Envejecer con éxito

Envejecer con éxito

Por Luciano Sposato
La vida humana no muestra señales de acercarse a un límite fijo impuesto por la biología u otros factores. Con unos 7 mil millones de habitantes, la población mundial ya es récord, y esto se debe principalmente al aumento de la esperanza de vida al nacer, es decir, la estimación al momento de nacer sobre cuántos años viviremos.
Según datos demográficos actuales, esa esperanza de vida casi se ha triplicado a lo largo de la historia de la humanidad. Más aún: en los últimos 200 años, en menos de 10 generaciones, se duplicó.
El camino inicial hacia esa prolongación ha sido marcado por una mejora general en el nivel de vida, y por los esfuerzos organizados para controlar la propagación de enfermedades infecciosas, además de una reducción en la mortalidad infantil a fines del siglo XIX y durante el siglo XX.
Desde 1970, y a diferencia de épocas previas, el principal motivo del aumento de la expectativa de vida fue la reducción en las tasas de mortalidad en la población anciana. En particular, la contracción de la mortalidad asociada con enfermedades cardiovasculares, accidente cerebrovascular o ACV y cáncer.
Según investigadores del Departamento de Demografía de la Universidad de California, la complejidad y la estabilidad histórica de la tendencia constante al aumento del promedio de vida sugieren que, a mediados del siglo XXI, la esperanza de vida al nacer en los países industrializados será de unos 85-87 años. Si bien la edad promedio de la población mundial se ha ido extendiendo con el tiempo, el límite máximo de años vividos no ha podido superarse desde que, en 1997, Jeanne Louise Calment falleció a los 122 años, en Arles, Francia. A pesar de este hecho irrefutable, gracias a los avances en los campos de la biología molecular y la genética es posible que quienes hoy leen estas palabras estén viviendo el umbral histórico en el que se desentrañarán los mecanismos fundamentales del proceso de envejecimiento. Tal vez, en un futuro no muy lejano sus hijos o sus nietos puedan ser pasibles de intervenciones que prolonguen sus vidas hasta límites nunca alcanzados.
Todos envejecemos desde el momento mismo en que nacemos. En el siglo I, Galeno introdujo el concepto de que el envejecimiento es una pérdida de productividad, que se describe como el agotamiento de los humores fundamentales de la sangre y otros fluidos corporales. Teorizó que no se trataba de una enfermedad, sino de un proceso que se desarrolla progresivamente desde el nacimiento.
Sin embargo, hoy sabemos que el envejecimiento es un continuo proceso de crecimiento y desarrollo humano, lleno de potencial, y altamente modificable por una combinación de responsabilidad personal y cuidados médicos adecuados. No todos envejecemos de la misma forma. Así como cada vida es única, cada persona que llega a la ancianidad lo hace a su manera, con sus rasgos particulares. Son estas características únicas las que definen la calidad de vida de un individuo durante sus últimas décadas de vida. Se conoce como envejecimiento saludable al estado ideal en el que llegamos a esta etapa, viviéndola con el máximo grado de bienestar posible. Este concepto ha despertado gran interés científico en los últimos 50 años. Sin embargo, llamativamente recién a mediados de la década del 70 comenzó a tomar fuerza la idea de que es útil para la sociedad preservar la salud de las personas mayores con buena calidad de vida. De hecho, en los últimos 10 años el envejecimiento saludable se ha convertido en el objetivo hacia donde apuntan la mayoría de los esfuerzos por prevenir, tratar y rehabilitar todo tipo de enfermedades, principalmente las neurológicas y psiquiátricas.
LA NACION