Antes, la celebridad era mito; hoy, es algoritmo

Antes, la celebridad era mito; hoy, es algoritmo

Ser celebridad nunca ha sido un hecho natural, sino una construcción social. Sin embargo, la forma en que esa construcción se percibe cambió radicalmente. Hubo un tiempo en que la celebridad se vivía como mito: figuras lejanas, rodeadas de aura, cuya fama parecía reservada a destinos excepcionales. Hoy, en cambio, la celebridad se administra como algoritmo: una secuencia calculada de visibilidad, capaz de multiplicarse y desaparecer con la misma velocidad.

De la distancia al acceso

En la primera mitad del siglo XX, la celebridad estaba envuelta en un espesor casi sagrado. El cine, la radio o la música popular generaban estrellas que encarnaban lo inalcanzable. Su prestigio no dependía únicamente de lo que hacían, sino de la distancia que los separaba del público. Ser célebre equivalía a ser un mito moderno, una versión secularizada del héroe.

La contemporaneidad disolvió esa distancia. Las redes sociales y la multiplicación de plataformas trasladaron la celebridad al terreno de la inmediatez y de la proximidad. Hoy, la figura célebre se expone en la cotidianeidad de sus gestos, sus consumos o sus rutinas. Lo que antes se construía sobre la lejanía se afirma ahora en la ilusión de acceso permanente.

Espectáculo, atribución y capital

Guy Debord anticipó esta deriva en La sociedad del espectáculo. Allí, la celebridad aparece como “embajadora del espectáculo”, una figura que vive una vida delegada que otros consumen como sustituto de la propia. Si antes esa función estaba reservada a unos pocos elegidos, hoy la expansión de los medios ha multiplicado la producción de embajadores, trivializando su singularidad.

Chris Rojek precisó este tránsito con su tipología: fama heredada (ascribed), conquistada (achieved) o atribuida (attributed). El predominio contemporáneo de esta última categoría revela un cambio de percepción: la celebridad ya no se justifica en méritos ni linajes, sino en la pura circulación de su imagen. Ser célebre equivale a aparecer, a ser nombrado, sin que ello implique una hazaña o talento verificable.

Graeme Turner da un paso más y plantea que la celebridad es hoy un régimen industrializado. No surge, se fabrica. No se conquista, se gestiona. La clave de la percepción actual reside en este pasaje: de la celebridad como fenómeno cultural escaso a la celebridad como engranaje masivo de la economía de la atención. En esa transformación, la fama deja de ser un accidente de lo extraordinario para volverse un recurso planificado y administrado como capital simbólico.

El presente de la celebridad

La diferencia, entonces, es doble. Antes, la celebridad era mito: su fuerza residía en el aura y en la distancia. Hoy, es algoritmo: su poder depende de la circulación y de la métrica. Lo que se pierde en ese pasaje no es solo el brillo de lo excepcional, sino también la estabilidad del reconocimiento social. La fama ya no representa una forma de trascendencia, sino una forma de consumo.

En suma, ser celebridad hoy equivale a portar una identidad pública que ya no pertenece del todo a quien la encarna, sino a la maquinaria que la sostiene. Una vida atrapada en la lógica de la visibilidad, donde lo decisivo no es lo que se es, sino lo que puede ser consumido de uno.

 

Carlos Felice