John Irving, el outsider

John Irving, el outsider

Por Valerie Miles
Las novelas de John Irving (Exeter, New Hampshire, 1942) son como grandes frisos sociales naturalistas, de claroscuros coloridos y nítidos. Sus grotescos personajes se cruzan una y otra vez en tramas y subtramas tragicómicas, vertiginosas pero extrañamente verosímiles (al menos para un estadounidense), a pesar de la suspensión de la incredulidad que exigen de su público lector. Este arte de la fabulación en estado puro requiere de una prodigiosa capacidad imaginativa, siempre dispuesta a asombrar con su mundo narrativo, sus obsesiones, la exacerbación de las emociones y el juego de espejos propios de la dramaturgia, de la vida como espectáculo.
Las historias de un escritor como Irving, que tuvo a grandes amigos y maestros en Kurt Vonnegut y John Cheever, y que para escribir sus monumentales novelas ha debido combatir limitaciones como la dislexia, son tan ricas como psicológicamente fecundas. No cuesta mucho vislumbrar la influencia de sus referentes literarios: los escritores decimonónicos, en particular su admirado y continuamente citado Dickens, pero también el propio Freud, al que considera sobre todo un gran novelista.
Irving considera que la observación social es parte fundamental del trabajo del escritor, que tiene la obligación de observar y narrar la verdad, lo cual implica, según su modo de ver, nada menos que una toma de posición política. Le gusta pensar qué habría pasado si escritores como Philip Roth, William Styron o Arthur Miller hubieran escrito los grandes discursos presidenciales. En el mundo de Irving, Vonnegut tendría que haber sido presidente.
Autor de numerosas narraciones, Irving se dio a conocer en 1968 con la novela Libertad para los osos , a la que siguieron El mundo según Garp (1972), Doble pareja (1974) y El mundo según Garp (1978), la obra que lo consagró. La novela fue llevada al cine con un reparto que incluía a Robin Williams y Glenn Close e inició una historia de amor de Hollywood con la obra de Irving, tan rica en tramas y fabulaciones, en personajes estrafalarios y outsiders heroicos, en la más pura tradición estadounidense. Tras su quinta novela, El hotel New Hampshire (1981) -en cuya versión cinematográfica participaron Jodie Foster y Rob Lowe- vino Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra (1985). Su adaptación a la pantalla grande (en la Argentina la película se conoció como Las reglas de la vida ), dirigida por Lasse Hallström y con un reparto que incluía a Michael Caine, Tobey Maguire y Charlize Theron, hizo merecedor a Irving de un premio Oscar al mejor guión. La novela que demuestra de modo patente su lado más político es Oración por Owen (1989), un alegato contra la guerra de Vietnam. La versión fílmica, llevada a la pantalla con el título de El gran Simón , no la firmó Irving porque consideraba que las concesiones realizadas darían como resultado una película muy distinta a lo que había imaginado en su ficción.
Su siguiente novela, la octava, fue Un hijo del circo (1994). La obra de Irving volvió al cine con Una mujer difícil (1998), que se estrenó con gran éxito en 2004, con el título The Door in the Floor y un reparto de excelencia: Jeff Bridges y Kim Basinger. La última tanda de novelas incluye La cuarta mano (2001), Hasta que te encuentre , (2005), La última noche en Twisted River (2010) y Personas como yo (2012).
Esta última, que acaba de aparecer en español, tiene como tema central la intolerancia y la mojigatería de parte de la sociedad estadounidense de su generación. La novela explora la sexualidad en todas sus posibles variantes, y la identidad del individuo en su lucha por expresar su interioridad frente a la presión de las estructuras familiares, educativas y sociales. Narra la procesión vital de Billy Abbott, un hombre cuya experiencia se contextualiza con el despertar del deseo -erótico, pero también literario- de la mano de una mujer transexual, la misteriosa Miss Frost. El círculo se cierra cuando Billy adopta el papel de guía para una joven, Gee, que necesita ayuda en su proceso de autodescubrimiento.
Personas como yo , una de las novelas más audaces de Irving, aboga en favor de los derechos de las minorías sexuales y se detiene en los estragos de la plaga del sida. Intencionadamente incómoda, apasionada y claramente política, El mundo según Garp aborda la violencia sexual y el feminismo; la ya nombrada Oración por Owen , la guerra de Vietnam; y Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra polemiza acerca del derecho al aborto.
Pero en Personas como yo , el escritor vuelve también al terreno de sus obsesiones habituales: el narrador como escritor en ciernes, el padre biológico ausente, el amor por la escenificación, los grandes dramaturgos. Pueden encontrarse las habituales referencias a Dickens, Flaubert, Melville, Hardy, Hawthorne, a las que esta vez se suma la infinitamente triste novela de James Baldwin, El cuarto de Giovanni . La ficción funciona como representación, como ensoñación de un mundo a la vez posible e imposible, con toques casi hiperreales.
“Trato de hacer novelas que incomoden a la gente en relación con lo que nuestra sociedad da por hecho. Los escritores tienen que describir lo terrible -dijo alguna vez el escritor en The Paris Review -. Y una manera de describirlo, por supuesto, es hacerlo de manera cómica. George Bernard Shaw, que reconocía haber tomado de Dickens la mayoría de sus métodos satíricos, decía que había que encontrar una cosa verdadera y exagerarla con levedad, hasta que se volviera obvia.”

