El científico más conocido del mundo cuenta su vida en primera persona

El científico más conocido del mundo cuenta su vida en primera persona

Por Ivana Romero
Nací el 8 de enero de 1942, exactamente 300 años después de la muerte de Galileo. Calculo que aquel día nacieron unos 200 mil niños más, no sé si alguno de ellos más adelante se interesó por la astronomía”, escribe Stephen Hawking en uno de los tramos iniciales de su autobiografía, que acaba de llegar a nuestro país a través de la editorial catalana Crítica. Así, en un estilo despojado y dotado de un sentido del humor que a veces se torna irónico, este físico, cosmólogo y divulgador inglés deja de escribir sobre los misterios del universo para meterse en una zona no menos compleja: su propia vida. Y si bien lo hace con un pudor de a ratos excesivo (hay bastantes más alusiones a la física cuántica que a sus laberintos personales), Hawking devuelve un relato que no elude la dificultad de la que se habla siempre que aparece su nombre: cómo logró ser una de las mentes brillantes del siglo XX a pesar de la esclerosis que le fue inmovilizando el cuerpo casi por completo a partir de los 20 años.
Breve historia de mi vida, cuyo título original es My brief history, establece un juego con uno de sus libros más conocidos, A brief history of time, que aquí se tradujo como Historia del tiempo. Fue ese inesperado best seller el que puso a Hawking en el centro de la atención pública cuando ya gozaba, además, de enorme prestigio académico. Y justamente esta autobiografía es un recorrido por las principales inquietudes del investigador desde el Big Bang a la posibilidad de viajar en el tiempo. Pero también es el modo en que Hawking –al igual que cualquier personaje público– construye su mito. En este caso, a través de un discreto recuento de distintos aspectos de su vida; esos que lo transformaron al mismo tiempo en un pensador influyente y una suerte de personaje mediático capaz de tomarse un poco en solfa a sí mismo y divulgar por estos días la fórmula para que Inglaterra gane el Mundial.
El libro, además, está acompañado por fotos que rara vez fueron difundidas, como la de la portada, donde se lo ve con sus compañeros de remo en Oxford, donde ingresó becado en 1959 (“sí, era demasiado joven”, concede) para estudiar Física. Lo inquietante de esas fotos es que muchas son de una elocuencia tal que, ante ellas, las palabras retroceden, quedan mudas.
Hawking se crió en Highgate, al norte de Londres, junto a sus hermanas menores, Mary y Philippa (su hermano Edward fue adoptado mucho después y murió en 2004), hijo de padres universitarios. La familia luego se mudó a St. Albans; pasaron un verano en una caravana comprada a gitanos que instalaron en Osmington Mills, en la costa sur de Gran Bretaña. También pasó una temporada con su madre en Mallorca donde estudió con William, el hijo del escritor Robert Graves. “Nunca estuve por encima de la media de la clase pero mis compañeros me apodaron ‘Einstein’, así que supongo que vieron en mí señales de algo mejor”, escribe.
Tras graduarse en Oxford viajó por Irán y en 1962 inició su carrera como investigador en Cambridge (ahora dirige en esa universidad el Departamento de Investigación en Cosmología). En aquella época le detectaron esclerosis, le explicaron que su cuerpo se iría atrofiando y que no le quedaban más que dos años de vida. Por entonces también se enamoró de Jane Wilde, su primera esposa. Y eligió dar batalla. Tras contar esto, el libro se torna ligeramente técnico para explicar principios sobre la expansión del universo, la existencia de agujeros negros y otros principios de física cuántica. Pero Hawking no deja de lado aspectos de su vida privada. En 1974, fue elegido miembro de la Royal Society y se trasladó con su familia (por entonces ya tenía tres hijos) a California, EE UU. Tras el retorno a Inglaterra, la salud del investigador se desmoronó, su esposa se alejó, y en 1990 se mudó junto a su enfermera Elaine Mason, con quien se casó al tiempo. En el medio, traqueotomías, respiradores, sintetizadores de voz tras una época penosa donde sólo podía comunicarse construyendo palabras letra a letra (y levantando la ceja cuando alguien le señalaba la letra correcta en una tarjeta). Al fin, ya no más vida marital. “Desde 2007 vivo solo con mi ama de llaves”, cierra Hawking.
“Para mis colegas soy sólo otro físico, pero para el público en general probablemente me haya convertido en el científico más conocido del mundo. En parte se debe a que los científicos, Einstein al margen, no son estrellas de rock famosas, y en parte porque encajo en el estereotipo de genio discapacitado. No puedo disfrazarme con una peluca y gafas de sol: la silla de ruedas me delata”, escribe sobre el final con un toque de humor cáustico. Asegura, sin embargo, que el hecho de ser “fácilmente reconocible” no le molesta. En la foto que cierra el libro se lo ve en una cápsula, experimentando la gravedad cero, flotando con la misma libertad con la que se animó a reformular esas preguntas tan complejas sobre de dónde venimos y hacia dónde vamos. Y a seguir buscando las respuestas.
TIEMPO ARGENTINO