Una oposición incapaz y vapuleada

Una oposición incapaz y vapuleada

Por Joaquín Morales Solá
Un empate técnico entre Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín por un lejano segundo lugar mostraba anoche a una oposición vencida por el fuego amigo y por la vieja propensión social a votar con la economía como prioridad. La economía mueve las elecciones aquí y en cualquier país del mundo. El default de la oposición fue la noticia más relevante de las primeras elecciones primarias argentinas. No obstante, volvió a surgir una Argentina peronista. Entre Cristina Kirchner , Duhalde y Alberto Rodríguez Saá se llevaron casi el 70% de los votos, un porcentaje muy parecido al que el peronismo había juntado, también con fórmulas distintas, en el caótico 2003.
Sin embargo, sería arbitrario colocar a la Presidenta y a Duhalde en un mismo paquete político e ideológico, más allá del origen común en un mismo partido. De hecho, fueron Duhalde y Elisa Carrió los opositores más duros y confrontativos con el oficialismo durante la campaña electoral. Duhalde pudo ascender, al final de una noche larga y contradictoria, al chato podio de los opositores; Carrió no logró eso.
Quizás el primer error de la oposición haya sido la ruptura de las fórmulas que habían sido exitosas hace apenas dos años. El segundo traspié fue confiar en una sociedad supuestamente fatigada de las formas del kirchnerismo y hasta de sus gastados íconos, de su reincidente autoritarismo, de sus distorsiones de la historia y del presente y de su módico afecto institucional. Todo eso puede ser cierto, pero la oposición no advirtió una extendida sensación social de estabilidad económica, marcada por un alto consumo y por el crédito fácil. Ningún líder opositor le habló de la economía, más allá de algunas frases demasiado vagas para ser creíbles, a esa sociedad que requería serias garantías para dar un salto.
¿Dónde quedaron aquellos tres tercios en los que se dividió el electorado nacional en 2009? Uno lo representaba el oficialismo kirchnerista; otro lo expresaba el peronismo disidente (con algunos aliados como Mauricio Macri), y el restante correspondía a la oposición no peronista, lo que fue el Acuerdo Cívico y Social que integraron el radicalismo, la Coalición Cívica y el socialismo. El peronismo disidente, con la figura nueva de Francisco de Narváez, le ganó entonces la elección bonaerense a la propia candidatura de Néstor Kirchner. El Acuerdo Cívico y Social empató con el kirchnerismo en la cosecha nacional de votos. ¿Qué fue de esos opositores? ¿Dónde están? Macri ganó ampliamente su distrito hace quince días y se fue; no quiso ni participar de las primarias de ayer; Felipe Solá se encerró en su casa; Carlos Reutemann se ocupó sólo de hacer una diferenciación santafecina con el kirchnerismo; De Narváez saltó del peronismo a una alianza con el radicalismo sólo porque algunas encuestas le señalaban que Ricardo Alfonsín era en ese momento mejor candidato que Duhalde, y Rodríguez Saá se envolvió en el viejo sueño familiar de trasladar al país el liderazgo cuyano.
Sólo partículas de lo que fue la alianza de hace dos años. Nada más que ambiciones personales, abundancia de mezquindades y rígidas cinturas políticas.
El Acuerdo Cívico y Social se rompió cuando el radicalismo empezó a buscar una coalición con cierto peronismo y se empeñó en la inmodificable candidatura de Alfonsín. Aquella necesidad de acercarse al peronismo disidente (que encontró en De Narváez a un socio oportuno) alejó al radicalismo de los socialistas. La intransigencia con las postulación de Alfonsín ahuyentó a Carrió. Y los tres descartaron la estrategia más razonable, que era disputar entre ellos, ayer, la candidatura en nombre del viejo Acuerdo Cívico y Social.
Donde había una alianza de tres hubo tres candidatos. ¿Quién les dijo que sería exitoso destrozar un éxito?
Si se suman los votos conseguidos ayer por Alfonsín, Hermes Binner y Carrió el resultado es muy parecido, aunque no igual, al tercio de los votos nacionales que el Acuerdo alcanzó en 2009. El radicalismo no hizo ningún negocio bueno con De Narváez y, encima, ayudó a fragmentar los votos que había obtenido hace dos años con una alianza distinta y más natural.
La oposición terminó ayer vapuleada y acorralada. Cristina Kirchner le sacó más de 30 puntos al que le siguió, Duhalde, y se colocó sobre un porcentaje de votos propios que le asegura, hoy por hoy, el triunfo en primera vuelta. La primera mandataria tuvo más astucia que sus opositores cuando depositó la candidatura bonaerense en Daniel Scioli, con quien no simpatiza, y que arrasó a los otros candidatos kirchneristas. No era su candidato ideal, pero era el mejor.

