19 Dec Adolfo Cambiaso, de a pie: la otra vida del mejor polista del mundo
Por Carlos Beer
“He recorrido el mundo. La reina de Inglaterra me dio ocho veces la Queen’s Cup. Batistuta pidió conocerme y hoy es mi amigo. Maradona estuvo tres horas parado alentándome en el palenque, en un partido. Lomu vino a verme jugar. Me han invitado a todos lados. Es muy lindo que te reconozcan así. Pero… te soy sincero: la realeza no me moviliza. No me gustaría estar en la cabeza de la reina, pero sí en la de Federer, Nadal o en la de Maradona en el 86, cuando les metió el gol a los ingleses. Y, como digo siempre, sigo prefiriendo el asado en Cañuelas antes que una cena en el mejor restaurante del mundo.”
Adolfo Cambiaso puede ser invitado a degustar el mayor de los manjares en los sitios más exclusivos. Puede compartir celebraciones con miembros de la aristocracia o reuniones con jeques multimillonarios.
Pero nada de eso es lo suyo.
Su mundo es otro cuando no está montado sobre un caballo. Su mundo es el que puede observarse en la madrugada del miércoles, por ejemplo: sentado a la mesa de su casa, en Cañuelas, hambriento, espera que su mujer, María Vázquez, le prepare algo para comer. Si son milanesas, mejor. No está ninguno de los tres hijos de la pareja. Son casi las tres de la mañana y tanto Mía, la mayor; como Adolfito y Myla, duermen en sus cuartos. Él ya no tiene puesto el incómodo traje que usó hasta un rato antes. Viste de entrecasa, con remera blanca y gorrita en la cabeza, infaltable. Parece un día más. Pero no.
Es distinto, aunque él haya hecho lo de siempre. Primero, la Riccheri. Después, la autopista a Cañuelas. Enseguida, la bajada Alejandro Pettion. Más adelante, el club La Dolfina. Y, finalmente, su casa. En el camino que el polista, para muchos el mejor de la historia, recorre siempre para huir de la popularidad que supo conquistar desde su talento, esta vez tuvo una nueva compañía: el Olimpia de Oro.
No pocos deportistas estarían celebrando la distinción en una fiesta multitudinaria. Es más: por el preconcepto social que existe alrededor del polo, muchos habrán imaginado que las horas siguientes a la obtención del premio fueron con un festejo a puro glamour. Pero no: Riccheri, autopista… y si hay milanesas, mejor.
Adolfo Cambiaso habita en el laberinto de las paradojas. Es el mejor en un deporte en el que nunca terminó de encajar. Y nunca lo hará. Una actividad tildada de clasista, que él siempre trató de volver más popular. Da batalla desde hace muchos años. Casi desde que se inició en la actividad, allá a fines de los 80. “Aporté mi granito de arena para que todos conozcan más al polo”, dice, y no disimula el orgullo.
“Mi lugar en el mundo es Argentina”, suele repetir también. Tanto lo siente que su casco celeste y blanco es un emblema internacional. Cuando habla del país, su voz toma una intensidad diferente. “Me gusta representar a mi país. Me encantaría que las cosas mejoren. Como hay políticos malos, debe haber buenos también… A la gente no la veo bien. Están todos muy nerviosos. Hay falta de trabajo y se ha perdido el valor del dinero. No sé de quién es la culpa, pero el país se viene cayendo. Yo, sin saber nada, puedo decir que de estar muy mal, Néstor Kirchner nos levantó. Pero después caímos otra vez. Tenemos un país espectacular, hay que cuidarlo más entre todos.”
Cambiaso, ese que dice de sí mismo no saber nada, se convierte seguido en un embajador sin sede ni credenciales. “A todos los que juegan conmigo les digo que la Argentina es lo mejor. Y muchos me creen: Ali Albwardi [el multimillonario dubaití que lo contrata desde hace más de una década para jugar en Inglaterra], en uno de sus viajes para ver el Abierto de Palermo, compró el Four Seasons. Hay tantos países que se ven bien, pero no lo están, y nosotros tenemos todo, pero no estamos bien. Eso me da rabia.”
Pese a que se excusa (“Yo sé de polo, de caballos, no puedo hablar mucho de política”), pone su voto para el año próximo. “Macri me encanta. Lo veo capaz. Siempre dice eso de trabajar en grupo y eso es muy común en el deporte. Uno tiene que tomar la decisión, pero todos trabajar por y para esa decisión. La ciudad está mejor y más limpia. Pero, ojo, me parece que Scioli y Massa tienen cosas buenas también. Son jóvenes, con ganas. Scioli es del palo del deporte y Massa me dicen que hizo cosas bárbaras en Tigre. A cualquiera de los tres los bancaría a morir. Pero sin nada a cambio, no me interesa. Yo quiero que ande bien el país de una vez por todas.”
-¿Te involucrarías en la política? ¿Te gustaría ser algún día intendente de Cañuelas, por ejemplo?
No, no. Yo sólo sé de caballos? Si algún día me llama alguien de muy arriba, le diré que puedo aportar, pero desde el lado del deporte.
-Con el Olimpia ganaste mayor popularidad, justamente, en un deporte para el que siempre buscaste eso, popularidad. ¿Te obsesiona todavía?
A estas alturas ya no me obsesiona. Me molesta que no sea reconocida la gente que labura detrás de esto. Igual, un poco ha cambiado la forma de pensar y hoy, por ejemplo, les hacen notas a los petiseros. Esto no es sólo la reina entregando una copa.
-Francisco Dorignac [presidente de la Asociación Argentina de Polo] dice que el polo es una fábrica sin chimenea. ¿Coincidís?
¡Me jodés! En lo personal tengo una responsabilidad enorme por tanta gente y familias que están a mi cargo. Herreros, veterinarios, petiseros, ayudantes, proveedores de fardo, de avena, gente que trabaja en el campo, camioneros… El polo crece y atrás de uno hay muchísima gente.
Cambiaso ve más allá de la actividad en la que brilla, aunque en varios rubros baje demasiado el perfil. Tiene historias que lo marcaron y otras que pudieron haber alterado su destino.
-¿Qué lugar ocupa la religión en tu vida?
Soy católico, no practicante. No suelo rezar, pero este año tuve dos momentos difíciles con las muertes de Javier Novillo Astrada [por una enfermedad] y Carlos Gracida [por un accidente en un partido], que era muy allegado a mí. En casos así, la religión te ayuda a estar un poco mejor, a resguardarte. Y ahí te das cuenta de que los partidos son partidos y los problemas que uno cree que lo son, en realidad, no son problemas.
Y se rescata desde los recuerdos aquel viaje a Ameghino, con varios años menos, para jugar un torneo. Bajo la lluvia, el auto que manejaba salió despedido de la ruta y terminó dentro de una laguna. Estaba junto con Santiago Chavanne. El vehículo se hundía. “Todavía no sé cómo salimos. Santi estaba como entregado. Apreté un botón en la desesperación y se abrió el baúl. Salimos nadando por ahí. Zafamos de casualidad.” No hizo falta que lo dijera, lo sintió: tuvo un Dios aparte.
Puede sonar paradójico que justo él, campeón de todo en todos lados, minimice la importancia de un triunfo. Pero en sus palabras hay convicción. Cambiaso es firme en lo que dice, aunque a veces, con el paso del tiempo, revea su opinión. Igual, no lo clasifica como arrepentimiento, sino como aprendizaje. Enseñanzas que hoy, con la sabiduría de la experiencia, lo llevan a afirmar: “Es difícil ser Cambiaso”. La frase puede dividirse en dos partes: la deportiva y la social. La primera encuentra a un hombre con toda la presión sobre los hombros por ser, para muchos, el mejor de la historia de un deporte. La segunda, por no encajar en ese deporte. “Juancarlitos Harriott ganó 20 veces Palermo, sí. Pero yo gané todo afuera. Todo”, resalta.
Desde que era un pibe de 15 años, lleva más de dos décadas acumulando trofeos en Estados Unidos, Inglaterra, España y la Argentina. Una vigencia difícil de encontrar en otras disciplinas. Sin embargo, se lamenta: “No me siento del todo reconocido por mis pares”. Lee una sola clase de libros: sobre trayectorias. “La última fue Rafa”, comenta sobre la historia de Nadal. Le gusta aprender de otros número 1. “Hay que ser muy equilibrado. A veces tenés un año malo y sentís cosas feas. Y te critican mucho. Hay que estar bien de la cabeza para sobrellevar todo. El año pasado, Federer llegó a cuartos y semi en muchos torneos y, como no ganaba, lo criticaban. ¡A Federer! El flaco llegó tan alto que malacostumbró a todos. Eso te da rabia. No me comparo con él, pero sí tomo este concepto de mantenerse arriba.”
No es un hombre locuaz, al contrario. Adolfito siempre huyó de las entrevistas y se recluyó en su mundo, alejado de la exposición. Pero por estos días encontró en la felicidad el motivo ideal para soltarse. “Más contento no puedo estar”, afirma con la serenidad que no muestra en las canchas donde, a las puertas de los 40, que cumplirá el próximo 15 de abril, sigue cabalgando sobre un espíritu voraz, indomable. “Soy un agradecido de la vida. He tenido otros años espectaculares en mi carrera, pero nunca imaginé que podría lograr tanto a esta edad, con tantas lesiones”, confiesa.
Este año jugó 51 partidos y ganó 49, incluidos todos los de la Argentina. Dos días antes del comienzo del Abierto de Palermo, a mediados de noviembre, la paz reinaba en el atardecer de Cañuelas. Cambiaso recorría los establos de La Dolfina y miraba cada uno de sus caballos. Caminaba dificultosamente, con las piernas abiertas, con gestos de dolor, ese pasillo de unos 50 metros. “El ciático me está matando”, confesaba. Tres semanas después, tras llevar a La Dolfina a la final, se bajó del caballo llorando. Unos días antes, cuando todos dormían, había tenido que ir a una clínica. El dolor era insoportable. “Fue un año difícil, y mi familia me ayudó mucho. María fue fundamental? Esa madrugada me desmayaba de dolor. Y tener a un deportista en su casa sin saber si va a jugar uno de los partidos más importantes del año resulta insoportable. Sinceramente, no me aguantaba nadie.” Se toma una pausa en el relato, pero enseguida lo retoma y potencia. “Además, yo soy Cambiaso, y a mí me quieren ganar todos. Siempre. Es como cuando juegan contra River y Boca. Todos tienen una motivación extra. Y a mí no me gusta perder ni a la bolita.”
La mirada de padre se enfoca en sus hijos. Ellos sufren más que él en los partidos. “La mañana de la final de Palermo, Mía temblaba. Iba al baño cada cinco minutos. Le dije: «Gorda, tranqui, es un partido de polo, nada más». Pero eso te moviliza muchas cosas.” El del medio es su único hijo varón. Desde antes de nacer le dicen “Poroto”. “No llegaré a jugar Palermo con él, pero alguna copa menor seguro que sí. Me encantaría que siga esta carrera porque puedo darle una mano muy grande con caballos, patrones y contactos. En el mundo hay mucha gente que me quiere mucho. Igual, hay que ver con que se define. Es muy bueno en el estudio, no parece hijo mío, je.” Hijos que, como siempre hace hincapié, viajan con él y con María ocho meses al año a Estados Unidos, Inglaterra y España, junto con una profesora particular que les va enseñando el mismo programa que sus amigos cursan en el colegio en Cañuelas, para, entre septiembre y diciembre, revalidar los contenidos.
Cambiaso es presente. Y así habla. Pero sabe que el futuro, el retiro, está cerca. Ahí, a la vuelta del palenque. “Tengo tres o cuatro añitos más con La Dolfina. Tenemos equipo para seguir haciendo historia”, dice.
-¿Qué te falta?
Soy un agradecido por todo lo que tengo. Mi familia, hijos, mi mujer, que me haya elegido, y yo a ella. No puedo ser más feliz.
-¿Cómo pensás que serás recordado en el polo dentro de unos años, cuando ya no juegues?
Yo sé que dejé una marca. Lo sé.
LA NACION