John Banville: “Todos los artistas son despiadados, son caníbales”

John Banville: “Todos los artistas son despiadados, son caníbales”

¿Truco o trato? Hoy toca trato o, en otras palabras, el mismísimo John Banville para almorzar en esta lluviosa mañana de Dublín: “Cuando llegue al lado norte del Ha’penny Bridge, debe llamar a este número. Y apareceré”.

Y el mismísimo Banville y no su álter ego, Benjamin Black, auténtico mago del truco de la novela negra, nos acompañará en un largo almuerzo. Él pide un vino blanco que degusta mientras charla sin prisa, enamorado de la conversación allá por donde nos lleve, sin importarle un ápice si hablamos de su nueva novela o no. La guitarra azul (Alfaguara) lleva el aroma intimista de El mar y asombra como un campo de batalla en el que se estuviera librando la guerra de las palabras. Obseso de ellas, Banville (Wexford, 1945) las elige salvajes, flamantes, redondas, precisas, poderosas para enhebrar una historia de adulterio y doble vida como la que él lleva. No la de convivir con dos personalidades y nombres (Banville y Black), sino con dos mujeres, dos familias a las que quiere por igual. Sin truco ni trato.

“Yo antes escribía siempre a mano mis novelas, y nunca tachaba nada, lo ponía entre corchetes, para que toda la frase tuviera sentido, pero para ello había que leer lo que estaba entre corchetes. Y ése era mi método. Luego llegó el procesador de textos y todo se volvió más fácil.”

-¿Cuándo empezó a usar computadora?
-Hace como quince años, y un día hubo un apagón, así que tuve que volver a mi cuaderno, y recuperé mi viejo método de los corchetes. Pero fue sólo ese día.

-¿Y ahora cuál es su rutina, cómo trabaja?
-Sigo escribiendo con pluma; lo hago en un cuaderno hecho a mano. Tengo un amigo que es un excelente encuadernador y hace unos cuadernos exquisitos. Lo que me duele siempre es escribir la primera palabra, porque son demasiado bonitos.

-¿Y disfruta o sufre escribiendo?
-Es tanto trabajo… la gente no se da cuenta del tipo de trabajo que es. Algunas veces las frases se escriben solas.

-Pero supongo que le divierte, más que sufrirlo…
-Si fuera al contrario no lo haría, sería insoportable, pero odio los libros cuando los termino.

-¿Durante cuánto tiempo? ¿Para siempre?
-Para siempre.

-¿No le gusta ninguno de sus libros?
-No. Me siento avergonzado de todos.

-¿Cómo vivió el premio Booker, que lo hizo famoso?
-Me sorprendió. Cuando escribí el libro, El mar, pensé que no iba a publicarse. Pensé que iban a decirme: “John, dejemos esto en un cajón y esperemos uno mejor”. Y entonces dijeron que era maravilloso. Lo primero que pensé fue que iba a tener que ir a una cena horrorosa en Inglaterra, así que intenté no estar la noche del premio. Tenía que estar en Estados Unidos, en Skidmore College, Saratoga Springs. Mi hijo es un gran fan de los Hermanos Marx, y me empujó a aceptar un doctorado honoris causa por Skidmore. Le dije a mi agente que no podía ir a la cena por eso. Pero fue implacable. De modo que lo arreglé con los de Skidmore y volví en un vuelo a las seis de la mañana a Londres. Estaba convencido de que no iba a ganar. Pero gané.

-¿Usted se siente irlandés?
-Claro que sí, pero me siento europeo también.

-¿Y Europa está construyendo la Europa que usted quiere?
-Lo estaba, sin que nadie se diera cuenta, pero la crisis lo destruyó. Mucha gente se queja de la burocracia pero yo estoy a favor de que la gente esté gobernada por tipos que van a trabajar a las nueve, salen a las cinco tras una comida ligera, se sientan ante el televisor con su mujer e hijos, leen libros o periódicos y no tienen ideas grandiosas. Siempre que alguien tiene una gran idea quiere matar a judíos, a musulmanes, a no musulmanes. Ésa es la gente peligrosa. Los burócratas son los que mejor gobiernan, y Europa estaba perfectamente burocratizada. Los burócratas no hacen guerras, sólo la gente con grandes ideas hace la guerra. Gente pequeña haciendo sus trabajos, cuidando a su familia, no creo en grandes gestos, lo que puedes hacer es lo mejor posible en tu entorno con tus amigos, tu familia.

