Confesiones de un hombre serio

Confesiones de un hombre serio

Por Juan Cruz Ruiz
Es tan serio Jorge Semprún que cuando lanza una carcajada te dan ganas de agradecérselo. Hace casi un año fuimos a hablar con él de Europa, un asunto que le resulta capital, en su apartamento de dos pisos, cerca de la torre Eiffel. En un momento determinado se dispuso a salir para almorzar y fue a su cuarto a ponerse una chaqueta; cuando volvió, se inclinó sobre la silla más vieja de su sala de estar y de su mirada se desprendió una señal de insoportable dolor. “No puedo”. No hacía falta que lo dijera. Aquel hombre elegante y fuerte que burló a la policía de Franco cuando él era Federico Sánchez, comunista clandestino en Madrid, está ahora azotado por una osamenta que denuncia la edad, 87 años recién cumplidos, y que certifica el resultado de todas sus correrías, que comenzaron cuando era un chiquillo preso y torturado por los nazis en Francia. Luego vendría el campo de concentración en Buchenwald.
Ahora, los huesos son parte de las pesadillas. Esta vez, lo hemos venido a ver porque acaba de salir un libro ( Lealtad y traición. Jorge Semprún y su siglo , de Franziska Augstein, Tusquets) que escudriña en zonas a veces abiertas y a veces oscuras de su biografía. ¿Qué no ha contado nunca Semprún? “Cosas privadas que jamás contaré.”
Entre los objetos que nos rodean, está aquella silla en la que Semprún descansó de su dolor hace un año; ahora, ya la mueca va con él; quisieron operarlo, pero no fue posible. El dolor está, pero Semprún es también privado en eso. ¿De qué vamos a hablar? Directo, al grano. El fue preso, clandestino, dirigente comunista, e incluso ministro socialista de España: está acostumbrado a no perder el tiempo. Hablemos de memoria, pues. Usted, le digo, ha escrito muchísima memoria, de la Guerra Mundial, de la resistencia, ha hecho cine. ¿Cómo se puede escribir memoria siendo tan reservado?
Es una contradicción aparente, me dice. “Si te fijas, mis memorias son un poco victorianas. No hay nada íntimo. Son tan poco íntimas que no hablo jamás de Colette [su esposa, recientemente fallecida], y he pasado 55 años con ella de compañerismo y matrimonio. La mayor parte de mi vida. Y jamás he dicho nada de ella.”
Esa reserva es una manera de ser que proviene de la infancia. “He sido muy tímido, hasta una edad muy avanzada. ¡Y ahora cumplo 87 años, el mismo día que le dan el Nobel a Vargas Llosa! ¡No sabes cómo me alegro de ese premio!”
Ochenta y siete años y una biografía de más de 400 páginas sobre la mesa, y muchos libros suyos (memoria, persecución y clandestinidad) en las estanterías. A él, este libro le ha resultado extraño. Sabe que nada de lo que hay en él es falso. Pero tiene esta sensación: “Aunque todo es verdad, no siempre me identifico; siento que yo lo hubiera contado de otro modo”.
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