Tomar sol: un debate médico que provoca desconcierto

Tomar sol: un debate médico que provoca desconcierto

Por Nora Bär
La escena es típica. Un especialista recomienda evitar el sol por todos los medios. Otro sugiere que no olvidemos exponernos unos minutos diariamente. El resultado muy probablemente sea el desconcierto.
Estudios realizados en las últimas décadas sobre los efectos del sol encendieron la chispa de la controversia entre oncólogos, dermatólogos, cardiólogos y endocrinólogos.
La mayoría coincide en que el actual aumento del cáncer de piel en todo el globo puede atribuirse a los cambios de los últimos 200 años en nuestra forma de tomar sol: lo hacemos como un banquete ocasional en lugar de que sea un moderado hábito diario.
Sin embargo, hay indicios de que tomar sol tiene más efectos positivos en la salud que los que se sospechaban. Una investigación en casi 30.000 mujeres suecas, firmado por P. G. Lindqvist, del Instituto Karolinska, y colegas, que se publicó recientemente en el Journal of Internal Medicine, muestra que las que se exponían activamente al sol tuvieron menor mortalidad (la mitad) que las que lo evitaban, aunque más riesgo de cáncer de piel.
Entre las conclusiones del trabajo figura que aquellas con mayor exposición al sol tenían menor riesgo de enfermedad cardiovascular comparadas con las que lo evitaban y “como resultado de su mayor expectativa de vida, aumentaba la contribución relativa de muerte por cáncer”. En otras palabras, no tomar nada de sol sería tan pernicioso como tomar demasiado.
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“Se le pueden hacer varias críticas a este estudio -opina el doctor Edgardo Chouela, titular de la cátedra de Dermatología de la Universidad de Buenos Aires-, pero lo fundamental radica en que es apenas una observación, todo lo demás son inferencias y especulaciones. Son estadísticas de alto nivel de complejidad que en otras poblaciones pueden dar resultados diferentes. Por ejemplo, no está definido qué tipo de piel tenían las mujeres. La ciencia se basa en romper paradigmas, pero esto no alcanza, por ahora sólo abre interrogantes. Además, hay una impronta ideológica para la interpretación de los datos: no son dermatólogos, sino endocrinólogos.”
Se sabe desde hace mucho que hay una razón por la que es importante exponer diariamente alrededor del 25% de la superficie corporal durante unos 15 minutos al sol. La radiación ultravioleta B (UV-B) promueve la síntesis de vitamina D, una prohormona a la que cada vez se le descubren más funciones, no sólo en la prevención de la osteoporosis, sino también como inmunomoduladora y en la disminución del riesgo de enfermedades como el cáncer, la diabetes o la esclerosis múltiple.
Como cada vez estamos menos tiempo al aire libre, distintas mediciones sugieren que gran parte de la población tiene niveles deficientes de esta vitamina. Un estudio local de la Asociación Argentina de Osteología y Metabolismo Mineral realizado en siete ciudades del país (Buenos Aires, Mendoza, Tucumán, Corrientes, Bariloche, Comodoro Rivadavia y Ushuaia) indica que esto es lo que les sucede a entre el 80 y el 98% de los adultos mayores de 65.
El consejo de los dermatólogos es exponerse al sol antes de las 11 y después de las 16. Pero estudios sobre el metabolismo de la vitamina D muestran que la radiación que sirve es precisamente la que recibimos entre las 11 y las 16, dependiendo del tipo de piel y de la latitud a la que nos encontremos.
En una revisión sobre los efectos positivos y negativos de la luz solar publicada en Cancer Research Frontiers, en mayo pasado, Han van der Rhee, del Hospital Universitario de La Haya, afirma que más allá de la producción de vitamina D, “hay evidencia epidemiológica y experimental de que la exposición crónica a la luz solar podría ayudar a prevenir el cáncer colorrectal, de mama, de próstata, la esclerosis múltiple y el síndrome metabólico”.
¿Cómo conciliar estos datos? “Es un tema controvertido -explica la endocrinóloga y osteóloga Beatriz Oliveri, investigadora del Laboratorio de Enfermedades Metabólicas Óseas del Instituto de Inmunología, Genética y Metabolismo de la UBA y el Conicet-. A esta altura de los acontecimientos diría que está claro que mucho sol es malo. La exposición solar, sobre todo la que causa quemaduras, la que es intermitente, cuando uno va a la playa o hace deportes náuticos, es negativa. Cuando uno tiene una exposición bajita, pero constante, la piel se adapta aumentando su grosor, hay una fotoadaptación protectora. Teniendo en cuenta estos riesgos, recomiendo suplementar la vitamina D, que hoy puede hacerse de forma muy sencilla. La radiación ultravioleta daña el ADN y, por eso, causa mutaciones. Los niveles buenos de vitamina D son reparadores del ADN. Hay como dos corrientes: por un lado, que el sol es negativo para todo. Por otro, que un poco sería positivo para disminuir la mortalidad total y por razones cardiovasculares.”
Para Daniel Flichtentrei, director de Intramed, un portal exclusivo para médicos (www.intramed.net), “desde ya que la prudencia es una virtud recomendable, pero eso incluye las recomendaciones de protegerse del sol. Las tasas de melanoma tienen mucho de sobrediagnóstico y las deficiencias de exposición solar (medidas por la vitamina D o no) se han señalado en decenas de enfermedades epidémicas del presente. El estudio es contraintuitivo, pero serio, y desnuda el problema cognitivo más grave de nuestros días: en muchas ocasiones, lo que resulta intuitivo y razonable no es ni natural ni correcto. Creo que si se plantea el debate, haya acuerdo o no, es un pequeño paso adelante”.
Oliveri, por su parte, es contundente: “Hasta que se pruebe lo contrario, la exposición al sol excesiva es negativa, por el cáncer de piel y también por el fotoenvejecimiento. La vitamina D se puede suplementar. Lo que resta por explorar para el futuro es si la exposición moderada tiene efectos positivos diferentes o separados de la vitamina D. Mejora el humor, disminuye el síndrome metabólico, la presión arterial… Eso está por corroborarse”.
Tal vez, como es habitual en medicina, la respuesta a este dilema sea una cuestión de dosis.
LA NACION