-Sus novelas le rondan en la cabeza y se maceran durante mucho tiempo.
-Por lo general, me llevan entre cinco y quince años, pero ésta me llevó unos ocho o nueve años de desarrollo antes de ponerme a escribirla. Finalmente, empecé en junio de 2009.

-¿Ya estaba pensada y mentalmente “escrita”, entonces, antes de llevarla al papel?
-Cuando digo que tengo la novela en la cabeza quiero decir que la trama entera ya está presente, no sólo un fragmento. Concibo toda la idea de la historia, íntegra, de cabo a rabo, y pienso una suerte de hoja de ruta a partir de la última frase. Empiezo desde el final y trabajo en retrospectiva, hacia atrás, hasta donde creo que debería comenzar la historia. En el caso de Personas como yo , toda la arquitectura de la novela ya estaba perfectamente establecida en la fase anterior a su escritura. El narrador, Billy Abbott, es un chico cuyo primer amor es un transexual. Pero el lector sabrá mucho antes que él, el narrador, que su amada Miss Frost es una mujer transexual. Y hacia el final de su vida, Billy se encuentra con otra, pero muy distinta: en el primer caso se trata de una persona mayor; la del final es una persona joven que quiere convertirse en chica.

-Una expresión sexual fuera de lo común.
-Billy se identifica con ellos porque también pertenece a una minoría sexual dentro de otra, la de los bisexuales, que, por lo menos en mi generación, producían desconfianza tanto en la comunidad homosexual como entre los heterosexuales. Pero Billy reconoce en estas dos personas un gran valor fuera de lo común. Siempre quise escribir sobre eso.

-Es una novela que tiene lazos directos con muchas otras de su autoría, desde El mundo según Garp hasta Oración por Owen .
-Como en El mundo según Garp , el tema central es la intolerancia sexual. Pero, en este caso, la historia está contada en primera persona y el narrador es bisexual, un personaje opuesto al narrador de Oración para Owen, quien jamás ha mantenido relaciones sexuales con nadie y al que podríamos llamar homosexual no practicante. Es uno de esos gays de mi generación que estaban tan hundidos en el clóset que no alcanzaban siquiera a darse cuenta de que el clóset existía. En cambio, Billy está fuera del clóset desde el primer momento. Siempre me ha interesado la figura del outsider y en este caso, desde la misma concepción de la novela, pensé en el outsider sexual.

