido antes de lograr comprender. Esto es lo que se puede llamar el pensamiento. Meditando muevo, hurgo.” La reflexión pertenece a Jacques Lacan y está extraída de Mi enseñanza . El psicoanalista francés, que revolucionó el psicoanálisis a partir de una relectura de Freud, y que soportó la crítica despiadada de muchos de sus colegas más conservadores, no dejó de pensar hasta el último día de su vida. Su obra, cerca de la lingüística y de la filosofía, continúa creciendo. De ahí que El doctor Lacan , pieza escrita y dirigida por Pablo Zunino, que con notable éxito se presenta en el teatro La Comedia, despierte tanto interés. ¿Qué ocurre el día en que Lacan llega a dictar su seminario y no hay nadie en la sala? Lo acompaña Gloria, su secretaria española de toda la vida, y no le quedará otra alternativa que conversar con ella y de vez en cuando mirar la sala desierta y reflexionar. Es lo que ha hecho toda la vida: hablar en el desierto y pensar. Nadie puede construir una teoría propia sin pasar por esa instancia. Lacan es expulsado de la Asociación Internacional de Psicoanálisis en 1963 y un año después funda la Escuela Freudiana de París. Durante mucho tiempo, incluso en Buenos Aires, que hoy es la capital mundial del psicoanálisis, su nombre era mala palabra. Pero nadie pudo ni con su inteligencia ni con su afán intelectual por releer a Freud y construir su propio edificio teórico.
Pablo Zunino, valiéndose de una mirada profunda sobre un personaje que conoce a fondo, construye un espectáculo que bordea algo de lo esencial de Lacan. Contó, es cierto, con Mario Mahler, que además de componer su personaje con encomiables recursos profesionales tiene un parecido asombroso a Lacan, y con Silvia Armoza, muy buena actriz, en la piel de Gloria. Lo que ocurre entre el doctor y su secretaria es divertido, inteligente y provocador. Él habla de la manifestación que ha impedido que lleguen sus discípulos al lugar, al mismo tiempo que reflexiona sobre el estadio del espejo o los nudos borromeos. Y lo hace desde cierta desmesura que caracteriza a los hombres que son tan libres como sus pasiones. Lo suyo no tiene gusto ni a final ni a balance. Son las palabras de alguien que podía pensar en Antígona , de Sófocles, mientras discutía de minucias con cualquiera que se le acercara. Lacan era su obra y los momentos de júbilo que aparecen en escena guardan estrecha relación con su manera de ver y de estar en el mundo. “Lo verdadero es siempre nuevo, y para ser verdadero es preciso que sea nuevo”, decía Lacan. Se refería al comienzo. Lacan exige repensarlo todo otra vez. Y Pablo Zunino, que además de hombre de teatro es psicoanalista, bordea la síntesis del personaje al mostrarlo en su cotidianidad. Cuando el psicoanalista francés se encuentra frente a un auditorio vacío, habla. En este caso con su secretaria, pero si no igual hablaría, porque él sabe, quizá más que nadie, que todo, o casi todo, está en el lenguaje.
No es El doctor Lacan una obra teórica ni nada que se le parezca. Lo que capta Zunino, con admirables recursos teatrales, es la línea sutil que existe en cada uno de nosotros entre lo que hacemos, lo que decimos y nuestro comportamiento corporal. Eso es teatro. Y eso también es psicoanálisis.
En la obra lacaniana abundan las referencias al teatro. Su manera de leer algunos textos es radicalmente teatral. Cuando en el seminario sobre la Ética del psicoanálisis dice que Antígona es “la chiquilla”, está pensando en términos teatrales. Imagina el cuerpo de una adolescente frente a otro cuerpo, mucho más poderoso porque habla desde el semblante del poder. Cuando habla de Hamlet, muestra cómo el personaje de Shakespeare pospone la acción de matar a Claudio. Lo que significa que Hamlet quiere y no quiere cumplir con el mandato del espectro. Y cuando analiza El Banquete , de Platón, comienza su segunda clase hablando de decorado y personajes. Describe la escena cuando vienen a llamar a la puerta para despertar a Sócrates y cuenta que hasta no hace tanto tiempo la noche era la noche. Y agrega: “Cuando se está sumido en la oscuridad, se está verdaderamente sumido en la oscuridad. Uno no reconoce a la persona que le toca la mano”. Sólo a partir de esta frase podríamos hablar de la eficacia del análisis de un texto bajo la mirada de Lacan. Porque una obra no se analiza sólo por las líneas de acción más evidentes. El que sabe ver se preocupa por los detalles, por lo que se esconde en los pliegues del texto y en los recovecos de las palabras. Para Lacan, El Banquete es una obra cómica. Y lo demuestra.
Una última acotación: si Harold Bloom propone leer a Freud a partir de Shakespeare, no sería desacertado proponer que se lea a Lacan a partir de Beckett. Ese agujero existencial de los personajes de Esperando a Godot o de Final de p artida no es ajeno al pensamiento de Lacan. Ambos, acaso sin saberlo, dicen lo mismo: el lenguaje no basta, pero sin el lenguaje no hay nada más que abismo.
LA NACION