De dos tragedias, sólo una provocó cambios culturales

De dos tragedias, sólo una provocó cambios culturales

Por Marcela Mora y Araujo
El sábado 12 de abril, todos los partidos de fútbol de las ligas inglesa comenzaron con 7 minutos de retraso, conmemorando la tarde, hace 25 años, en la que 96 hinchas del Liverpool murieron en el estadio de Hillsborough.
En aquella ocasión, el partido comenzó y se jugaron más de seis minutos hasta que las autoridades acusaron recibo de la gravedad de la situación y se suspendió el encuentro. Los comentaristas durante esos primeros seis minutos mencionaron un aplastamiento provocado por “hinchas sin entradas” y durante muchos años continuó circulando el concepto de “hinchas borrachos”, como agentes causales de una tragedia que se supo, décadas después, no fue así.
Tras años de insistencia por parte de las familias de las víctimas y un sinfín de investigaciones, se pudo demostrar que, en su momento, más de 160 testimonios de testigos fueron “redactados” y toda referencia crítica a la policía removida, mientras que toda crítica a los hinchas permaneció.
Hoy se habla de uno de los mayores escándalos de encubrimiento en Inglaterra, al saberse también de la complicidad tácita por parte de políticos e investigadores que no insistieron en averiguar más a fondo.
Pero en su momento, sobre los talones de otra tragedia en el fútbol pocos años antes -en el estadio de Heysel, en Bélgica, donde murieron 39 aficionados, y que también involucraba a hinchas del Liverpool-, Hillsborough marcó un punto de cambio en el fútbol inglés.
Las dimensiones de la tragedia fueron tales que se creó una comisión para redactar un informe sobre el fútbol y la seguridad en los estadios. El Taylor Report, si bien adjudicó gran parte de la responsabilidad a la policía, contiene una sutil narrativa referente al concepto ‘hooligan’, que permanece hasta el día de hoy.
A partir del informe se introdujeron cambios muy profundos: todos los espectadores sentados durante los partidos, no más alcohol en la cancha, no más vidrio en el estadio. Se crearon unidades de inteligencia dentro de la policía que infiltrarían a los grupos organizados de hinchas violentos (“firmas”) y se aplicaron recursos tecnológicos de primera línea para filmar, catalogar, y controlar.
Es interesante que todas la medidas que fueron adoptadas para atacar el problema de la violencia terminaron generando soluciones para lo que sabemos hoy, a ciencia cierta, era en realidad el problema de la seguridad. El partido del 15 de abril de 1989 había copado toda la preocupación policial en prevenir incidentes violentos causados por los hooligans. Tal era la paranoia por el potencial descontrol de la muchedumbre que prácticamente no hubo planificación operativa para garantizar la seguridad de los espectadores.
Y la violencia en el fútbol inglés -que existía, aunque no haya sido protagonista en Hillsborough- disminuyó. A tal punto que Inglaterra pasó a ser el país modelo, el ejemplo a seguir, el estándar al que los demás apuntan.
En el ámbito local cumplimos también el aniversario de una tragedia con el fútbol como eje. El 30 de abril de 1994, tras una derrota de Boca ante River en la Bombonera, un grupo de barrabravas xeneizes preparó una emboscada en la que murieron dos hinchas millonarios.
Esa tarde me tocó pasarla en el corazón de La 12, con José Barritta, “El Abuelo”, a mi lado, explayándose líricamente sobre la belleza y el amor que provoca el fútbol. Desde horas antes del partido hasta horas después, observé todos los operativos sincronizados con precisión militar: el despliegue de los trapos gigantes al unísono; el lanzamiento de los humos azul y oro en el instante en que los jugadores pisaban la cancha; las llamadas telefónicas a la comisaría donde habían terminado 30 “compañeros”; los cantos; los choripanes; las cocas. El control de todo lo que sucedía parecía tenerlo El Abuelo, con sus hombres de confianza al lado, aunque recuerdo su instrucción de “tener cuidado” con mi grabadora ya que “yo no controlo todo. Algún loco te la va a manotear”.
La mezcla de temor y pasión provocada por la cercanía a algo tan orgánico y amorfo como es el centro de la barra brava, una adrenalina sin igual, es inolvidable. Pero la tarde terminó en tragedia, y El Abuelo, tras pasar un tiempo prófugo, fue finalmente condenado a prisión por asociación ilícita. Éramos muchos los testigos que lo ubicamos muy lejos de los hechos de la emboscada, pero innegable su rol de jefe de la organización.
¿Podría esa tarde haber llevado a la Argentina a cambios tan profundos como Hillsborough desató en Inglaterra? Tras 20 años, la lista de víctimas que se lleva el fútbol, o los juegos de poder y dinero en nombre del fútbol, crecen de manera alarmante.
El Boca-River, que ha sido votado como el acontecimiento deportivo número uno alrededor del mundo, ahora se juega sin hinchas visitantes. Esto le quita gran parte de la magia y, además, refuerza el prejuicio sectario de que el enemigo es el hincha del equipo contrario.
Cuentan quienes estuvieron en Hillsborough que aun cuando ya estaban contando cadáveres había cordones policiales para impedir que los hinchas de Liverpool y los de Nottingham Forest se juntaran. Esto, a pesar de que las imágenes que salen a relucir hoy demuestran claramente cómo los propios espectadores hinchas de ambos equipos improvisaron camillas con los carteles de publicidad estática, intentaron resucitar boca a boca a los demás y asistieron a los caídos.
Sabemos también que a falta de un enemigo externo se encuentra rápidamente el enemigo interno. En la Argentina, los problemas intra-barra han superado ampliamente a los combates organizados entre barras de otros equipos.
Sabemos que en el mundo entero -Rusia, Moscú, Egipto, y toda África- incidentes de violencia relacionada con el fútbol copan titulares y nos proveen de videos virales. Sin excepción, hay temas de fondo que nada tienen que ver con el fútbol.
En Inglaterra no fue sólo el Taylor Report lo que cambió la situación, aunque su impacto es innegable. Sucedieron cambios espontáneos en la sociedad: el fútbol fue celebrado por intelectuales como Nick Hornby. Se creó una súper liga llena de dinero televisivo -la Premier League- y la televisión no quería violencia sino un espectáculo más higiénico y glamoroso. Cambiaron las modas y las costumbres de la juventud, que viraron de la cerveza y la pelea como programa al éxtasis y el abrazo.
Me ha tocado compartir un panel con un ex hooligan devenido novelista, que tuvo la honestidad de explicar cómo pertenecer a una Firma es sumamente divertido. Sé que parte del mito folklórico que atribuía a El Abuelo su estatus legendario es su capacidad de “poner la cara”, como decía él, de darles la sensación de contención y pertenencia a muchos.
Condenamos y juzgamos y catalogamos de bestias y salvajes, pero no logramos detener el avance de la ira de los jóvenes. Y en un mes en que se cumplen aniversarios tan negativos (25 años de Hillsborough y 20 de la Emboscada) estamos de cara a un Mundial que promete remover todos los odios y territorialidades de siempre.
En Inglaterra se pitará el inicio del juego 7 minutos tarde. Los Familiares de las Víctimas organizan una peregrinación de 96 millas desde Liverpool hasta Hillsborough. Y comienza en un mes una audiencia que buscará determinar la causa de esas 96 muertes (falladas “muerte accidental” en primera instancia, fallo revocado el año pasado). En la Argentina, ¿cómo marcaremos estas dos décadas? ¿Seguiremos igual?
LA NACION