Los dilemas a la hora de poner el cuerpo en movimiento

Los dilemas a la hora de poner el cuerpo en movimiento

Por Sebastián A. Ríos
Las amables temperaturas de la primavera prenuncian el verano y cuelgan del aire una sencilla pregunta que, como un mantra, empuja a la gente a los gimnasios, a las piletas o la calle con el firme objetivo de ponerse en movimiento: “¿Voy a entrar en el traje de baño?”.
Ése parece ser el interrogante cuya universalidad se verifica en el hecho de que, año tras año, la inscripción a los gimnasios aumenta alrededor de un 25% en primavera. Claro que no todos los que por estos días desempolvan sus articulaciones aman el deporte, y eso los enfrenta a una serie de dilemas a la hora de encarar una actividad física disfrutable (o al menos no sufrible) para mantenerse en movimiento. ¿Embarcarse en una disciplina de alta intensidad tipo crossfit u optar por otra más serena como el yoga? ¿Salir a correr o a patinar en grupo, o preferir la soledad en ésas u otras actividades? ¿Aprovechar que en las mañanas la cabeza suele estar más despejada para dejar el cuerpo ir a su gusto o preferir la noche para quemar las tensiones de la jornada laboral? ¿Bajo techo o al aire libre?
Estas mismas preguntas se hizo Natalia Álvarez, cocinera de 43 años, un par de meses atrás, cuando de tanto dudar estuvo a punto de darse por vencida: “Empecé con muchas actividades que no me resultaban disfrutables, por eso siempre les encontraba algún problema y las terminaba abandonando”, asegura.
Sin embargo, la constancia en la prueba resultó clave a la hora de descubrir qué disciplina era justa para ella: “Sabía que necesitaba hacer actividad física por salud, por prevención, pero también para bajar de peso, por eso insistí en mi búsqueda -cuenta-. El gimnasio, como concepto, no me gusta, y en mi búsqueda de actividades alternativas me acerqué a pilates y me gustó. Sabía que además tenía que hacer algo aeróbico y empecé a hacer 45 minutos de bicicleta antes de cada clase; al poco tiempo, mi profesora me propuso cambiar la bici libre por spinning, y lo adopté al punto de que hoy sí siento que puedo mantener una rutina de actividad física”.
En la clase de pilates de Natalia participan, como máximo, cuatro personas, ya que ése es el número de camas disponibles para realizar la actividad. “A veces incluso estoy sola en la clase con mi profesora”, cuenta Natalia, que disfruta especialmente que la práctica se realice a su medida. En la vereda opuesta, está Roberto Francolino, que prefiere la actividad física en grupo porque solo, dice, se distrae o desmotiva. “Cuanto más numeroso, mejor”, asegura este fan de los rollers que sale varios días a la semana con un grupo numeroso.

CON MÚSICA/EN SILENCIO
Aspectos tan aparentemente banales, como escuchar o no música durante la práctica deportiva, son capaces de enfrentar a acérrimos defensores de ambos bandos. Para Ana Bugni, nadar con auriculares es una experiencia absolutamente recomendable. “Es una desconexión absoluta. No estás pensando en cuánto metros vas ni a qué velocidad: nadás con la música. Es uno, la música y el agua en sincronía -afirma-. Si necesito descargar, escucho Daft Punk, y si voy a relajarme, escucho Chopin”, afirma esta productora y fotógrafa de 27 años.
El también nadador amateur Octavio Aizenman, por el contrario, no usa auriculares mientras entrena por dos razones: “Una ideológica y otra técnica -dice Octavio, de 24 años, guardavidas-. La técnica es que los auriculares son incómodos, y la goma no permite una aislación total dentro del oído donde entra agua, por lo que los sonidos se distorsionan al momento del avance del cuerpo en el agua. La otra razón es que no me interesa. Estar en el agua es un momento en que la cabeza se pone en blanco, un momento de meditación y uno se concentra en la respiración, la brazada, la patada. El sentimiento más grato de todo nadador es estar en el agua con uno mismo”. En ese contexto, la música sería una interferencia negativa.
En otros contextos, la música puede incluso conllevar peligros: “Sólo escucho música cuando salgo a patinar en lugares sin tránsito -cuenta Francolino-. Cuando salgo por la calle, voy sin música, para poder ir enfocado en el tránsito”.

