Las infinitas formas de ser un delincuente digital

Las infinitas formas de ser un delincuente digital

Hay un estereotipo que se repite hasta el cansancio y que, de a poco, comienza a ser refutado por las investigaciones. Los “piratas” de la web (no hackers, sino personas comunes que bajan una canción o un libro) han afectado enormemente las industrias de la música, el cine, los libros y el entretenimiento en general. Eso es, al menos, lo que nos han hecho creer. Y sin embargo….
La realidad no parece ser tan radical, a juzgar por una investigación de la London School of Economics. Las dos principales conclusiones de este estudio son:
1- Las industrias creativas se están adaptando a la cambiante cultura digital y la evidencia no apoya las afirmaciones que sostienen que se han dado reducciones en las ganancias debido a violaciones individuales al derecho de autor.
2- La experiencia de los países que han implementado medidas punitivas contra este tipo de violaciones, indican que no han tenido el impacto esperado por las industrias creativas.
Siguiendo esta línea que comienza a confirmarse, una persona que fotocopia un libro es seguramente una persona que compra más libros que el ciudadano promedio. Alguien que baja una película de un sitio de torrents, es seguramente un adepto al cine que también paga por ver películas, ya sea en la sala de cine o en DVD o Blue Ray. El fanático de las series las piratea, pero las vería en cualquier formato siempre y cuando estuviera disponible. Se trata de un tema de oferta y demanda, pero sobre todo y en algunas partes del planeta, de disponibilidad. Netflix ha demostrado que esto es así. El servicio de streaming de películas, series y documentales está disponible en Latinoamérica desde hace poco más de un año y ha visto crecer el número de suscriptores de forma exponencial.
El tema en discusión, al menos para quienes producen contenidos es cuánto está el consumidor promedio dispuesto a pagar en caso de que ese contenido esté disponible. Y cuántas complicaciones estará dispuesto a pasar para conseguir el producto en cuestión. Si la fotocopia del libro de la Facultad de Derecho (generalmente una edición barata de producir) se vendiera a un precio “razonable”, serían muchas menos las personas que se tomarían el trabajo de 1) conseguir el libro 2) ir a la fotocopiadora 3) esperar que fotocopien 1000 páginas 4) pagar por las fotocopias y por el encuadernado 5) quedarse con un libraco que no es un verdadero libro.
En el caso improbable de que luego de una campaña de caza de fotocopiadores finalmente logre amedrentar a los cientos de negocios que se dedican a duplicar textos, el ingenio popular muy pronto se valdría de la cantidad de herramientas digitales que hacen bastante sencillo obtener el mismo resultado. Algunas son:
-El libro original se puede escanear página a página. Para eso no se necesita ya un escáner sofisticado y caro, basta con un smartphone en el que se descarga una aplicación de escaneo. Luego, con otro servicio online como este Convert JPG to PDF, el archivo que genera el escáner se convierte en PDF; y con otra herramienta como PDF Mergy, en la que se une una página detrás de otra para armar un libro entero en ese formato. Es decir, un libro en formato digital que se puede guardar en un disco duro o un pen drive, que se puede enviar por mail o colgar en la nube, que se puede leer en la PC, en la tableta o en el smartphone. Un libro que, a diferencia de su primo hermano de papel, se puede subrayar digitalmente en programas tales como PDFXchange Viewer, un software de lectura de PDFs que se descarga gratuitamente y que permite no sólo utilizar el “resaltador” sino también hacer comentarios, pegar “post its” virtuales (y como este hay muchos otros).
Lo que ha demostrado la práctica, es que cuanto más restrictivos se ponen los productores de contenidos, más ingeniosos se ponen los piratas. Vos me trancás, yo te jorobo, parece ser el razonamiento.
Netflix comenzó este año con una estrategia original, aparentemente peligrosa, pero que parece que está dando sus frutos: puso a disposición una serie completa de producción propia y de excelente calidad; 13 capítulos todos al mismo tiempo. El experimento de House of Cards resultó muy exitoso y se repitió luego con otras series tales como Orange is the New Black o Hemlock Grove. Cuando Netflix salió a chequear el mercado pirata, descubrió que House of Cards fue muy pirateada, sí, pero no tanto y sin consecuencias complicadas para la compañía. A u$s 8.99 por mes y con una selección amplia de contenidos audiovisuales para todos los gustos, el balance conveniencia-necesidad le da la razón a Netflix. Yo no descargué esa serie pirata, la vi en Netflix. Y no porque soy buena y honesta. Soy cómoda.
Incluso en el caso de que la piratería de estas series de Netflix sea rampante, la empresa sigue tan campante y hasta festeja: esta semana anunció que en Estados Unidos superó en suscriptores a los de la consolidada HBO, y en el mundo ya llegó a 40 millones de usuarios. Haga la cuenta, a mí me da pereza: 40 millones x u$s 8.99. Con esa cifra, ¿a quién le importa la piratería? (bueno, por esto de la rigurosidad periodística hice la multiplicación, u$s 359.600.000 de dólares…por mes).
Otras productoras han incentivado voluntariamente la piratería y para eso han puesto a disposición en la web los primeros capítulos de sus series estrella, incluso antes del estreno en televisión “tradicional”. El resultado en la mayoría de los casos ha sido positivo: millones descargaron el capítulo y millones igual lo vieron el día del estreno. Unas semanas antes del estreno de la tercera temporada de Homeland se “filtró” en la web el primer capítulo, que incluso no había pasado aún por postproducción. Fue un éxito de descargas ilegales pero eso no impidió que el estreno de la serie fuera también un gran éxito para Showtime.
Alan Bewkes, uno de los altos ejecutivos del mastodonte de la comunicación Time Warner, sorprendió hace poco cuando dijo que la piratería de Game of Thrones -producida por HBO, subsidiaria de Time Warner- “era una cosa genial por el boca a boca” que genera. “Hemos lidiado con esto durante los últimos 20 o 30 años: gente que comparte suscripciones, que baja archivos, que tira el cable de un apartamento al otro. Según nuestra experiencia, esto hace que tengamos más suscriptores”. Lapidario: “Creo que tienen razón los que dicen que Game of Thrones es el show más pirateado del mundo, y eso es mejor que ganarse un Emmy”.
Otro ejemplo: la banda Radiohead sacó su disco In Rainbows en abril de 2007 y lo puso a disposición para descargarlo online. El modelo de negocio que eligió fue el llamado pay-what-you-want (básicamente el usuario puede donar lo que quiera). Meses después, en octubre, lanzó el CD como se lanzan todos los CDs: bombos y platillos marquetineros a través de discográficas tradicionales. Para 2008 el álbum había vendido más de tres millones de copias, tanto en formato digital como físico; llegó además al número uno en el ranking Billboard 200.
Thom Yorke dijo en una entrevista en Wired, en diciembre de 2007, que en términos de ingresos digitales el álbum les generó más dinero que todos sus discos sumados. “Eso es de locos”, subrayó el músico.
Es cierto, no todos los productos culturales funcionan con la misma lógica. No conozco a nadie que tenga un libro de Ian Mc Ewan, Salman Rusdhie o Alice Munro fotocopiado. ¿Qué sentido tiene? Se perdería toda la magia de oler, experimentar y disfrutar un libro, sentimientos tan profundos para un buen lector como el de leer el texto en sí mismo. Conozco sí personas que han fotocopiado libros que no se consiguen en plaza.
EL CRONISTA