Calidoscopio ganó la mejor carrera de su vida

Calidoscopio ganó la mejor carrera de su vida

Por Gustavo González
¿Por dónde se empieza a describir el triunfo de Calidoscopio en la Breeders’ Cup Marathon? ¿Por las lágrimas de Pablo Falero? ¿Por ese puñado de argentinos -más algún extranjero invitado- que llenó de gritos y emoción el círculo de ganadores, para contagiar a un público que se volvió más atento a eso que a lo que pasó en la pista?
Calidoscopio hizo en Santa Anita lo que hizo en Palermo, San Isidro y en La Punta, y ganó la carrera de su vida. Que es larguísima en las carreras. Y como dice Falero: “Aaron Gryder lo corrió como si fuera Falero o como Falero haciendo de Jacinto Herrera”.
El jinete estadounidense, que nació aquí cerca, sacó del último puesto al hijo de Luhuk y empezó a superar rivales allá en el opuesto, justo debajo de la falla de San Gabriel, la cadena que viene desde los Andes y bordea Los Angeles como un repulgo.
Al salir del segundo codo ya había gritos, pero no sólo argentinos. Calidoscopio hacía lo posible para que se dieran cuenta todos de que sería el ganador. Un infierno esa recta. Atigun, el puntero, el favorito, no pudo hacer nada. Los últimos metros fueron de abrazos y vista nublada. Hubo cuatro cuerpos y un cuarto de diferencia entre Calidoscopio y el segundo, Grassy.
Juan Carlos Echeverz es la cabeza de ese grupo de propietarios entregado al festejo incontrolable. Ya tuvo momentos inolvidables en el turf. “Creo que esto es lo más grande. A lo mejor el Nacional de Cheyenne o las Estrellas de Contante se parecen; fueron espectaculares, pero esto es histórico.” Esos dos caballos corrieron con los colores de Doña Pancha. El celeste y blanco que siempre llevó Calidoscopio.
“Ojalá hagan más carreras de éstas”, ruega Echeverz, que hoy hará fuerza, como todos los argentinos, por Suggestive Boy en el Mile.
El Marathon (G 2-2800 m) es un clásico imposible para los locales. Y duro para los europeos. Distancia y arena. Un buen caballo fondista, con preferencia por la arena y con preparación a conciencia, es capaz de todo. Hasta superar las miradas de soslayo que lo seguían en Santa Anita, cuando salía a varear en pelo. Por el que se desvivieron Miguel Cafere, Mario Londaitz y Andrés Torres.
Londaitz salió envuelto en el bouquet amarillo y violeta, con el que se recibe a los ganadores de la Breeders’ Cup. A contrapelo de la recta, ellos tres llevaron al héroe al establo que fue casa tantos días, recibiendo el aplauso y el saludo de las tribunas.
Jamás un premio fue más merecido.
LA NACION