Sueño, luego triunfo

Sueño, luego triunfo

Por David Randall
Cuando una persona se acuesta para dormir de noche, el cerebro experimenta un proceso que es crucial para el aprendizaje, la memoria y la performance de maneras que los científicos sólo ahora están empezando a comprender. Y aunque los mecanismos neurobiológicos no están claros, los estudios sugieren que el tiempo destinado al reposo guarda una relación directa con la capacidad de resolver problemas y adquirir nuevas habilidades. ¿Cómo es que dormir nos ayuda a transformarnos en una versión más competente de nosotros mismos? Una parte de la respuesta es que el simple hecho de la falta crónica de sueño esencialmente nos hace sentir y actuar como si estuviéramos borrachos, y en el mundo occidental cada vez aumenta más la proporción de “borrachos”. “La necesidad de sueño en promedio para un adulto normal es de 8 horas, pero esa cifra se cayó desde la década del ’60 y mucha gente hoy duerme alrededor de seis horas”, sostiene Daniel Cardinali, jefe del laboratorio de Neurociencia Aplicada de la UCA. Los expertos atribuyen esta tendencia a la mayor “penetración” nocturna de la luz: el hábito creciente de quedarse viendo televisión o frente a la computadora en horarios que nuestros padres o abuelos usaban para apoyar la cabeza en la almohada inhibe, por ejemplo, la liberación de melatonina, una hormona natural que actúa como inductora natural del sueño.
Esa situación muy probablemente lo va a afectar incluso si piensa que puede funcionar bien tras una noche con escasas horas de sueño. Hay personas capaces de permanecer despiertos durante más tiempo, por supuesto, pero son relativamente pocos: en 2009, investigadores en la Universidad de California en San Francisco identificaron una mutación genética inusual que permitía a los miembros de una familia dormir menos de seis horas sin que eso tuviera ningún impacto negativo en sus habilidades o su salud. Algunos millonarios en Estados Unidos, como Lynn Tilton o Donald Trumps, se jactan de que duermen apenas unas pocas horas por noche, pero no hay ningún trabajo científico que sugiera un vínculo entre la riqueza y el menor tiempo dedicado al reposo. [Un periodista del Wall Street Journal bromeó al respecto: “Si la plata no duerme, por qué habrían de hacerlo ellos?”]. Un estudio en la revista Occupational and Environmental Medicine publicado en 2000 se aplica al resto de nosotros. Los investigadores reclutaron un grupo de sujetos que incluían empleados de una compañía de transporte y miembros del Ejército de Estados Unidos. Luego, cada persona fue examinada en su habilidad para manejar en una ruta simulada. Cuando las personas hicieron esa prueba sin dormir, su tiempo de reacción disminuyó, su capacidad de recordar se embotó y su sentido del tiempo se tornó brumoso. Pronto, se hizo claro que aquellos que habían permanecido despiertos durante más de 17 horas estaban en peor forma que quienes tenían una alcoholemia de 0,5 gramos por litro de sangre, el límite legal para conducir autos en Argentina.
Pero los beneficios de un buen descanso no se limitan a un tiempo más lento de reacción. Dormir también aparenta aumentar la habilidad del cerebro para lidiar con desafíos mentales rigurosos. Esto se aplica incluso a las siestas. Investigadores en la City University de Nueva York, por ejemplo, dieron a voluntarios de experimentación un par de objetos y les dijeron que los iban a evaluar en función de su habilidad de recordarlos más tarde. Los dividieron en dos grupos: a uno le dieron una pausa de 90 minutos para tomarse una siesta, mientras que el otro pasó ese tiempo mirando una película. Luego, todos volvieron a la sala de experimentación donde, creían, tenían que realizar un simple ejercicio de memoria. Pero, en cambio, los científicos les pidieron que describieran las relaciones entre los objetos que formaban cada par, en lugar de simplemente recordarlos.
Pues bien: el tiempo que había dormido cada participante determinó cuan bien él o ella respondió a ese desafío. Los sujetos que habían alcanzado estadios más profundos de sueño demostraron un mejor control del pensamiento flexible, una habilidad cognitiva vital que nos permite aplicar hechos y datos viejos a situaciones novedosas. Dormir funcionó como la elongación de los músculos antes del ejercicio: incrementó la capacidad del cerebro para adaptarse a las nuevas exigencias y propició que alcanzara una nueva perspectiva del problema. Los participantes “descansados” también pudieron encontrar más rápido que sus pares la salida de laberintos, fueron capaces de manejar mejor las emociones frente a imágenes perturbadoras y lograron recordar una lista más larga de palabras. El problema también afecta a los atletas, en los cuales cualquier mínimo cambio en la aptitud física puede representar la diferencia entre ganar y perder. Los preparadores físicos y otros expertos ahora se están volcando al manejo del sueño como una de las últimas variables sin explotar en el deporte.
Algunos entrenadores de las Ligas Mayores de Béisbol, por ejemplo, instituyeron que los jugadores deben irse del estadio temprano para dormir la siesta antes de los partidos, con la esperanza de que esa cuota extra de reposo se traduzca en un mejor rendimiento del equipo en el campo. Mientras tanto, los pilotos de líneas aéreas, soldados, conductores de camión de larga distancia y otras personas que realizan trabajos peligrosos tienen mayor probabilidad de recibir la orden de reforzar las horas de sueño antes de entrar en servicio. Una investigación reciente sobre jugadores de básquet universitario, publicado en la revista “Sleep”, confirmó que quienes adoptaron un régimen de sueño nocturno más prolongado (como mínimo, 10 horas en la cama) lograron fatigarse menos durante el juego y aumentaron un 9 por ciento la precisión de sus tiros al aro, ¡Y se sabe lo que significa un doble más o menos en el resultado de un partido de basquet! Cuando Roger Federer fue papá de mellizas en 2010 y reconoció que ya no podía dormir siempre ocho horas como deseaba, no faltó quien atribuyera cierto declive en su desempeño a ese factor. El buen descanso también parece ser un requerimiento particularmente eficaz con los “pitchers” o lanzadores de la bola en el béisbol, para quienes la condición atlética representa sólo la mitad de la batalla. La otra mitad es escrutar las características del oponente: cómo tiende a proyectar la pelota cuando batea o con qué frecuencia acierta el golpe tras el primer lanzamiento. Un pitcher que no durmió lo suficiente ya perdió la batalla de la memoria que disputa cada vez que se para en el montículo del campo de juego.
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