Japón limitó la inmigración y ahora le faltan trabajadores

Japón limitó la inmigración y ahora le faltan trabajadores

Por Jonathan Soble
Liun Hongmei estaba harta de su trabajo en una fábrica de ropa de Shanghái, donde trabajaba durante muchas horas por poca paga.
Así que hace tres años renunció para aceptar un trabajo en Japón. Una fábrica japonesa de ropa le prometió a Liu tres veces su salario chino de 430 dólares al mes, por lo que ella esperaba ahorrar miles de dólares para su familia que estaba creciendo con el reciente nacimiento de un hijo. “Parecía una gran oportunidad”, recuerda.
Quizá se le puede llamar oportunidad pero no trabajo. Legalmente, el tiempo que pasó Liu planchando y empacando ropa en Japón se considera “Capacitación”. Había ingresado al turbio y abusivo mundo de los practicantes técnicos de Japón: se trata básicamente de trabajadores de segunda clase traídos del extranjero para cubrir empleos que los ciudadanos japoneses no quieren aceptar.
Al igual que en Estados Unidos y otros países desarrollados, en Japón es difícil encontrar personas que cosechen verduras, recojan las bacinillas de los asilos y laven los trastes en los restaurantes. En Estados Unidos son los inmigrantes indocumentados quienes cubren muchos de estos empleos no calificados y de poca paga, una situación que el presidente Donald Trump atacó durante su campaña.
00japanworkers1-master1050
Japón, por su parte, alcanzó hace mucho lo que Trump ha prometido: tiene muy poca inmigración ilegal y oficialmente está cerrado para las personas que buscan empleos de obreros.
Sin embargo, su postura rígida hacia la inmigración, tanto legal como ilegal, le está causando problemas. Muchas industrias japonesas sufren de un grave desabastecimiento de mano de obra, lo que ha contribuido a frenar el crecimiento económico.
Eso hace que Japón cuestione algunos supuestos básicos sobre sus necesidades laborales. El debate es políticamente delicado, pero la cambiante realidad de las fábricas y los campos japoneses está forzando a que los políticos también cambien sus posturas.
En Japón la fuerza laboral de extranjeros llegó a un millón por primera vez el año pasado, de acuerdo con el gobierno, un aumento ocurrido por la entrada de gente con visas reservadas para practicantes técnicos.
Ese crecimiento también ha provocado un incremento en los casos de fraude y abuso contra los trabajadores, dicen los activistas laborales.
Liu es parte de ese debate. Llegó a Japón endeudada, después de haber pagado 7000 dólares para arreglar su visa. Una vez ahí, se encontró con condiciones laborales difíciles y una paga más baja de lo que le prometieron. Dice que sus jefes los “tratan como esclavos”.

‘Capacitación técnica’
Liu y otros trabajadores chinos de su fábrica llegaron a Japón a través de un programa de pasantías patrocinadas por el gobierno. Su propósito es resolver el difícil problema de la falta de fuerza laboral en Japón y su prohibición a la inmigración de trabajadores de salarios bajos.
Las granjas, las empresas que procesan alimentos y muchas fábricas no podrían mantenerse a flote sin practicantes extranjeros, dicen los especialistas.
“Los practicantes recolectan prácticamente todas las verduras que están en los supermercados de Tokio”, dijo Kiyoto Tanno, profesor de la Universidad Metropolitana de Tokio.
Para apaciguar a los grupos empresariales, el gobierno ha creado lagunas jurídicas en cuanto a la inmigración y cientos de miles de trabajadores de salarios bajos como Liu han entrado gracias a ellos. Provienen de China, Vietnam, Camboya y las Filipinas, y están cubriendo las vacantes de Japón, donde la población decrece, por lo que se convierten en un motor crucial de la economía.
Su cantidad va en ascenso. El programa de practicantes se ha duplicado en los últimos cinco años, a más de 200.000, según los datos oficiales, y el gobierno planea expandirlo. La principal fuente de trabajadores ha sido China, pero muchos provienen de Vietnam.
Pocos dudan que la “capacitación” sea un camuflaje. Más allá de un periodo corto de estudio de la lengua, la mayoría de los practicantes reciben poca o nula instrucción, que sería lo que los distinguiría de los obreros comunes, dicen los especialistas.
“El sistema es como decir que algo es blanco cuando en realidad es negro”, mencionó Yoshio Kimura, un parlamentario que dirige el comité laboral del Partido Liberal Democrático.
“Lo que en realidad estamos haciendo es importar trabajo”, aseveró Kimura. “Si queremos crecimiento económico en el futuro, necesitamos extranjeros”.
LA NACION/THE NEW YORK TIMES