-La voz es más comprometida, más furiosa en Personas como yo . ¿Tal vez más radical? ¿Diría que forma parte de su elenco de novelas políticas?
-No me parece que me esté radicalizando con el paso del tiempo. Los derechos de los homosexuales están mejorando mucho o al menos siguen un buen camino. Es verdad que cuatro de mis trece novelas toman posiciones políticas. Garp y ésta, porque tratan del odio a la sexualidad diferente; Oración por Owen, por su oposición a la guerra de Vietnam, y P ríncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra, por ser una defensa del derecho al aborto. Las otras tratan sobre los problemas y las diferencias sociales. No obstante, en cada una de mis novelas hay personajes cuya orientación se sale de lo común, cuya explícita sexualidad quiere irritar u ofender la mojigatería del conservadurismo social de mi país. Ése siempre ha sido uno de los blancos de mis novelas. Pero me alegra poder advertir que en el paisaje político de Estados Unidos, esta gente es cada vez menos. Las últimas elecciones en el país lo dejaron meridianamente claro.

-En la entrevista que dio al The Paris Review cuando tenía cuarenta y cuatro años se autodenominó “un dinosario”. Ahora que tiene 70, ¿cómo se ve?
-Es un sentimiento que permanece inalterado, sólo que ahora soy un dinosaurio mucho más viejo. El tipo de novelas que deseaba o soñaba escribir cuando tenía veinte años ya entonces era considerado caduco. Sentía admiración por Dickens, Hardy, Melville, Hawthorne. Habían pasado de moda incluso antes de que yo empezara a escribir. Al ser principiante, eso me causaba una enorme ansiedad. Pero el deseo de adoptar a esos grandes escritores decimonónicos como modelos se convirtió en una ventaja. En aquel momento, cuando era joven, no me pareció así, pero la ventaja fue que al adoptar como modelo a grandes autores fallecidos hacía un siglo, resultaba imposible que me pudieran confundir con ellos, que yo les copiara el estilo o que alguien me reprochara que los había copiado. Desde el punto de vista del estilo es absolutamente imposible escribir como ellos en la actualidad porque el lenguaje que usaban era el de su época. Uno tiene que buscar su propio estilo. Eso es una suerte porque de ahí siempre saldrá una voz moderna. De modo que querer recuperar y resucitar a esos grandes escritores fue una decisión acertada. Todo esto es una manera un poco larga de decir que estoy encantado de seguir siendo un viejo dinosaurio.

-En Personas como yo hace muchas referencias al teatro clásico, sobre todo a Shakespeare, pero también a Ibsen y a Tennessee Williams.
-Mi primera fuente de acceso a la literatura clásica fue el teatro, y mis héroes, Sófocles y Shakespeare, se concentraban mucho en la trama.

-¿El arte de la novela puede pensarse como arte de representación?
-Mi primera vida, mi primer amor, mi primer deseo de hacer algo con mi vida proviene del teatro. Antes de tener edad para leer aquellas novelas que tanto quería poder escribir, las novelas decimonónicas que contaban historias fascinantes, sólo podía imaginar un futuro de actor. Me sentía incómodo conmigo mismo y con quien era, y me resultaba mejor o me atraía más la idea de crear un personaje y habitarlo. Creo que más tarde, en mi adolescencia y hacia los veinte años, cuando me alejé de la representación escénica y pensé en escribir, todavía consideraba que la escritura era una especie de escenificación. La novela me daba la oportunidad de habitar las vidas de todos aquellos personajes, de ser todos ellos. Y supongo que aún me siento más cómodo inventando y habitando otras personalidades que este yo, quienquiera que sea. Con la excepción de mi papel como padre, es el único papel vital que he desempeñado bien y con el que me siento más a gusto.

-Pero, al igual que en la vida, en su última novela la felicidad no es duradera. La tensión empieza a crecer porque nos caen estupendamente estos personajes extravagantes y entrañables, esa feliz banda de teatro amateur , pero el lector ya sabe lo que se avecina…
-Lo que pretendí es mostrar ese brevísimo período en que se desarrolló la liberación sexual, cuando las posibilidades para los homosexuales estaban floreciendo. Duró unos cinco minutos, hasta que llegó el terrible azote del sida. No hay manera de exagerar la injusticia que representó aquello. No sólo por tantos jóvenes que murieron (llegaron al fin de su vida, y también de su vida sexual, justo cuando estaban empezando a vivir) sino porque dio a los homófobos el pretexto para presentar la enfermedad como un castigo divino o justificable. Espero que el silencio de Ronald Reagan durante siete de los ocho años de su presidencia lo condene a ser recordado como el mandatario menos responsable de la historia de la nación. No hay otro en la historia estadounidense que haya conocido como él, personalmente, a tantos homosexuales. ¡Era un actor! No muy bueno, pero… también había sido el presidente del gremio de actores. No muy bueno, pero? ¡Las personas que estaban muriendo eran amigos y ex colegas suyos! Pero no pronunció la palabra sida una sola vez durante siete de los ocho años que estuvo en la Casa Blanca. Es moralmente imperdonable.