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-¿Qué significa para usted ser irlandés?
-Es la lengua. El inglés no es una lengua madre, es nuestra lengua nativa, nuestros padres hablaban inglés. El inglés no es mi primera lengua, pero la hablo. La lengua irlandesa es muy poética, evasiva. No puedes decir “No” en irlandés sino “It is not so”. El inglés es como el latín en el Imperio Romano, la lengua del mando, de la declaración, de la fuerza, de la claridad. Y la presión de esas dos piedras de moler, el inglés impuesto sobre el irlandés, produjo otra lengua, que es el inglés de Hibernia. Produjo este maravilloso matrimonio, fusión de inglés, el ritmo y la mezcla, que hace que la literatura irlandesa sea tan rica. Amamos la ambigüedad, mientras que el escritor inglés trata de ser lo más claro y escueto posible.

-¿Tienen poesía sus libros?
-Mi amigo John McGahern, novelista irlandés, dice: “Existe el verso, existe la prosa y existe la poesía, y ésta puede ocurrir en cualquiera de los dos”.

-¿Siente que esto ocurre en sus novelas?
-¡Eso espero! W.H. Auden dijo que el poema es el único trabajo del arte que necesitas o no. Uno ve un cuadro y le gusta o no. Pero un poema se necesita o no se necesita. Y yo quiero poesía en mis libros. Quiero que mi prosa tenga ese carácter tangible, intenso…

-En La guitarra azul el arte crea vida. Su protagonista, Olly, cuando se enamora de Polly parece crear a su personaje amado, en lugar de amar a la que es.
-De todos los monstruos que he creado, Olly es el mayor monstruo; tengo un amigo que es muy tartamudo [lo imita] y me dice: “Te he leído, es el peor tipo, miente a todos, sobre todo miente al lector”.

-¿Puedo preguntarle algo personal? Si no quiere no conteste. ¿Es cierto que tiene dos esposas?
-Sí, las tengo. Tengo una mujer y una compañera y las quiero a las dos. Pero amo a todas las mujeres que he amado. Me enamoré por primera vez a los 11 años, de una chica de Liverpool que venía en verano. Nos veíamos dos o tres semanas al año. Y así hasta los 17. Entonces fui a pasar la Navidad con ellos y en Nochebuena rompió conmigo.

-En su novela, ¿quién inspiró a este Olly, este personaje?
-Probablemente es como me veo a mí mismo este horrible hombrecito.

-Él está bloqueado, no logra pintar de nuevo. ¿También es usted?
-Creo que Olly volverá a pintar. Mire Picasso. Antipático, brutal y bajito. El artista es despiadado, éste y todos los artistas; son caníbales. Una vez, hace muchos años, estábamos mi mujer y yo en el coche y tuvimos una de esas discusiones; me dijo algo que sonaba bien y le pregunté: “¿Puedo usar eso?”. “Eres un monstruo”, dijo. “Lo sé, pero ¿puedo usarlo?”. Pero ella es la mujer de un artista y sabe del costo. Es una mujer maravillosa.

-¿Y usted se ha sentido bloqueado?
-No. He tenido dificultades en algunos de mis libros; recuerdo sentarme en mi estudio y tener esa imagen de mí mismo escribiendo en el suelo, angustiado.

-¿Por qué decidió escribir?
-Tal vez porque no sabía cómo vivir si no. He escrito desde los 12, aún estoy aprendiendo.

-Su libro es una especie de moderna Madame Bovary. La protagonista es utilizada, es abandonada, es adúltera, pero moderna porque al final incluso le regala un perro y consigue su príncipe.
-No conscientemente, pero he leído a Flaubert, claro. Hay algo terrible en Flaubert, fuerte, como estar en una cripta.
El escritor, ya en el café, muestra las fotos de sus hijas y un nieto. “Tengo dos hijos con mi mujer, que parecen mayores, más maduros que yo, ahora en sus 40, y dos hijas con mi pareja, de 26 y 19 años.”

-¿Y lo llevan bien? ¿Se conocen?
-¡No! Mi mujer me mataría…

-Pero ella lo sabe.
-Claro. Paso la mitad de la semana con mi mujer y la otra con mi pareja.

-¿Y está de acuerdo?
-No.

-O sea que el amor duele.
-Claro que duele. Pero no soy Olly, no tengo su egoísmo.
LA NACION