Popper, un filósofo práctico

Popper, un filósofo práctico

Por Nicolas Meyer
na negra nube ensombreció la vida de Karl Popper. Fue el más importante filósofo del mundo de 1900 a hoy, pero toda la prensa se la llevaba siempre otro filósofo igualmente brillante, Ludwig Wittgenstein, quien, a diferencia de él, tenía carisma, y eso lo irritaba sobremanera. Wittgenstein sigue siendo más conocido, aunque temido, por ser difícil. Pero nadie hizo aportes más significativos que Popper (y los hizo en más campos que Wittgenstein), incluso para la política práctica. Era de los que creen que no es necesario, para prestigiarse, escribir en forma complicada. Sus principales logros pueden resumirse en un artículo breve como éste.
Popper y Wittgenstein sólo se encontraron una vez, en Cambridge, y la sangre casi llegó al río Cam. Popper fue allí a dar una conferencia; Wittgenstein se puso casi violento, y para dar énfasis a lo que decía, agitó en el aire, en peligrosa cercanía de Popper, un atizador de hierro. El breve incidente dio para todo un libro: Wittgenstein’s Poker ( El atizador de Wittgenstein ), escrito por D. Edmonds y J. Eidinow.
En realidad, Wittgenstein y Popper tenían tanto en común que podrían haber sido aliados en lugar de rivales. Es decir, la rivalidad la sentía P, mientras que W simplemente hacía muy poco caso de P. No era algo personal: básicamente, W sentía verdadero respeto intelectual por sólo otro individuo, el pensador británico Bertrand Russell (que no lo acompañó).
Popper (1902-1994) y Wittgenstein (1889-1951) eran ambos filósofos nacidos en la misma ciudad, Viena. Ambos eran de ascendencia judía. Ambos eran de familias cultas y acaudaladas, aunque los Popper eran “sólo” gente rica y los Wittgenstein eran los Rockefeller de Austria. Ambos emigraron a Inglaterra. Y estaban del mismo lado de la principal línea divisoria que se puede trazar en filosofía. Es la que separa a los que admiten especulaciones o posturas que se podrían llamar místicas (por simplificarlo de alguna manera) y los que no. P y W categóricamente estaban entre los que no.
Pero también existían diferencias. La imagen de P fue siempre la de un profesorcillo gris; W, sin buscarlo, era un fulgurante cometa con una estela de acólitos y fans. Si bien ambos tenían arranques de soberbia intelectual, a P esos arranques se le escapaban, mientras que los de W eran, como todo lo que hacía, teatrales, olímpicos. P, con el tiempo, obtuvo muchos honores; era Sir Karl. Pero le costó mucho llegar a ello. Por el contrario, a W, desde siempre, lo corrían para rendirle homenaje.
Lo que los distanciaba en su pensamiento era que P estaba interesado en resolver cuestiones concretas (en filosofía, en la sociedad, en política). En cambio, para W -con matices a lo largo de los años- en filosofía no hay tanto cuestiones reales como errores en la forma de plantearse las cosas. Por eso, en el episodio de Cambridge, Popper dio un ejemplo concreto de una regla ética real: “No amenazar a conferencistas visitantes con atizadores”.
Popper dio un enorme paso adelante en filosofía al mejorar el entendimiento de qué es lo que hace que una afirmación tenga derecho a ser considerada científica. No es -como se creía- que esa afirmación haya sido comprobada experimentalmente. P destacó que siempre es posible que el próximo experimento la rebata (sea porque es un experimento distinto o porque fue hecho mejor).
Lo que realmente torna científica a una afirmación, expuso P, es que sea refutable. Es decir, que sea sometible a un experimento en el cual pueda ser, por lo menos en principio, refutada por los hechos. No es que se quiera refutarla; lo que se quiere es tener la posibilidad de intentarlo. Aunque el experimento no pueda realizarse por razones prácticas, por lo menos debe existir una posibilidad concebible mentalmente. Para las intuiciones metafísicas no hay experimentos concebibles.
En su pensamiento político, P fue un enemigo de todos los despotismos, a riesgo de perder la perspectiva: por anticomunista acabó defensor de Thatcher. Tampoco entendió el dilema de Israel. Sus grandes contribuciones en política fueron mostrar que el verdadero progreso se logra paso a paso, por ensayo y error, no persiguiendo utopías. Y enfatizar que lo esencial para la democracia, más allá de las condiciones formales como el equilibrio de poderes, son los mecanismos para evitar que los gobernantes que resultan incompetentes, ladrones o dictatoriales hagan demasiado daño. Con esto desempantanó la teoría de la democracia de la paradoja de que la gente es capaz de votar democráticamente a un Hitler o a un extremismo religioso.
No es la elección lo que define la democracia, enseñó. Es la contención posterior.
LA NACION