-¡Qué ganas de meterse en la novela y avisarles a los chicos que no olviden sus preservativos!
-Quería que el descubrimiento de Billy sobre su sexualidad se percibiera a través de un prisma tan sencillo como inocente, que el proceso de autoaceptación fuese a menudo cómico, cuando no feliz e incluso divertido. En ese aspecto es una novela tragicómica. Hasta que esa puerta se cierra con la llegada de la epidemia. La historia empieza en los años cincuenta y sesenta, y todas estas personas inocentes no saben lo que les espera a comienzos de los ochenta. ¿Qué pasará con todos los amigos y amantes de Billy? Quería que ustedes, los lectores, supiesen lo que va a suceder aunque los personajes obviamente no. Ésa es la tensión. Ahí se acaba la comedia y empieza la tragedia.

-En algún momento usted ha comentado que Hemingway le parece una aberración como escritor y como hombre. ¿Es así?
-Siempre odié a Hemingway. Incluso de adolescente me daba vergüenza ajena. Por su forma de ser hombre y por su forma de ser escritor. Su prosa simplona. Si uno sólo consigue escribir esas frases tan cortas, ¿por qué no dejar la narrativa y dedicarse como modus vivendi a la publicidad? No creo, en su caso concreto, que su formación como periodista lo haya ayudado. Creía que tenía que seguir con esas frases breves y simples, que no le habrían servido jamás a escritores como Melville, Flaubert, Hardy o Dickens?. Gracias a Dios que ellos no tenían inclinación por la prosa simplona y la brevedad. Y la manera que tenía Hemingway de representar la masculinidad siempre me pareció una broma de mal gusto. Al menos para mí, que competí como luchador deportivo durante veinte años y trabajé como entrenador durante otros muchos. Hemingway no era un boxeador, era un amateur . Era un gordinflón y, como escritor, estaba igualmente inflado. Fue el responsable de una tendencia en la literatura estadounidense. Sus imitadores creen que el minimalismo los hace parecer más inteligentes. Como modo de escribir prefiero, obviamente, las frases complicadas o al menos complejas, por la misma razón por la que me gustan los personajes complejos y complicados. Incluso en su mejor novela, que escribió a los veintisiete años, Fiesta , la mayor complejidad de su personaje principal es que no consigue una erección. ¡Ésa es la historia central, y por eso existe la novela! Supongo que para alguien como Hemingway lo que le pasa a un personaje era su mayor pesadilla. Como escritor y como hombre, era un fraude.

-John Cheever, un escritor que usted conoció bien durante el tiempo que estuvo en Iowa, a quien admiraba y con quien solía compartir platos de pasta y el ritual de los partidos de fútbol americano, era bisexual y sufría mucho por ello. Todos sabemos de su desenfreno con el alcohol… Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces. Su novela sale en un momento de gran debate social en Estados Unidos acerca del matrimonio gay.
-Aunque parezca mentira, el hecho de que la novela salga cuando se debate el tema de las sexualidades minoritarias y el matrimonio gay en la sociedad estadounidense es pura casualidad. Los que somos convencionales la tenemos muy fácil. Nadie se opone a esos deseos, no tenemos que sentirnos culpables por ellos o sentir odio hacia nosotros mismos por ser diferentes y desear algo inconveniente. Pero muchas personas sufren mucho pensando que la atracción que sienten es inadecuada, como le pasa a Billy. Le cuento una casualidad aún mayor: durante los ocho, nueve años durante los cuales esta novela existía en mi cabeza, más los años que tardé en escribirla, no sólo no habría podido imaginar que el tema del matrimonio gay terminaría en los titulares de los diarios, sino que tampoco habría podido prever que mi hijo pequeño sería homosexual. Era tan chiquito cuando empecé a elaborar la novela que no se me hubiera ocurrido. Al sentarme a escribir la novela, ya empecé a saber que tenía un hijo gay y me sentí muy orgulloso de él. Pensé que tenía mucha suerte: si la novela no tenía otro lector, al menos tendría un lector ideal, mi hijo. Ha sido una feliz casualidad, una simultaneidad afortunada tener un hijo que se declara gay a los diecinueve años, justo cuando termino una novela sobre un personaje bisexual? ¡Qué buena coincidencia!

