06 Oct Carlos Felice: “Los festivales hoy legitiman su tiempo, no las obras”
Premios que coronan síntomas, no obras
Hay algo que se repite en las últimas temporadas de premios: las películas coronadas no siempre son las más logradas estéticamente, sino las más funcionales al clima cultural del presente. Cannes, los Oscar, los festivales: todos parecen ansiosos por demostrar sensibilidad hacia las causas de época. En lugar de elevar el arte, se han vuelto administradores de legitimidad.
Pierre Bourdieu nos enseñó que el arte se juega en un campo de fuerzas donde se disputa capital simbólico. No triunfa lo más arriesgado ni lo más bello, sino lo que mejor encarna la narrativa que la institución quiere contar de sí misma. Anora fue el caso más reciente, pero no el único: los últimos premios muestran un patrón donde lo decisivo no es la obra, sino el gesto político-cultural que representa.
Así, el jurado ya no consagra obras, consagra síntomas. Da igual si el guion flojea, si la puesta es convencional o si la película no resiste el paso del tiempo. Lo importante es que su triunfo envíe el mensaje correcto: inclusión, diversidad, denuncia, marginalidad convertida en postal. No es arte, es oportunismo vestido de arte.
El problema es que lo oportuno envejece rápido. Lo que hoy parece audaz mañana se revela como cálculo. En cambio, lo artístico de verdad resiste porque no depende de la agenda: conmueve en su forma, no en su corrección.
Por eso conviene leer cada temporada de galardones con desconfianza: los premios nos dicen mucho sobre la sociedad que los otorga, y muy poco sobre la obra premiada. Hoy, más que coronar películas, Cannes y los Oscar legitiman su propia necesidad de mostrarse contemporáneos.
Quizá ahí esté la clave: los premios pertenecen al presente, pero el arte pertenece a la memoria. Lo que quedará de estas películas no será la estatuilla, sino la incómoda pregunta: ¿eran realmente grandes, o eran simplemente oportunas?
Carlos Felice