La depresión también duele

La depresión también duele

Por Laura Ming
Hace 30 años, motivado por las que¬jas constantes de sus pacientes, el psiquiatra estadounidense Stephen Stahl, de 59 años, profesor de la Universidad de California, decidió estudiar la relación entre el dolor físico y la depresión. A pesar de ocurrirle al 80% de los pacientes, un problema raramente es asociado al otro por los médicos. Especializado en neurología y farmacología, Stahl se dedica a tratar de revertir el desequilibrio cerebral que hace que la vida de las personas que sufren depresión sea más penosa.

Periodista: ¿Cuándo fue establecida la relación entre la depresión y el dolor?
Stephen Stahl: En el día a día de los consultorios percibimos que los pacientes deprimidos se quejaban mucho de dolor de todos los tipos e intensidades. Veo eso desde que empecé a ejercer, en los años ’80. Por mucho tiempo yo interpreté esos reclamos como una fantasía de los pacientes. Miraba esas quejas con mucha desconfianza. Pero con el tiempo me di cuenta de que es¬taba totalmente engañado y entendí que las neurotransmisores (sustancias responsables por la comunicación entre dos neuronas) involucrados en los cuadros depresivos están asociados también a la sensación de dolor. Sentí mucha vergüenza cuando comprobé que las quejas de mis pacientes eran reales. A mediados de los años ’90 surgieron los antidepresivos con acción sobre la serotonina y la noradrenalina (neurotransmisores asociados a la sensación de bienestar), y pudimos percibir entonces que los pacientes decían experimentar una mejora en el cuadro doloroso. Esa es una prueba de que algunos dolores ocurren debido al mal funcionamiento de los neurotransmisores.

Periodista: ¿Por qué hasta hoy el diagnóstico del dolor físico asociado a la depresión es tan difícil?
Stahl: En los manuales de medicina, los síntomas de la depresión son los siguientes: pérdida de vitalidad o de interés por la vida, dificultad de concentración, sentimiento de culpa, trastornos del sueño (por falta o por exceso), pensamiento o actos suicidas, fatiga, alteraciones del apetito o del peso (sube o baja mucho), problemas con la habilidad psicomotora (agitación o lentitud). Ninguno de estos síntomas está asociado al dolor. Si un paciente viene a mi consultorio diciendo que tiene insomnio, tristeza y dolor no se soluciona nada tratando solamente el insomnio y la tristeza, como hacen la mayor parte de los psiquiatras. El concepto de remisión, de cura completa. prevé la desaparición de todos los síntomas depresivos. Ocho de cada diez pacientes con depresión moderada o grave presentan algún tipo de dolor, en mayor o menor grado. Estamos hablando de millones de personas en todo el mundo que no se recuperan completamente de un cuadro depresivo, porque continúan sintiendo un malestar que no es reconocido como síntoma de esa enfermedad.

Periodista: ¿Cuál es la diferencia entre el dolor que aparece en un cuadro depresivo con los otros tipos de dolor?
Stahl: Ninguna. Se puede manifestar de varias formas: puede provocar gastritis, cefalea o lesión muscular. La sensación es la misma, pero cuando buscamos qué es lo que está mal en el organismo del paciente no encontramos nada. A pesar de manifestarse en determinada zona del cuerpo (o en todo, como pasa en la mayoría de los casos), el dolor físico de la depresión está en el cerebro del paciente, donde es procesado equivocadamente. El dolor causado por la depresión es muy semejante al denominado “dolor fantasma”, que es común entre las personas amputadas. Cuando alguien pierde una pierna, por ejemplo, puede sentirla o percibir dolor. Eso sucede porque los circuitos de la médula espinal, responsables por la transmisión de los estímulos entre el pie y el cerebro, están allí, funcionando. Pero la percepción del dolor no está en el pie, está en el cerebro.

Periodista: ¿Entonces los analgésicos no resuelven el problema?
Stahl: No. Esos remedios funcionan bien para un dolor de dientes, por ejemplo. Normalmente, el cerebro envía estímulos nerviosos por la médula espinal para inhibir las sensaciones consideradas irrelevantes. Si yo recibí un disparo y preciso huir, solo voy a sentir el dolor cuando esté a salvo. El organismo me protege contra ese dolor en defensa de mi supervivencia. Esa inhibición se debe a un proceso químico que se intensifica en situaciones de emergencia. En la depresión, el proceso se debilita; el paciente siente dolor sin que haya estimulo doloroso.

Periodista: ¿Cuál es el riesgo de no tratar el dolor de la depresión?
Stahl: Enorme. Hay muchas probabilidades de que el doliente entre en un círculo vicioso infernal. El cerebro funciona gracias a una red precisa de conexiones, en la que un circuito depende del otro. En la depresión, algunos de esos circuitos funcionan mal, lo que lleva a la falta de vitalidad, a los problemas de sueño y al dolor, entre otros síntomas. Si solamente una parte de esos circuitos es tratada, hay mucho riesgo de que el circuito doloroso perjudique el equilibrio de los otros. Cuanto más tiempo pasa, peor. Los circuitos responsables de la sensación dolorosa son diabólicos. Si no son cortados, se fortalecen. Es como un músculo; si usamos la musculatura, se endurece; si no. se atrofia.

Periodista: ¿Hay casos en los que el tratamiento se torne inviable?
Stahl: En la mitad de los pacientes los remedios ya no funcionan, y además es tarde. El área cerebral responsable de recibir la información dolorosa está dañada, como si los circuitos del dolor estuviesen quemados. La medicina aún no descubrió cómo revertir este cuadro. Lo más que ha logrado es reducir el malestar.

Periodista: ¿Pero reducir los síntomas no es ya un avance?
Stahl: En la psiquiatría un medicamento que permita obtener una mejora del 50% de los síntomas ya está aprobado como tratamiento. Pero de todas formas nuestra meta debe ser siempre el 100%. De lo contrario, sería como si un médico se sintiera satisfecho por transformar una neumonía en una tos crónica. La depresión es una dolencia tan compleja que nos acostumbramos a buscar solo la disminución de los síntomas.
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