-¿Por qué escogió Madrid como uno de los escenarios de la novela?
-El padre de Billy Abbott es uno de esos homosexuales chapados a la antigua, que desaprueban a los bisexuales como su hijo y desaprueban a los gays jóvenes en general. Es uno de aquellos viejos que desaprobaban todo lo que no era exactamente igual a ellos. He visto espectáculos gays en Nueva York, Berlín, Hamburgo y Ámsterdam, pero todos parecían demasiado modernos, demasiado contemporáneos para los gustos del padre de Billy. Cuando le pregunté a algunos amigos de aquella generación dónde podría encontrar una representación “a la antigua”, todos coincidieron en señalar Madrid. Acompañé a un par de amigos a los clubes de Chueca y me dije que sí, que me podía imaginar al padre de Billy asistiendo a un espectáculo allí. Pasé una semana en Madrid y frecuenté con estos amigos todos los clubes gays. Y, bueno, ¡qué bien lo pasé!

-Una de las primeras frases de la novela me llamó mucho la atención: “Nos forma aquello que deseamos”.
-Casi fue la primera frase. De hecho lo fue en una versión anterior. Pero empecé a discernir que en el caso del personaje de Billy era una obviedad. Cuando decidí que el narrador sería él y la historia se contaría desde su punto de vista, consideré que quizás era demasiado contundente. Era como asustar al lector desde la primera frase. Decidí moverla al final del primer párrafo y empecé con otra: “Para empezar, les hablaré de la señorita Frost”. Una primera frase tan aparentemente sencilla pero a la vez tan profunda, al estilo de Coleridge o de Melville, nos avisa que estamos en el inicio de una fabulación y nombra, cual génesis, a este personaje de nombre tan dickensiano: Miss Frost. Pero antes, está el título del primer capítulo: “Un casting fallido”, que extrañamente recuerda al de “Espejismos” de Moby Dick . Sabemos que la novela es una fabulación y tiene un reparto de personajes, pero a la vez hace referencia al reparto de una representación teatral ficticia dentro de la novela: el juego se vuelve así un juego de espejos narrativos. Además, la palabra casting en inglés también define la acción del pescador de tirar el anzuelo de la caña al agua. En este caso tiene una segunda lectura. Sí, quería que empezara así, con un tono menos de ensayo y más de fabulación. Obviamente, es una novela política, como he dicho, y en parte pretende defender una posición. Pero creo que nos forma lo que deseamos y es particularmente verdad en el caso de personas que tienen una vida sexual compleja.

-¿Por qué decidió utilizar la primera persona para narrar esta novela?
-La última novela que había escrito en primera persona, Oración por Owen , trata justamente de un personaje que nunca sale del clóset: Johnny Wainright. Y aunque Johnny y Billy están en las antípodas, de algún modo también son muy similares. Johnny nunca se expresa sexualmente, nunca permite que la voz del deseo infiltre su vida sexual, tan reprimida. Su desafío era que la frustración sexual jamás pareciera algo personal, por lo que la volcó en la política. Pero Billy se expresa a sí mismo desde el primer párrafo y su condición bisexual lo obliga a declararse dos veces. Johnny, en cambio, nunca se declara. Estos personajes son casi como mis hermanos. No utilizo la primera persona frecuentemente, y nunca es mi primera opción. Pero gravito hacia este punto de vista cuando el tema trata algún tipo de tabú sexual. El narrador de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra está enamorado de su hermana, el narrador de Doble pareja se involucra en un episodio de cambio de pareja que termina destrozando su vida.

