Leonardo Sbaraglia: vivir para actuar

Leonardo Sbaraglia: vivir para actuar

Por Florencia Zielinski
“Quiero ser como Al Pacino; ¿vos crees que voy a poder?”. Tendría unos once años y acababa de ver El padrino, cuando le preguntó, muy angustiado, a su madre, la actriz Roxana Randon. “Si vos querés, vas a poder”, contestó ella. “Fue lo mejor que me pudo haber dicho”, asegura Leo Sbaraglia, y se emociona. Puede adivinarse que esa confianza inicial fue clave para forjar su carrera, construida a fuerza de talento, trabajo y pasión pero, sobre todo, direccionada por un deseo ferviente: el de convertirse en un gran actor. Referentes no le faltaron a este argentino nacido en la localidad de Sáenz Peña, que a los 15 años debutó en cine, en La noche de los lápices (Héctor Olivera, 1986). Alfredo Alcón, Federico Luppi, Héctor Alterio, Lito Cruz y Julio Chávez son algunos de los grandes exponentes de la actuación con los que compartió escena. Fue galán adolescente en Clave de Sol (1987), actor fetiche de Marcelo Piñeyro, que lo dirigió en Tango Feroz (1993), Caballos salvajes (199S) -su primer protagónico-. Cenizas del paraíso (1997) y Piafa quemada (2000). Atravesó el océano y conquistó el Viejo Mundo, donde alzó un Premio Goya como Revelación por su papel en Intacto. Un film inolvidable para él porque trabajó junto a Max von Sydow. Sumó horas de televisión, teatro y cine, en ambos continentes. Y trascendió el mote de joven promesa.
De vuelta desde 2008, Sbaraglia siente que regresó a su territorio con experiencia capitalizada. “De la miniserie Epitafios (2009) a esta parte, hay una vuelta de tuerca a lo que venia haciendo”, cree. Recientemente estrenó la película El campo, de Hernán Belón; y se lo puede ver junto a Dolores Fonzi y Diego Peretti en En terapia, adaptación del exitoso formato israelí Be Tipui. Además, en agosto los cines argentinos subirán Luces rojas a la cartelera, su primer film en Hollywood, con Sigourney Weaver y Ro¬ben De Niro. Y el teatro también será parte del plan, ya que en septiembre empieza Cock, con dirección de Daniel Veronese y Eleonora Wexler como partenaire.
¿Qué significó hacer En terapia?
Es una oportunidad muy original para un actor. Los guiones son excelentes, parecen desgrabaciones de una sesión psicoanalitica. Tiene conceptos que te resuenan, te cuestionan. La manera en que se hace es muy novedosa para la televisión, se enciende la cámara y tenes que actuar durante unos 40 minutos. Se producen cosas psicológica y emocionalmente muy originales, de una gran verdad.
¿Cómo te preparaste para tu personaje? Lo más difícil fue tratar de entenderlo, ver su mecanismo psicológico y encontrar la estrategia para contarlo. Martín es un tipo que tiene una tensión muy grande. Su cabeza y su cuerpo están presos y se le va a mover toda la estantería. Comprender su lógica y sus quiebres fue un desafío conmovedor y hermoso. En mi caso no quise ver la serie original para poder sacar mis propias conclusiones expresivas.
¿Cómo te acercas a los distintos personajes?
Uno nunca sabe por dónde va a acceder al misterio de cada uno, al que leemos desde nuestra experiencia e
imaginario. Esto se va resolviendo con el trabajo, de manera concreta. No hay fórmulas. Para mí, es como construir un mundo, y cuanto más se trabaja, el personaje se te empieza a impregnar, se va calibrando. Cada personaje implica un aprendizaje y una manera nueva de expresarse. Pero tenes que estar vacío y relajado. Yo ataco
la tensión, la estructura, para poder moverme de otra manera, con ejercicios de relajación e imaginación.
¿Algún personaje memorable?
El de Caballos salvajes, mi primer protagónico, un personaje iniciático, paralelo a mi vida. Al año siguiente me fui a Italia con mi abuelo, replicando esa dupla con Héctor Alterio. Fue un viaje muy lindo y al poco tiempo él murió. Mis papeles en Ciudad sin límites, Intacto, Salvador, Sin retorno… son mojones que me representan.
Y a lo largo de tu carrera te tocó trabajar con varios gigantes…
Me acuerdo cuando estaba rodando Intacto. Faltaba media hora para hacer una escena con Max von Sydow y yo lloraba en el motorhome. “¡Es uno de los actores más grandes de la historia del cine! ¿Cómo voy a hacer?”. Por suerte, no tenía que decir ni una línea (risas). Pero él, que es muy buena persona, vio que estaba nervioso y me cambiaba de tema. Después nos hicimos amigos, salimos a cenar, nos pedía a los del elenco las direcciones postales para escribirnos, muy lindo. ¡Menos mal que con De Niro no compartimos ninguna escena en Luces rojas*, (más risas). ¿Qué es lo más difícil de tu profesión? Exponerse. Lo que más me cuesta son los primeros días de rodaje. El espectador nunca sabe cuál es tu primera jornada y tenes que estar tan desnudo ese día como el último. Eso significa encontrar un lugar de exposición con un camarógrafo que no conoces, una vestuarista que viste dos veces… Lo lindo de los rodajes es que se empieza a crear un microclima íntimo y el grupo termina siendo parte de tu familia. ¿Cómo juega la mirada del otro? A medida que se gana experiencia, la mirada ajena te importa menos. Hay que abstraerse, concentrarse en el trabajo. Cuando eso pasa, te olvidas de todo. Uno cuando actúa se convierte en un animal salvaje, en pura acción. Pero también hay que estar presente en otro nivel, disociado, dirigiendo la batuta, manejando los hilos. Soy muy apasionado y riguroso con lo que hago y pido el mismo nivel de compromiso.
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