El olvido que cura

El olvido que cura

Para la Organización Mundial de la Salud, en el 2020 la depresión será la segunda enfermedad en orden de importancia.
El aumento constante de esta dolencia del alma ha llevado a los expertos a reconocer que la sufren las personas que no logran adaptarse a la manera de vivir contemporánea, donde los requerimientos tanto como la ética han cambiado de manera notable.
Así como antes trabajar en una empresa paternalista daba cierta confianza y estabilidad, y eliminaba la amenaza de la pérdida del empleo, las relaciones laborales actuales exigen resultados. Se trata, según el sociólogo francés Alain Ehrenberg (La fatiga de ser uno mismo:
depresión y sociedad), de que la norma para triunfar está fundada, principalmente, en la iniciativa personal. Algunas personas experimentan un sentimiento de insuficiencia frente a exigencias que sobrepasan sus capacidades. El reclamo de estos tiempos se traduce en el surgimiento de constantes ideas seguidas de una rápida concreción.
La tristeza es sólo la parte visible de una variedad de situaciones internas que van desde un desasosiego hasta la imposibilidad de resolver cuestiones cotidianas y un creciente aislamiento. A esto se suman los cambios en las estructuras familiares, las indecisiones, la fatiga y la desesperanza como elemento primordial. ¿Para qué luchar si nada cambiará?
Es evidente que hoy no está permitido estar afligido, atribulado, apenado o aburrido, y que se discrimina a quien presenta estas características; por lo que no es arriesgado afirmar que se trata de una enfermedad vergonzosa.
Las terapias cognitivo-conductuales adhieren al a teoría que los pensamientos están en la base de los sentimientos, y a ellos se dirigen para aliviar los síntomas de la depresión (del latín deprimere, sensación de deflación). Uno de sus métodos consiste en modificar las conductas, haciendo que el paciente tome nota de los pensamientos negativos y los analice. Pero ha resurgido una forma de aliviar el malestar que provoca esta era y es la que se basa en realizar una selección de los recuerdos. Jorge Luis Borges creó el personaje de Funes, el memorioso, que podía recordar fecha y hora en que ocurrían los sucesos, además de libros enteros. Pero era un ser desgraciado y limitado, imposibilitado de sobrevivir soportando su especial aptitud. El neurocirujano argentino Iván Izquierdo, que publicó El arte de olvidar, considera que para poder pensar, aprender y disfrutar hay que olvidar las diferencias, los detalles y las particularidades de los hechos a fin de elegir las generalizaciones. De esta manera, “olvidando para recordar”, defendemos nuestro cerebro de la saturación y la fatiga de lo inútil o lo insoportable. Nos protegemos de la locura, mediante la selección y el silencio. También para los griegos, el arte de olvidar brindaba, en cierta forma, la felicidad. Fundamentalmente, se trata de descartar rencores y remordimientos ligados a la necesidad del perdón. Según el doctor Izquierdo, “si estuviéramos continua mente recordando, todos seríamos presa del pasado y, por lo tanto, menos libres y creativos¨ . Por supuesto, hay evocaciones de las que no podemos prescindir a fin de disfrutar de las enseñanzas que nos dejó la experiencia.
Cuando el momento de la humillación, la carencia o el golpe moral acuden a nuestra mente, hay que apartarlo de inmediato. Lo que vale es el presente.El mismo Jesucristo, cuando se dirigió a los desamparados, no los consoló con la enumeración de sus pesares. Les dijo simplemente: “Mirad los lirios del campo: ni hilan ni se afanan y, sin embargo, ni el mismo Salomón, con toda su gloria, vistió como ellos”.