-Es decir, es una técnica más intimista.
-Sí, es más íntima. Tiene algo de confesional. En el caso de Johnny, expresa su indignación.

-¿Es una novela política acerca de su generación?
-Fue una decisión muy consciente hacer que Billy fuese un hombre de mi generación y bisexual. Si estuviese pasando su adolescencia, sería mucho más fácil. Quizás el mundo heterosexual no haya avanzado del todo; para una persona heterosexual, un hombre o una mujer bisexual es directamente gay. Es la única palabra que registran. Pero la aceptación de los bisexuales y los transexuales dentro de la comunidad homosexual está mucho más asentada, son más abiertos que antes.

-¿La comunidad gay apuesta por su propia biodiversidad?
-Recientemente, en una presentación, un hombre me agradeció el libro porque vio a muchos amigos morir de sida y dijo que la novela acierta mucho en los detalles. Decía que era un texto con mucha fuerza y su lectura fue muy emotiva para él. Genial, pensé, pero vi que quería decir algo más y no se atrevía. Finalmente me susurró: “Igual tiene que saber que en realidad no existen”. Yo le pregunté: “¿Quiénes?” “Los bisexuales”, me dijo.

-En realidad, el hecho de que exista el arquetipo del “hombre gay chapado a la antigua” demuestra hasta qué punto las cosas han cambiado.
-Mi primer editor en William Morrow era un hombre que se llamaba Harvey Ginsberg. Cuando dejé ese sello y volví a Random House siguió editando mis libros externamente. Era uno de esos viejos gay cascarrabias que no escondía su condición de homosexual pero tenía una actitud de irritación permanente hacia los jóvenes, cuando veía a dos hombres o a dos mujeres tomados de la mano en Nueva York, por ejemplo. Desaprobaba todo. Solía discutir con él: “Oye, Harvey, te portas como un viejo homofóbico”. En su época no se podía hacer esas cosas, me respondía. Era como escuchar aquello de “cuando era joven tenía que andar veinte kilometros en la nieve sólo para llegar a la escuela”. Él tuvo que sufrir, y ahora los demás también deberían sufrir. ¡Era peor que los heterosexuales!

-Pero ¡qué amor literario, si siguió editando sus libros en otra editorial!
-Mi primer editor, que trabajó con las primeras tres novelas, era un tipo llamado Joe Fox. También fue el primer editor de Philip Roth y el único editor de Truman Capote. Un tipo genial. Cuando le entregué los primeros capítulos de El mundo según Garp me dijo: “¿Sabes una cosa? Me gusta mucho, por las mismas razones por las que me gustaron las otras novelas, pero no consigo que le guste a la gente de la editorial. Piensan que eres un tipo muy extraño. Deberías ir adonde tengas a toda la editorial volcada en tu obra con entusiasmo y no sólo al editor”. Lo que me quería decir era que debía irme de Random House para demostrarles lo que realmente valía, y me dio una lista de posibles editores. Harvey estaba en esa lista. Pero me fui con otro editor, Henry Robbins, de Dutton, quien publicó uno de mis libros y después murió, el pobre. El hotel New Hampshire quedó en un estado de limbo, sin un editor serio. Henry ya sabía que estaba enfermo y antes de morir también me sugirió a Harvey Ginsberg. Entonces con Oración por Owen , me fui a Morrow a trabajar con él, que también me publicó Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra . Pero la editorial Morrow terminó metiéndose en líos, y yo ya tenía una relación de mucha confianza con Harvey. “Creo que deberías irte a otra editorial mientras puedas”, me dijo él. Tenía una cláusula en mi contrato que estipulaba que vencía si el editor se iba del sello. Gracias a Dios. Harvey me hizo el favor de jubilarse anticipadamente y pudimos seguir trabajando juntos.

