30 Oct Por una ética de lo sensible
La ternura es una forma de lucidez. No nace de la razón, sino del contacto.
Percibe lo que la mente calcula pero no comprende: la fragilidad de lo vivo.
Ser tierno no es ser ingenuo, sino sabio. Quien es tierno ha visto el daño, lo ha sentido, y elige no replicarlo. Esa decisión —aparentemente leve— es una de las más radicales que puede tomar un ser humano. En tiempos de defensas, cuidar sin endurecerse es una forma de resistencia.
Hannah Arendt escribió que el mal se expande cuando los hombres dejan de pensar. Pero también —podríamos añadir— cuando dejan de sentir. Porque sin sensibilidad, el pensamiento se vuelve cálculo, y la ética, una abstracción sin rostro. La ternura, en cambio, devuelve la ética al cuerpo: piensa con la piel, con la mirada, con el gesto que sostiene.
Lévinas lo llamó “la llamada del rostro del otro”: ese instante en que alguien nos mira y nos recuerda que su existencia nos concierne. La ternura ocurre ahí, en esa vulnerabilidad compartida donde ya no hay jerarquía, solo humanidad.
Byung-Chul Han describe nuestro tiempo como una “sociedad del cansancio”: hiperproductiva, pero afectivamente erosionada. Frente a ese modelo, la ternura es un acto político: rehumanizar los vínculos, devolver tiempo al encuentro, mirar sin prisa. Cuidar, aunque nada se gane con ello.
Spinoza intuía que comprender es una forma de amar. La ternura, en ese sentido, es una inteligencia afectiva que une ambas potencias: conocer y cuidar. No se trata de sentir más, sino de sentir mejor —con atención, con dignidad, con responsabilidad—.
Rilke escribió que “la verdadera ternura es algo muy fuerte”. Su fuerza no está en el impacto, sino en la persistencia: en seguir mirando con amabilidad cuando el mundo se vuelve cínico.
La ternura no es debilidad: es lucidez del alma. Una ética que no separa la razón del temblor, el pensamiento de la compasión.
Quizás la madurez consista en eso: en aprender a cuidar sin endurecerse, en sostener la humanidad del otro sin perder la propia.
Una ética de lo sensible: inteligencia del alma, coraje de la piel.