Un papa que llega con la misión de restaurar la esperanza

Un papa que llega con la misión de restaurar la esperanza

Por Luisa Corradini
“Mis hermanos fueron a buscarme al fin del mundo”, dijo el nuevo papa Francisco cuando apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro. Esa osadía de los otros 114 cardenales que participaron en uno de los cónclaves más cortos de la Iglesia no sólo es histórica: también es revolucionaria.
El cardenal Jorge Mario Bergoglio no sólo será el primer papa de América latina, el continente más católico del mundo: también será el primer papa jesuita y el primer pontífice de la historia que se llame Francisco.
Todas esas novedades podrían ser, sin embargo, anecdóticas, comparadas con el verdadero significado de esa elección que, en pocas palabras, podría ser definida como una profunda voluntad de cambio, en el respeto de la tradición.
“Esta elección es una bellísima señal de renovación de la Iglesia”, estimó anoche el obispo francés Bernard Podvin. Para el prelado, “por primera vez la iglesia de los pobres tiene un papa”.
Ése es probablemente el principal mensaje de la llegada del cardenal Bergoglio al trono de Pedro: el nuevo jefe de la Iglesia Católica deberá encarnar el espíritu de solidaridad, de diálogo y de apertura. Su elección misma es el reconocimiento de la necesidad de un cambio cultural y geográfico y, sobre todo, de una profunda renovación.
Para el vaticanista Bruno Bartoloni, Bergoglio, que había sido favorito frente a Joseph Ratzinger en el cónclave de 2005, “es un hombre concreto, pragmático, eficaz, que podría hacer algo sólido, sobre todo en el terreno de la [necesaria] reforma de la curia romana”.
“En el terreno social, es probablemente muy abierto, aunque sin duda conservador cuando se trata de la moral”, agregó.
Pero Bartoloni considera que los cardenales escogieron “una solución de facilidad, evitando por todos los medios lanzarse a la aventura”.
En todo caso, el nuevo pontífice asume la dirección de la Iglesia en un momento en que la institución atraviesa una fuerte tempestad: está dividida, en América latina enfrenta una feroz competencia de las iglesias pentecostales y de las sectas afroamericanas, mientras que los escándalos sexuales la desacreditaron profundamente en muchos países.
“La Iglesia debe liberarse de todos esos obstáculos, de cosas sucias, de una mala gestión. Todo aquello que le impide cumplir con su principal objetivo, que es hacer descubrir a Dios”, explica Sandro Magister, vaticanista del semanario italiano L’Espresso.
Según Magister, “la curia romana, confusa y desordenada, necesita ser podada, debe volverse más liviana y eficaz” a fin de trabajar “exclusivamente al servicio del Papa”, en vez de “obstaculizar con ahínco la comunicación con sus obispos”.
Apenas elegido, el papa Francisco tendrá que ocuparse de poner orden en la curia. Pero también deberá ocuparse de la evangelización en el mundo y de acercar al redil esos centenares de miles de fieles que se alejaron por profundas divergencias.
Europa asiste al envejecimiento acelerado del clero y los especialistas anuncian una caída sensible de la práctica religiosa hasta en esos viejos bastiones católicos que han sido Polonia e Italia. Aunque otros señalan, sin embargo, un renacimiento inesperado de la fe en una joven generación, tan minoritaria como decidida.
En África, el catolicismo está en expansión. Pero también lo está el islam, al igual que el protestantismo evangélico. Lo mismo sucede en Asia: todo queda por hacer en aquellos países donde el cristianismo es percibido como una religión extranjera a la cultura dominante.
En el continente americano es necesario ser capaz de dar un nuevo aliento. En el Sur, a fin de recuperar el terreno perdido en manos de los evangelistas protestantes que supieron ganarse las clases más pobres, desorientadas por las enseñanzas de la Teología de la Liberación de los años 70 y 80.
En el Norte, es necesaria una nueva partida tras la crisis provocada por los sacerdotes pedófilos. Si bien ese drama fue relativamente bien tratado en el pasado reciente, las consecuencias fueron desastrosas. Ahora es el momento de restablecer definitivamente la confianza.
En Medio Oriente, por fin, se trata de apoyar un cristianismo histórico pero realmente vivo, antes de que sea sumergido por el aumento vertiginoso de un islam agresivo y numéricamente superior.
Más globalmente, y después del pontificado relativamente intelectual de Benedicto XVI, el heredero de San Pedro también fue elegido por su capacidad de contacto con la gente.
Los cardenales pensaron sin duda en renovar el carácter popular del ejercicio papal, en el más puro estilo de Juan Pablo II, pero también en la filiación de Juan XXIII y Juan Pablo I. Un papado simple y accesible. Una tarea que representará para el nuevo pontífice un auténtico desafío, pues ese estilo aún debe ser inventado.
Junto a esas tres tareas fundamentales, el Papa hallará sobre su escritorio una serie de expedientes técnicos, pero igual de prioritarios: las relaciones con China (su predecesor se había dirigido en su último mensaje de Navidad); la gestión de los lefebvristas, esos católicos integristas con los que Benedicto XVI nunca tuvo un mensaje claro, y, por fin, la actitud con el islam: la conferencia de Ratisbona de Benedicto XVI sobre la fe y la razón había desencadenado vivas reacciones en el mundo hasta que un viaje del Sumo Pontífice a Turquía consiguió calmar los ánimos.
Por fin, el papa Francisco deberá adoptar una estrategia clara con respecto a la juventud, como cuando Ratzinger, apenas elegido, fundó una “generación” en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) de Colonia (Alemania). Ahora la cita está fijada para julio en Río de Janeiro, y será una gran oportunidad para lanzar su pontificado a nivel mundial.
Para Andrea Tornelli, vaticanista del diario La Stampa, el lenguaje papal también deberá ser renovado: un pontífice debe “anunciar el evangelio en forma positiva para que la gente se sienta querida antes de ser juzgada”, dice.
Otra prioridad, cuya necesidad se hace oír desde las parroquias de todo el mundo, es la búsqueda de soluciones para que el Evangelio pueda ser predicado en ausencia de los sacerdotes. La grey también espera otras reformas, como el fin del celibato para los sacerdotes o el ministerio para las mujeres. Pero nadie espera que vaya a tomar este tipo de decisión.
“En todo caso -afirma Tornelli-, si no hay reformas de largo aliento, la crítica, que ya es muy fuerte en países como Austria, podría extenderse a regiones como América latina.”
Para hacer frente a esa tarea ciclópea, los cardenales parecen haber pensado que hacía falta un campeón. Bergoglio parece tener la exacta dosis de pragmatismo, calidez, experiencia, inteligencia y solidez necesarios para llevar a buen término su misión. Ahora habrá que esperar.
En todo caso, la inesperada audacia que demostraron los cardenales al elegir a un hombre, símbolo de la humildad, pero, sobre todo, de la renovación, prueba lo que Benedicto XVI afirmó hasta el último día de su pontificado: que la Iglesia, lejos de derrumbarse, sigue estando más viva que nunca.
LA NACION