-¿Volvió a Random House pero con el editor de Morrow a cuestas? Que también era editor de Saul Bellow…
-Joe Fox quería que volviese a Random House, y debido a su trato tan honrado conmigo antes, lo consideré. Me dijo que ahora todos los que antes me miraban por encima del hombro serían los primeros en intentar congraciarse conmigo. No tenía ni una gota de vanidad. Me dijo: “Aunque yo edité tus primeras novelas, Harvey ha editado las últimas dos y conoce tu trabajo ahora mejor que yo”.

-Usted viaja mucho para promocionar sus novelas. ¿Nota una diferencia en el trato que recibe como estadounidense en el extranjero desde que Obama es presidente?
-Desde luego. Pero también dentro de Estados Unidos. El trato es muy diferente. Mi mujer es canadiense y pasamos más tiempo en Canadá que en Estados Unidos. Allí, el cambio de actitud hacia los estadounidenses es claro. Gracias a Obama, es mucho más placentero ser estadounidense que cuando tuvimos como presidente a aquel bufón.

-Otra frase: “Eso es shakespeariano, Bill. En Shakespeare, muchas de las cosas importantes ocurren fuera del escenario: uno sólo oye hablar de ellas”.
-De alguna manera las dos muertes más importantes en la novela ocurren fuera del escenario de la novela: la de Miss Frost y la de Kittredge. El lector sabe lo que pasa, pero no se cuenta como parte de la representación. Shakespeare siempre me pareció contrario al mantra de la escritura contemporánea: “Hay que mostrarlo y no decirlo”. Yo no puedo ser socio de ese club porque, como escritor, me la paso “diciendo” todo el tiempo. Muestro, sí, pero también digo. Qué consejo más estrafalario, lo considero francamente una mierda. En David Copperfield , se nos cuenta el día que el cuerpo de Steerforth aparece en la playa llevado por la marea; en Oliver Twist , el día que sale de la cárcel. Fagin se ahorca. El coro de Sófocles nos anuncia que el sobrino y el hijo de Kryon se suicidan. Todo pasa fuera del escenario. Un mensajero aparece y dice: “Kryon, Kryon, tu mujer se ha suicidado”. Y después vemos cómo Kryon no responde. Sólo dice: “Ah, ella también”, porque no puede responder, de tan perdido que está. Sófocles nos quiere mostrar su estupor, pero tiene que decir una parte para mostrar la otra.

-En el último párrafo, Billy dice del personaje de Kittredge: “Era mi viejo enemigo y mi amor prohibido”. Me recordó la frase que pronunció Jane Bowles, tan misteriosa, cuando conoció a su marido, Paul Bowles: “He conocido a mi enemigo”. Sabemos cómo acabó aquella historia de amor para ella. En las novelas que usted escribe el arquetipo del outsider heroico siempre aparece, algo que lo sitúa firmemente dentro de la tradición norteamericana.
-Sí, me encanta la figura del outsider . El único género cinematográfico que de verdad me gusta es el western . Es lo único originalmente estadounidense. La mayoría de las películas o de los directores estadounidenses son de origen europeo o imitan sus estilos, como lo hizo Orson Welles. Quizás el aspecto más norteamericano de mis novelas sea esta exploración del individuo, lo que lo hace ser único, individual. La señorita Frost no es el personaje principal, pero sí la heroína. No sólo porque protege a Billy, sino porque no es una víctima del sida, sino que muere por las agresiones de personas que la odian. Vive y muere como una heroína. Mis novelas están pobladas de personajes secundarios que son los auténticos héroes. El doctor Larche es el héroe de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra , es quien consigue que Homer sea quien es. Miss Frost es quien ayuda a Billy a encontrarse, a conocerse. Son los personajes cuyas historias al final más nos importan. Como el doctor Daruwalla en Un hijo del circo . Es un extranjero vaya a donde vaya. Cuando retorna a la India, se da cuenta de que se encontraba mas cómodo en Canadá.