TURNO MAÑANA/NOCHE
Mucho se habló del horario que se elige para hacer actividad física. El reloj interno dispone que la mañana puede ser hormonalmente aconsejable. Pero claro: la gente trabaja temprano, lleva a sus hijos a la escuela o, si puede, prefiere dormir una hora más. Además, no a todo el mundo le divierte empezar el día transpirando…
“Voy al gimnasio de tarde, porque a la mañana trabajo”, sentencia María Verónica Viñas, cirujana plástica de 47 años, que hace un año descubrió en el crossfit su tal para cual. “Me siento más cómoda durante la noche, porque me levanto cansado y a través del día voy agarrando fuerzas”, dice, por su parte, Roberto. “El mejor momento es aquel en el que la actividad no se hace forzadamente”, tranquiliza el doctor Franchella.

EN SOLEDAD/EN GRUPO
Independientemente de que una actividad física pueda ser practicada en grupo o en soledad, la elección de una u otra modalidad puede favorecer la continuidad o, por el contrario, minarla. “Es indudable que el grupo aporta el compromiso de no fallar y colabora con la adherencia: si un día está nublado y corro solo, capaz que no me levante, pero si es en grupo, sé que los demás me esperan -comenta el doctor Jorge Franchella, que dirige en la Argentina el programa Exercise Is Medicine-. Sin embargo, debe haber algún tipo de supervisión del grupo para que sea lo más homogéneo posible, porque el riesgo es que haya algunos que hagan un esfuerzo excesivo para estar a la altura del resto, y otros que hagan muy poco, por estar más entrenados.”
“Jamás podría acomodar mis horarios laborales como para salir a correr en grupo, pero incluso si lo pudiera hacer, me aburriría, ya que una de las cosas que más disfruto corriendo es ir armando el recorrido al azar en cada nueva esquina”, dice Agustín Biasotti, periodista de 41 años. “Cuando uno sale a patinar en grupo, tiene más seguridad: son más ojos para estar atentos al tránsito y, además, disfrutás de la ayuda y el consejo de los más experimentados, que te permite mejorar tu técnica”, contrapone Roberto, de 35 años, posproductor de televisión.

INDOOR/OUTDOOR
Llueva, truene o granice. La ventaja de hacer ejercicio bajo techo es obvia: su continuidad no depende de factores climáticos ni de los del verano ni de los del invierno. “Me da claustrofobia correr entre cuatro paredes”, se indigna Biasotti.
“Desde hace más de diez años, entreno en mi pueblo, San Vicente, en Santa Fe, por sus caminos rurales de tierra -cuenta Nicolás Ternavasio, de 30 años, atleta Mizuno, y top ten del ranking mundial de maratón en 2013-. Salgo a correr, así haga calor, frío, llueva o en cualquier tipo de condición climática. Son pocas las veces que entreno en interior [en cinta], ya que el correr al aire libre me permite apreciar el paisaje y tener la sensación de libertad.”

CUESTIÓN DE INTENSIDAD
Esteban Ghersa, de 34 años, por ejemplo, encontró en la intensidad su mejor punto. “No hacía nada de deporte y sentía que me faltaba fuerza.Pero hasta ahora no me había enganchado con nada y los gimnasios me aburren. Por suerte encontré crossfit, que es una hora, muy intensa, en la que no se boludea ni nadie viene a mirarse en el espejo, sino a entrenar”, cuenta al referirse a esta actividad que por momentos simula ser una suerte de entrenamiento militar. Para Natalia Álvarez, por el contrario, la intensidad del spinning es, en todo caso, el complemento necesario que antecede al verdadero disfrute: “A mí me gusta un tipo de actividad mucho más tranquila, más cercana al yoga, eso es, sin lugar a dudas, lo que más disfruto”, explica.
Es importante tener en cuenta también que hay actividades que, por el elevado grado de intensidad que implican, no pueden ser practicadas por una persona que recién emerge del sedentarismo.

GUIADO/SIN GUÍA
“Lo bueno de nadar sin tener que ir a las clases es que puedo ir cuando quiera, todas las veces que quiera o directamente no ir. No tengo que cumplir con horarios ni con nadie”, comenta Ana Bugni. “Yo no me mando sola con nada, me resulta impensable -dice, por su parte, Verónica Viñas-. Necesito siempre la presencia de un entrenador que me guíe, y que me cuide de no exponerme a sufrir una lesión.”
En ambos casos, en todos los casos, en realidad, de lo que se trata es de elegir aquello que se adapta a uno. No hay fórmulas mágicas. Y las que se ofrecen no duran.
LA NACION