Ni Keynes, ni Ronald Reagan

Ni Keynes, ni Ronald Reagan

Por Emilio J. Cárdenas
Muchos en el mundo se preguntan cómo escapar de las recesiones económicas y recuperar luego los equilibrios presupuestarios que aseguren la viabilidad de sus economías. La actual no es una crisis financiera como la de 2007, atribuible en buena medida a una desregulación excesiva. Esta parece, más bien, una crisis distinta. Una de exceso de endeudamiento estatal, particularmente europeo. Que no desaparecerá ciertamente en el corto plazo.
En sustancia, las reacciones frente a las crisis económicas transitan esencialmente por dos caminos distintos. Las soluciones que se intentan pertenecen entonces a dos paradigmas diferentes. Se trata de dos modelos que, desde hace años, parecen oponerse cuando de reaccionar ante las crisis se trata.
Por una parte está la tesis keynesiana, hoy defendida por Paul Krugman desde las columnas del New York Times. Esta es la que prefieren implementar los políticos e ideólogos de izquierda. Con ella apuestan a reactivar la economía a través del robustecimiento del consumo. Con un fuerte aumento del gasto público se procura no sólo mantener los niveles de empleo, sino apuntalar a las familias y personas de menores ingresos, que son precisamente aquellos que tienen la mayor propensión a consumir.
Por la otra, hay quienes abrazan -en cambio- el paradigma ultra-liberal. Como ocurre con los conservadores británicos, liderados por David Cameron, o con aquellos republicanos norteamericanos que idolatran a Ronald Reagan. Estos proponen una reducción drástica de los impuestos y del gasto público, de manera de que así se reduzcan las tasas de interés y que el sector privado sea el que, inducido por esas medidas, motorice la inversión productiva.
La primera alternativa, sabemos por experiencia, no siempre funciona en una economía globalizada, como la actual. Así lo comprobó Francia, entre 1981 y 1983. Porque en las economías abiertas nada garantiza que la demanda suplementaria (hija de las medidas de estímulo) no beneficie a los productos de origen extranjero, a los importados entonces. Los fuertes aumentos de las importaciones, evidencias que se ha producido esta transferencia “no querida”. Si esto sucede, las medidas de reactivación pueden ser ineficaces, aumentando fuertemente el déficit comercial. La experiencia argentina reciente así parecería confirmarlo, desde que el presunto “modelo” kirchnerista ha terminado aumentando fuertemente las importaciones, lo que ha derivado en tener que cerrar apresuradamente la economía imponiendo restricciones dolorosas para los agentes productivos, como muy pocas veces hasta ahora.
Como si eso fuera poco, el “multiplicador” de las inversiones hoy genera bastante menos entusiasmo que ayer entre sus propios cultores, atento a que se estima que a un aumento permanente del gasto público del orden del 1% del PBI, le sigue un aumento del PBI del 0,4%. Poco más que eso.
La alternativa ultraliberal tiene también cada vez menos cultores. Porque ignora las restricciones provenientes de las llamadas “externalidades”. Y por la natural resistencia social que ella genera, puesto que el argumento del llamado “derrame” en el tiempo no es nada fácil de vender políticamente en medio de crisis que golpean y angustian rápidamente a buena parte de la población.
Por eso, más allá del debate entre derechas e izquierdas, se ha ido conformando una tercera escuela. Es la que reivindica el rol activo del Estado, pero prefiere, en lugar de propiciar un aumento sustantivo del gasto público, la adopción de políticas presupuestarias y monetarias “contra-cíclicas”, con las que se apunta a moderar (domar) las fases más pronunciadas del ciclo económico.
Esto supone acelerar el gasto en tiempos de recesión, pero también frenarlo cuando la economía está en un nivel alto de actividad. Con excepción de tres capítulos a los que el Estado debe priorizar más allá de las fases del ciclo: la educación; la promoción de las pequeñas y medianas empresas; y el re-entrenamiento y la capacitación laboral permanente, como pilar de la lucha contra el desempleo.
Un buen ejemplo de esto último es lo que sucede en Chile. Con una economía que crece y que aún no ha sufrido momentos demasiado duros de contracción, Chile ha adoptado una política fiscal contra-cíclica que procura el surplus en los momentos de buen nivel de actividad económica y que presumiblemente recurrirá a los deficits cuando el nivel de actividad de la economía se deteriore. Lo que aún no parece haber ocurrido. Opera en los hechos con una mezcla de medidas de intervención pública directa e incentivos e inducciones de distinto tipo al sector privado. Y con una política laboral siempre activa.
Para esto Chile tiene hoy una reserva invertida en fondos soberanos de más de 20 billones de dólares, esto es de aproximadamente un 9% de su PBI. Con ella anuncia que reactivará, si la recesión en las economías más importantes del mundo, como bien puede suceder, de pronto se extiende o profundiza.
Eso es precaución. Y sabiduría. Obviamente lo contrario de la improvisación. No se puede vivir alegre e inconscientemente, como si el mañana simplemente no existiera. Sin previsión. Es en los momentos de expansión cuando no hay que dilapidar con medidas de corte populista, sino ahorrar. Para cuando el “viento a favor”, como suele suceder, de pronto amaine.
Una vez más, aquello de la cigarra y la hormiga. Ud. lector, seguramente adivinará cual de ellas es Argentina y cual Chile.
EL CRONISTA