EL PRÓXIMO GOBIERNO
Faltan más de dos meses para las elecciones que realmente decidirán el próximo gobierno. Muchas cosas pueden cambiar. Pero ¿tiene tiempo y ganas la oposición para cambiar y colocarse en alternativa al gobierno que está? Los líderes opositores no harán en poco más de 60 días lo que no hicieron en dos años. No sólo influye una voluntad renuente, sino las propias trampas de la ley. La voluntad no existe porque, además, la diferencia entre Duhalde y Alfonsín no fue importante. ¿Quién se bajaría? ¿Quién seguiría en carrera? Es la ley también la que le impide de hecho bajarse a cualquiera de los candidatos presidenciales para apoyar a otro. Los candidatos a legisladores quedarían huérfanos de candidato presidencial si el suyo desistiera de seguir en la contienda; la ley no permite modificar las adhesiones electorales después de las elecciones primarias de ayer. Jamás el radicalismo le permitiría a Alfonsín que sus candidatos quedaran abandonados a la buena de Dios.
Carrió descartó ayer cualquier intención de bajarse para apoyar a Duhalde, aunque aceptó los términos de su derrota: “Un ciclo de mi vida política ha terminado. Ya no me siento responsable de defender a todos ni de oponerme a todo”, señaló. ¿Por qué no apoyaría a Duhalde? “Ni mi partido ni mi conciencia me lo permiten”, dijo. Patricia Bullrich era la única entre sus aliados que bregaba por una actitud más flexible.
Hasta una idea que había surgido en las últimas horas también naufragaba. Consistía en que la mayoría opositora en la Cámara de Diputados impulsara un proyecto de boleta única para octubre, como hubo en Córdoba, donde existió una sola boleta para todas las categorías. Eso les permitiría bajarse a algunos candidatos presidenciales y dejar a sus candidatos a legisladores dentro de una misma boleta. Ideas para derrotas dignas, no para fracasos bochornosos. La Presidenta ganó ayer hasta en ciudades rurales y en barrios elegantes de la Capital. En esos mismos lugares, la oposición había triunfado ampliamente en elecciones recientes. ¿Qué pasó? ¿Cambió tanto el país en sólo un mes? No. En las elecciones pasadas había candidatos locales (Macri, los socialistas santafecinos o De la Sota en Córdoba) en condiciones de seducir al electorado sin colocarlo en el riesgo de la ingobernabilidad.
Definitivamente, fueron los candidatos presidenciales opositores los que se mostraron incapaces de construir un discurso atractivo y confiable. La sociedad sabe o intuye que el conflictivo mundo actual será un desafío difícil para el próximo gobierno; la propia Cristina Kirchner aceptó anoche públicamente esa realidad por primera vez.
La sociedad prefirió quedarse con lo que tiene, aunque algunas cosas no le gusten, como lo demostró en las últimas elecciones distritales, antes que empezar a darle el gobierno a líderes que sólo saben mirarse entre ellos. Lejos, muy lejos, de los más básicos afanes sociales..
LA NACION