Memorias de un humanista

Memorias de un humanista

Por Ramiro Barreiro
Osado, creativo, riguroso y prolijo. Un Prometeo.” “Sincero, con disciplina germánica pero con elegancia criolla. Filósofo en lo cotidiano, luchador, anticonformista, original. Un ateo que prefiere ‘comer con los curas y no comer curas’.” “Coherente. Capaz de transformar una relación académica en una relación personal. Temible como enemigo intelectual pero en eterno contraste con su calidez humana.” “Dueño de una obra extraordinaria.” “De letra pequeña, con mucha vitalidad, difícil de seguirle el tren.” Todos hablan de Mario Bunge, el físico y filósofo que al inicio de esta primavera cumplió 95 años y que ayer presentó sus recuerdos, escritos en una autobiografía titulada Memorias entre dos mundos.
Los que suscriben los elogios son algunos de los amigos que este porteño que conoció el exilio político y encontró nido en Canadá tuvo a lo largo de su vida. Entre ellos, el licenciado en Biología Javier López de Cazenave; el secretario de Investigación y Desarrollo universitario de la Universidad de Tres de Febrero, Pablo Jacovkis; el sociólogo y periodista Alfonso Lizarzaburu; la diplomática Lilian O’Connell de Alurralde; el filósofo español Miguel Ángel Quintanilla Fisac; y el doctor en Física Gustavo Romero. Gente importante que durante un rato abandonó vuelos, clases, conferencias e investigaciones para acompañar al “profesor” Bunge –así lo llaman– en una de las últimas aventuras de su vida: contar lo vivido. La presentación del libro, editado en forma conjunta por Eudeba y Gedisa, ocurrió ante una multitud un tanto bulliciosa que colmó el Salón Rojo de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
“No hay desarrollo sin ciencia. Hay que apoyar la investigación científica –dijo Bunge en una entrevista concedida días antes a la agencia Télam–, y me parece mezquino de parte de la oposición no reconocer ese aspecto como algo muy importante.” “He oído decir que se trata de una pequeña minoría de científicos, pero no: la ciencia es parte de todos, del bien común, y si no florece, tampoco florece la tecnología. Y si no florece la tecnología, tampoco la industria, que es necesaria para competir con otros. Hace 20 años había industrias en Argentina que podían vender máquinas al extranjero. Vino (el ex presidente Carlos) Menem y eso se acabó”, agregó.
También dijo que la controversia actual en el campo de las ideas es “la misma que la del siglo XVIII, es decir, la lucha entre la Ilustración y el oscurantismo, con la diferencia de que hoy día el oscurantismo no está acaparado por los grupos religiosos, sino que es compartido por gente que se dice de izquierda. En mis tiempos, los izquierdistas estábamos a favor de la ciencia y nos considerábamos continuadores de la Ilustración”.
Sin embargo, ayer no era momento para filosofar. Atento a las palabras de sus amigos y sin dar crédito a los desplantes de un grupo de energúmenos que mostraron su impaciencia con desagradable desparpajo, Bunge sólo se conmovió cuando Quintanilla Fisac lo igualó al filósofo británico Bertrand Russell y lo propuso como Premio Nobel de Literatura.
Acto seguido, tomó la palabra. Agradeció las “afectuosas exageraciones” de su entorno y en poco más de diez minutos contó dos anécdotas tragicómicas: un viaje a Córdoba en el que pinchó 14 veces y un negocio frustrado en el rubro agrícola por una estafa de la que participaron algunos de sus familiares. Agradeció, entonces, a sus benefactores, pero también “a sus estafadores”, y se alejó del micrófono para que sólo se escucharan los aplausos. Sin proponérselo, Bunge fue fiel a otra de sus características, porque a veces, para dejar una enseñanza, sólo alcanza con hacer reír.
TIEMPO ARGENTINO

Tags: