Una visita al templo prohibido de los mormones en Ezeiza

Una visita al templo prohibido de los mormones en Ezeiza

Evangelina Himitian
Apenas uno menciona que visitará el templo mormón de Ezeiza, comienza a oír una catarata de mitos: que el ángel de oro macizo es un símbolo de la opulencia del templo, que en más de una ocasión quisieron robarlo con helicópteros o que las cúpulas puntiagudas son en realidad antenas de la CIA.
Nada de esto es real. El ángel es de fibra de vidrio y está laminado en oro. Y nunca quisieron robárselo. Sin embargo, éstos y otros mitos se han alimentado por años por el hecho de que desde su inauguración y consagración, en 1986, sólo han podido ingresar al predio miembros de la comunidad mormona, que son unos 400.000 en todo el país. Y no todos, sino sólo aquellos que superan una “entrevista de dignidad” con un obispo. Esto es, los que demuestran que viven de acuerdo con las creencias que profesan.
Hace tres años el templo se cerró para su remodelación y de alguna manera perdió su carácter sagrado. Debe volver a ser “dedicado a Dios”, con sus 4446 m2 nuevos. Esto abrió una “ventana” temporal para que los no mormones puedan ingresar. Desde hoy y hasta el sábado 25, a excepción de los domingos, habrá recorridos para quienes se acerquen al templo de la autopista Riccheri y Puente 13. Después de la consagración, el 9 de septiembre próximo, ya no podrá volver a visitarse.
Cuando uno ingresa, tiene la sensación de estar en una ordenada comunidad norteamericana. Allí todo es blanco y pulcro. El comité de bienvenida es un ejército de elders o ancianos de la iglesia de todo el continente, que enseguida explican que el templo es el lugar más sagrado que existe en la Tierra. En la recepción no se ofrece café ni té. “Es un mandamiento de la Iglesia que Dios reveló al profeta. Tampoco tomamos alcohol”, dice Jorge Zeballos, uno de los que integran el grupo de los 70, el tercer círculo de poder de esta iglesia a nivel mundial. “Sobre el mate no se dice nada, por eso tomamos. Si el profeta dice que no tenemos que comer chocolate, no comemos. Porque nosotros consideramos que la revelación actual que recibe el profeta Thomas S. Monzon [el número uno de la estructura de la Iglesia, con sede en Utah, Estados Unidos] tiene la misma vigencia que las enseñanzas bíblicas”, explica.
No se puede entrar en el templo con los propios zapatos. Pero allí nadie se los saca: en cambio, a los visitantes se les ofrecen unas cofias para que no pisen y contaminen el interior.
Apenas se ingresa, hay una serie de lockers con cambiadores. Los fieles deben sacarse la ropa y vestirse de pies a cabeza de blanco.
Cuando uno está afuera, se imagina que adentro hay una gran nave con muchas filas de asientos. Sin embargo, el salón más grande tiene capacidad sólo para 40 personas. Ocurre que el templo, a diferencia de otras religiones, no es el lugar al que se va a rezar o a aprender. Para eso están las 680 capillas que hay en el país. El templo es, en cambio, el lugar donde se realizan las “ordenanzas”, algo similar a lo que otras religiones llaman “los sacramentos”. Hay una sala para novias, una para bautismos, otra para celebrar matrimonios. Todas son pequeñas, un poco más grandes que una habitación.
El bautisterio es parte de la novedad. Una pequeña piscina se levanta sobre 12 bueyes de yeso hechos a tamaño real. Allí, los mormones se bautizan y prestan su cuerpo para que sus antepasados sean bautizados de parte de ellos. Zeballos aclara que los muertos tienen la potestad de aceptar o rechazar ese bautismo. No es muy claro al explicar precisamente cómo.
Por dentro, el templo es una sucesión de pequeñas salas y pasillos grises y dorados. Mucho mármol, muchos caireles y más pasillos que conducen a otros salones pequeños, siempre con cuadros con escenas bíblicas. Hay carteles que indican “salón de instrucciones” o “sala de sellamiento”. Este es el lugar en el que se celebran los matrimonios. Los invitados sólo pueden ser miembros de la comunidad. El matrimonio será para esta vida y para la futura. De hecho, si un hombre enviuda y vuelve a casarse, los mormones creen que en el más allá tendrá un “matrimonio plural”. Es decir, será polígamo. En cambio, las mujeres no pueden volver a casarse.
“El matrimonio plural fue creado por Dios, en la época de Abraham. Sin embargo, en 1890, el apóstol a cargo decidió discontinuar esa figura, por revelación divina. Es por eso que si algún miembro de nuestra iglesia practica la poligamia, lo excomulgamos”, detalla el elder Zeballos. Según aclara, sólo en Utah y en Africa hay grupos minoritarios que son polígamos.
A medida que nos acercamos al “salón celestial”, los pasillos son más amplios, los sillones más mullidos y los techos más altos. Este salón es el lugar más sagrado, más cercano a Dios. Allí sólo se puede entrar en silencio. Tiene una esponjosa alfombra blanca tan mullida que parece una nube. La iluminación es tan potente que, al entrar, obliga a achinar los ojos. Tiene forma triangular, varios sillones y dos floreros de cristal sobre los que flotan en el aire dos arreglos artificiales de rosas blancas. No hay cabos que las sostengan dentro de los jarrones.
Cuando termina el recorrido, los guías nos conducen al hotel mormón que hay en el predio. “Tiene una tarifa muy económica”, se explica. Allí sirven un cóctel de acuerdo con las creencias mormonas.
El elder Zeballos responde preguntas de un enjambre de periodistas sobre poligamia, homosexualidad, orgías y otros temas picantes. También sobre política y sobre la posibilidad de que Estados Unidos tenga un presidente mormón. Hay una pregunta que le hace LA NACION y que sistemáticamente elude. ¿Cuántos de los 400.000 mormones en el país están en condiciones de superar la entrevista de dignidad? “Realmente no sabría”, se excusa, antes de retirarse.
LA NACION

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