-El doctor Daruwalla también resulta ser un tipo sospechoso, no por bisexual, sino por “binacional”?.
-Una noche me fijé en un hombre solo que estaba parado en la esquina de una calle de Toronto. Era de origen indio o quizá de Medio Oriente, iraní tal vez. Estaba vestido impecablemente y miraba hacia arriba, hacia los copos de nieve que caían, como si fuese una especie de milagro. Pero se notaba que se sentía en casa, estaba esperando que la luz del semáforo cambiara a verde para cruzar la calle tranquilamente. No tenía un mapa, no era un extraño en ese lugar; sabía hacia dónde se dirigía. Pero se notaba que estaba encantado con la nieve y la miraba con asombro, como si quizá no fuera algo natural para él. Y pensé que esa imagen iba a ser el final de una novela. Tan absorto estaba que no prestó atención a los insultos raciales que le gritaron desde un auto que pasaba delante de él. De repente me di cuenta de que había estado mirándolo tan fijamente que el pobre se estaba poniendo nervioso. Mi presencia lo hacía sentir amenazado, y me sentí mal. Quería demostrarle simpatía, pero la luz cambió a verde y él siguió su camino. Yo iba en la misma dirección, pero modifiqué mi ruta para no seguir molestándolo. La ironía es que me di cuenta de que para aquel hombre el insulto racial había sido yo.

-Un momento en el mejor estilo de Emerson, para nombrar al padre de la tradición estadounidense. ¿Habrá llegado a saber ese señor que usted no era una amenaza sino que le dedicó una novela?
-Hubo un momento en que pensé que lo había encontrado. Vi a un hombre que se le parecía y que me miraba. Esperaba que se me acercara para presentarse diciendo: “¡Aquí estoy! ¡Soy yo!”. Pero me estaba mirando fijo sólo porque un amigo suyo estaba detrás de mí y lo quería saludar. Así que no era el hombre de la esquina.

-Quizás ese outsider binacional que miraba la nieve asombrado se transformó, mutatis mutandis , en Miss Frost? Cualquiera de las dos representaciones del outsider heroico sería perfecta para una serie de televisión ¿No se anima con Personas como yo ? ¿No cree que sería más adecuada una adaptación a la televisión que al cine?
-La verdad es que sí. Acabo de ver la serie escrita por Tom Stoppard basada en Parade’s End (“El fin del desfile”), la tetralogía de Ford Madox Ford. Magnífica. Pero si hay obstáculos para hacer una película, para una serie se multiplican exponencialmente. Hay más comités y más dinero involucrados. Si quiere puede citarme textualmente: cuanto más dinero hay en inversión, más hijos de puta hay. Cualquier persona que trabaja en las artes escénicas le dirá lo mismo. El director Lasse Halsström, que es un gran amigo, y yo llevamos un año hablando del tema y me dice: “Lo haré si lo haces tú” y yo le digo: “Lo haré si lo haces tú”. Y así seguimos hablamos, sin resolver nada. La pura verdad es que ninguno de los dos terminamos de ver cómo solucionar algunos de los problemas de base, principalmente el paso del tiempo. En las películas, el paso del tiempo suele ser un desastre.

-Pero le resulta tentador considerarlo.
-En una serie se puede trabajar sin grandes concesiones, mantenerse fiel a la novela sin sacrificar líneas argumentales. Perfecto. Pero en vez de interrumpir mi vida de novelista durante tres meses, me tendría secuestrado durante al menos dieciocho meses o, si tiene éxito, un par de años. ¿Me interesa? ¡En absoluto! No quiero volver a escribir guiones.

-¿No hay alguien a quien encargar el guión?
-Le dije a mi agente que si algún escritor gay quiere escribir el guión o una serie sobre Personas como yo , que me avisara. Estaría encantado de trabajar con él, si su experiencia y su currículum lo avalan. Hay mucha gente valiosa que puede estar interesada. Pero casi encuentro más plausible una versión dramática. Me puedo imaginar una adaptación teatral muy lograda, porque es menos realista y se pueden aprovechar las libertades que ofrece la escenificación. Así se puede evitar un desastre como aquella película tan idiota, El curioso caso de Benjamin Button . Me cansé de ver cómo Brad Pitt se parecía cada vez menos a Brad Pitt. ¡Qué bodrio!
LA NACION