Semana Santa: el coraje de volver a creer

Semana Santa: el coraje de volver a creer

Cada año, la Semana Santa irrumpe en medio de nuestras rutinas con una fuerza callada. No se impone desde lo espectacular ni desde lo inmediato; se presenta como un tiempo que nos invita a detenernos y mirar más hondo. Más allá de lo religioso o lo litúrgico, hay algo en este relato antiguo —el de la pasión, muerte y resurrección de Jesús— que sigue hablando al corazón humano con una verdad que no ha perdido su filo.

Porque lo que se recuerda en estos días no es una leyenda ni un dogma para iniciados. Es una historia que nos toca a todos: la historia de alguien que eligió amar incluso cuando todo le fue quitado, que no respondió al odio con odio, que no renunció a su verdad aunque le costara la vida. Y que, contra toda lógica, no terminó en el fracaso.

La cruz —ese símbolo tantas veces convertido en adorno o costumbre— es el lugar donde se enfrentan dos fuerzas: la del miedo que paraliza y la del amor que persiste. No es una glorificación del sufrimiento. Es una denuncia del absurdo de un mundo que castiga la bondad, pero también es un testimonio de la fuerza que tiene la fidelidad al bien, incluso cuando parece inútil. Y eso, en este tiempo de desencanto generalizado, no es poco.

Pero lo verdaderamente revolucionario no es que alguien haya muerto por sus convicciones. Eso ha ocurrido muchas veces en la historia. Lo que cambia todo es la promesa de que esa muerte no fue el final. La resurrección no es un truco ni un escape. Es el anuncio de que hay una dimensión de la vida que no puede ser destruida. Es el coraje de volver a creer, de volver a levantarse, de volver a apostar por el bien cuando todo nos empuja al cinismo o a la indiferencia.

La Semana Santa, así entendida, no pertenece solo a los creyentes. Es un mensaje universal: hay algo en nosotros que resiste la oscuridad. Hay algo que no se rinde. Y en tiempos donde tanto se derrumba —confianzas, proyectos, vínculos—, necesitamos volver a escuchar que lo esencial no muere. Que se puede vivir de otro modo. Que no todo está perdido.

Quizás eso sea lo más valioso que esta semana nos recuerda: que aún en medio de nuestras pequeñas o grandes cruces, podemos elegir no hundirnos en el resentimiento, no claudicar ante la desesperanza, no cerrar el corazón. Que siempre es posible empezar de nuevo. Y que, a veces, lo más sagrado no está en los templos ni en los libros, sino en esa capacidad humana de seguir amando, aun cuando duela.

Semana Santa no es una tradición más. Es una invitación. A detenernos. A recordar lo esencial. A volver a creer que lo bueno, lo justo, lo verdadero… puede renacer.