Salvador de Bahía, playas con historia

Salvador de Bahía, playas con historia

Por Gabriel Tuñez
Salvador de Bahía, cuyas tibias playas oficiaron de puerta de entrada para los primeros expedicionarios portugueses y luego para los esclavos africanos, fue la capital brasileña durante el próspero ciclo del azúcar, cultivo que puso al país en el lugar de máximo productor mundial hasta 1763.
En la actualidad, viven allí más de tres millones de personas, y la confluencia de culturas todavía permanece visible en cada rincón de la ciudad, la tercera más habitada de Brasil. Dividida en las reconocidas Ciudad Alta y Ciudad Baja, en Salvador reinan la alegría, la religión y la música como en ninguna otra parte. En lo alto, adonde se puede acceder por el elevador Lacerda o en tranvía, se encuentra el centro histórico Salvador Viejo, mejor conocido como Pelourinho, un conjunto de 800 viviendas construidas con estilo barroco y pintadas con diferentes colores, todos vivísimos, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO hace cerca de dos décadas. Bares, tiendas de artesanías, restaurantes y escuelas de capoeira convocan día y noche a viajeros que se mezclan en sus estrechas calles y vibran en un ambiente en el que flotan samba, lambada y reggae, ritmos hermanados en este lado del mundo. Durante el dominio portugués, los pelourinhos (columnas de madera) eran utilizados como sitio de castigo para los esclavos. Todavía instalados en varios puntos de la ciudad, estos pilotes también fueron alcanzados por los colores y se convirtieron en lugares elegidos por los adolescentes y los jóvenes para bailar a su alrededor, como exorcistas de los malos recuerdos. También en la Ciudad Alta se encuentran la Catedral, construida entre 1657 y 1672, y a su lado el Museo Afro-Brasileiro, donde puede apreciarse una colección de piezas religiosas bahianas y africanas.
El viaje entre la parte alta y la baja de la ciudad, que en plena temporada realizan entre 30 y 50 mil turistas por día, dura menos de un minuto. De regreso, el elevador invierte el rumbo directo hacia la Plaza Cayru y las paradisíacas playas. El Mercado Modelo, con sus tiendas de artesanías típicas, y el Solar del Unháo, un viejo ingenio azucarero en cuyo interior está ubicado el Museo de Arte Moderno, también convocan a los viajeros.
A pocas cuadras, el Puerto de la Barra, considerado el primero de la ciudad y fundado por el capitán portugués Tomé de Sousa en 1549, regala la posibilidad de disfrutar de sus aguas tranquilas tanto de día como de noche. Y desde allí, a lo largo de 50 kilómetros se suceden bellísimas y atractivas playas de arena blanca, todas unidas por un ómnibus que parte desde el centro. Las urbanas Itapuá, Artistas y Porto da Barra invitan a comer el delicioso y típico buñuelo frito acarajé junto a una cerveja helada. Y la más alejada Praia do Forte encanta como un antiguo pueblo de pescadores, considerado hoy en la zona como la Polinesia brasileña. Allí, y en cada una de las playas de Bahía sobre las que el atardecer despliega sus colores, es posible sentir los acordes pausados y constantes de una guitarra que puntea una bossa nova. Es el ritmo que Joáo Gilberto, hijo de la ciudad, llevó al mundo hace 50 años y que fue heredado por Caetano Veloso, Maria Bethánia, Gal Costa y Simone, algunos de los descendientes de la cultura bahiense, mezcla de continentes y siglos, religión y mar, turistas y pescadores que salen día a día hacia los dominios al mar, los dominios de Yemanjá. Es a ella a quien, cada 2 de febrero, todo aquel que pise Salvador de Bahía se rinde a sus pies. Pescadores de manos curtidas por la sal y las redes, locales y turistas llegados especialmente a esta ciudad, preparan cuerpo y alma para ofrendarlos a Yemanjá. Bajan de los morros miles de familias numerosas, pobladas de niños que juegan y corren. En el camino se encuentran con más y más vecinos que abandonan sus tareas, gustosos de encarar el recorrido. Todos atraviesan los cientos de colores de Pelourinho, el barrio colonial de esta ciudad nordestina. Ya casi en el llano la peregrinación es numerosa. La imagen de sirena de la Diosa del Mar será empujada en una barca colmada de regalos y flores hacia lo profundo del agua calma en la playa de Rio Vermelho. En el horizonte, el sol se recuesta y brilla rojizo y justo para que la celebración sea completa. La ceremonia religiosa más importante de la zona, engendrada de la unión entre las culturas africana y americana hace casi cinco siglos, acelera el pulso de millones de personas, que vuelve a incrementarse una semana después, cuando se inicia el esperado festejo de carnaval.
Además de este festejo, cada año los bahianos protagonizan otras dos tradicionales procesiones religiosas que atraen a turistas de todo el mundo. La ceremonia marítima de Nuestro Señor de los Navegantes, el primer día de enero, convoca a centenares de embarcaciones que navegan la pintoresca Bahía de Todos los Santos con la imagen del Buen Jesús de la Iglesia de la Conceicao da Praia hacia la Capilla de Boa Viagem. Días después, ochocientas mil personas vestidas de blanco caminan varios kilómetros desde Conceicao da Praia hasta la Iglesia de Bomfim, donde las bahianas vacían jarras con aguas aromáticas en el atrio y sobre la cabeza de los fieles. Allí, piden que el carnaval traiga bailes y fiesta para todos.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS