Día del SIDA: Una epidemia que ya se puede controlar, aún sin vacuna

Día del SIDA: Una epidemia que ya se puede controlar, aún sin vacuna

Por Nora Bär
Desde que en 1983, apenas un par de años después de la identificación de los primeros casos, Luc Montagnier y Françoise Barré-Sinoussi mostraron que el desencadenante del sida es un virus que se ensaña con las defensas del organismo, todos estamos esperando que la ciencia desarrolle una vacuna para prevenirlo.
Pero aunque una inmunización contra el sida como las que tenemos contra la polio o la que permitió erradicar la viruela todavía no pudo ser, ya contamos con una estrategia que permite controlarlo y detener la expansión de la epidemia.
Es la llamada 90-90-90 (90% de las personas con VIH diagnosticadas; 90%, en tratamiento, y 90%, con niveles indetectables del virus), que América latina y el Caribe suscribieron el año pasado.
Una persona con carga viral tan baja como para que no se detecte en los análisis de laboratorio no sólo puede llevar una existencia normal y tener una expectativa de vida similar a aquellos que no hayan contraido el virus, sino que además no transmite la infección.
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Pero aunque se avanzó a pasos agigantados, y ya hay disponibles tests rápidos y gratuitos cuyo resultado se conoce en 20 minutos, y aunque el país ofrece tratamiento sin costo a todos aquellos cuyos análisis arrojen resultados positivos, según datos de la Fundación Huésped todavía 6000 personas se infectan cada año y 1500 mueren por enfermedades relacionadas con el sida. Se estima que de las 126.000 personas que viven con VIH en el país, el 30% lo desconoce y el 30% de los que se diagnostican lo hacen en una etapa avanzada de la infección.
¿Por qué, si se dispone de tests rápidos y fármacos efectivos todavía hay muchos que desconocen su condición?
Debe haber varias razones, y entre ellas una no menor es la falta de educación sexual para los jóvenes y adolescentes, que integran uno de los principales grupos de riesgo. Pero sin duda una parte importante de la respuesta está en el estigma que todavía se cierne sobre el VIH/sida.
Como destacan las ONG que trabajan en el tema, el beso no contagia, ni las picaduras de mosquito. Tampoco lo hace compartir el mate, ni el trabajo, ni la pileta, ni la escuela. Aquellos que viven con VIH, pero están en tratamiento y bien controlados, pueden formar una pareja y una familia tan feliz o desdichada como los que están libres del virus.
Todo indica que, al impedir el testeo y el acceso a los tratamientos, el desconocimiento y la discriminación son un obstáculo tanto o más peligroso que la enfermedad en sí.
Un nuevo informe de la Organización Panamericana de la Salud indica que las nuevas infecciones infantiles del VIH cayeron a la mitad desde 2010, y que 17 países y territorios de América eliminaron la transmisión del VIH de madre a hijo. La Argentina, por su parte, ya tiene al 70% de los pacientes en tratamiento. La meta es que el sida deje de ser una preocupación para la salud pública. El horizonte está a la vista, pero hay que apurar el paso porque hay personas cuya vida está en juego.

Cómo erradicar los estigmas asociados al VIH
Por Alejandro Viedma
Es de gran importancia cómo utilizamos las palabras cuando hablamos de VIH, especialmente para poder erradicar los estigmas asociados a este virus. A veces continuamos reproduciendo hábitos incorrectos en nuestro discurso cotidiano y cometemos errores comunes, como por ejemplo, decir: “tal es portador de Sida”, en lugar de expresar adecuadamente: “es una persona que vive con VIH”.
Auto nominarse como “positivos”, como lo hacen los jóvenes de la Red de Jóvenes y Adolescentes Positivos (Rajap), y aludir a ellos de forma afirmativa, es una buena manera de fomentar la dignidad, el respeto y la no discriminación hacia quienes conviven con el virus.
Otro tanto sucede con el silencio, el tabú, el secreto, que pueden llegar a enfermar y hasta -en casos más graves- llevar a la muerte a un ser humano. Y se guarda algo en el placard por algo, y ese algo siempre es negativo porque se lo vive con vergüenza, miedo, grandes dudas y por eso se lo esconde; tal vez porque ser cero positivo se sigue asociando con lo sexual, con la intimidad de alguien y eso continúa generando morbo en gran parte de la sociedad. Aunque cuando uno siente que puede romper con eso que no quiere ocultar más y finalmente puede hablar es liberador, es una experiencia que da un viraje a la sanación. Porque hay un gasto psíquico muy elevado al tratar de mantener lo secreto: las personas ponen mucha energía allí, por eso habitualmente viven cansadas, angustiadas, ansiosas. Los estresores no son sin costos: se produce un empobrecimiento del yo, que además está escindido, es como si en un mismo ser conviviesen dos personas, el sujeto que es, el que siente y el que no puede mostrarse así.
En mi casuística con pacientes que viven con VIH lo común es escuchar preguntas, sobre todo, al conocer a alguien con quien podrían empezar una relación: “¿Cómo y cuándo le digo que tengo VIH?”, “¿tengo que decirlo?”. Los temores y los sentires que rodean a esos auto interrogantes al unísono dirigidos al terapeuta, es lo subyacente a revisar. Mi trabajo consiste en tratar de mitigar la angustia del paciente abordando un concepto de salud biopsicosocial y, en esa línea, siempre me aparto de la rigidez de la moral, priorizando el campo de la palabra.
LA NACION