El aliento de vida

El aliento de vida

Por Mario Aguinis
Provoca encendidas reacciones el fallo de la Corte Suprema que exime de culpa a la adolescente de 15 años que se sometió a un aborto para terminar con las horribles consecuencias que provocaba la violación de su padrastro. En efecto, esa madre no sería una madre normal y feliz, ese niño no será una persona equilibrada, esa familia deberá soportar el eterno yugo de la abominación cometida por un hombre.
Pero contra este aborto se erige el dogma de la más importante vertiente del cristianismo, que es la Iglesia Católica. Las demás denominaciones cristianas tienen al respecto ciertas diferencias y lo mismo ocurre con el judaísmo y el Islam.
Mis lectores saben de la simpatía que me une a los católicos, en especial desde mi novela La cruz invertida , que fue objeto de antojadizas interpretaciones. Esa simpatía la adquirí durante mis estudios de posgrado en neurocirugía en la cuidad de Friburgo, Alemania. Allí concurría a un restaurante para estudiantes llamado Albertus Burse, en homenaje a San Alberto Magno, un filósofo medieval de esa zona. Lo atendían monjas simpáticas y concurrían muchos sacerdotes. En las comidas rociadas con el exquisito vino del Rhin me informaron sobre los preparativos del Concilio Ecuménico II, de cuyos documentos muchos eran los principales autores. Mi entusiasmo no tuvo límites cuando me invitaron a ceremonias ecuménicas con protestantes, griegos ortodoxos y judíos, cosa imposible de imaginar en la Argentina de entonces. Uno de esos sacerdotes se llamaba Joseph Ratzinger, inclinado hacia el ala más progresista de la Iglesia, de la cual se fue alejando con el andar del tiempo.
Tuve, además, el privilegio de conversar con el papa Juan XXIII en Castelgandolfo, cuando me incorporaron a la delegación que fue a visitarlo con motivo de un congreso mundial de neurología. Me estremecieron su informalidad y calidez. Poco antes había recibido a una delegación judía, ante la que se presentó con los brazos abiertos recreando un pasaje de la Biblia, porque les dijo: “Soy José, vuestro hermano”. También había desafiado al canciller nazi Von Ribbentrop, cuando era delegado apostólico en Estambul, y por entonces agotó su presupuesto para pagar barcos que salvasen judíos búlgaros llevándolos a Tierra Santa.
En la Biblia, el primer hombre, Adán, adquirió vida cuando Dios le insufló su espíritu, ?es decir, el aliento o soplo
La revolución del Concilio dio un impulso maravilloso a la Iglesia, en gran parte continuada por Juan Pablo II. Han quedado en la historia las sanguinarias cruzadas, la delirante Inquisición y un absurdo antisemitismo. Por lo menos en la mayoría de la grey y el sacerdocio. Ahora la Iglesia Católica tiene un papel descollante para esta época de desorientación y anomia. Sus acciones positivas son visibles y aplaudidas: defensa de la libertad de conciencia, respeto a cultos diversos, intensa acción solidaria con los desposeídos, continuos llamados a la paz, prudente lucha contra los agravios a la democracia.
Pero generan una deserción de fieles las imposiciones que no derivan de la Biblia, y ni siquiera de las enseñanzas que Jesús impartió en los cuatro Evangelios: el aborto, los medios contraceptivos y la igualdad de género.
Ya no es aceptable que las mujeres no puedan acceder al obispado. Ya no es aceptable que en zonas muertas de hambre se mire hacia otra parte mientras explota una demografía infernal. Ya no es aceptable que se atente contra la libertad de abortar un hijo no querido con el argumento de que se asesina una vida inocente. Si la madre y el médico son asesinos por terminar con un embarazo no querido, ¿quién es el asesino de los abortos espontáneos? ¿Dios? ¿Por qué esa “vida inocente” en el vientre materno no es protegida por el Señor Omnipotente? ¿Tocamos el absurdo?
Pero quiero referirme ahora al basamento teológico. Nada mejor que la Biblia, libro sagrado de católicos, protestantes y judíos (y, en alguna medida, de los musulmanes). El primer hombre se llamó Adán, proveniente de la palabra hebrea adam . La versión más difundida es que fue modelado con tierra ( adamá , en hebreo) por las escultóricas manos del Creador. Lo hizo completo, con vísceras y pestañas, con labios y uñas. Era un feto grande. Una “vida inocente”, como se dice en la actualidad. Pero no tenía vida. No la tenía y no la tendría si Dios no le insuflaba su espíritu, que vendría a ser el oxígeno que le permitiría respirar. Sin oxígeno (que en la antigüedad no se conocía y se llamó aliento o soplo o espíritu) no habría existido el primer hombre. Los sucesivos nacimientos siguieron ese modelo: una previa confaiguración, que adquiría vida autónoma al inhalar el oxígeno.
Para el judaísmo el aborto no se cuestiona hasta el tercer mes, porque la medicina que viene practicando con tenacidad desde los tiempos antiguos demostraba que era menos riesgoso para la madre (cuya vida debía preservarse en primer lugar, porque era una vida irrefutable) y porque el feto no se había desarrollado en plenitud.
Volviendo al texto bíblico, la teología se complica al advertir que coexisten varias versiones, a menudo contradictorias. En el primer relato de la creación, Adán es un singular colectivo que se refiere al linaje humano, sostenido por los plurales “dominen”, “sojuzguen” y “multiplíquense”, así como la especificación “los creó macho y hembra”. Lo cual afirma la igual jerarquía del género. Esto dio origen a especulaciones medievales, tanto cristianas como judías, de que el primer hombre fue andrógino, es decir, provisto de dos cuerpos con cabezas en dirección opuesta. La formación del hombre y la mujer se había hecho dividiendo ese andrógino en dos. En el libro de Jeremías hay referencias a esta grotesca idea, proveniente de la India, Persia y Fenicia. Esta versión hasta llamó la atención de san Agustín, que se tomó el trabajo de refutarla.
El segundo relato del Génesis es el más conocido, antropomórfico y seductor: “Formó Dios al hombre (Adán) del polvo del suelo ( adamá ) e, insuflando en sus narices aliento vital, quedó constituido el hombre como ser vivo”. Me excedería de los límites que impone esta página de opinión y provocaría bostezos si enumerase la cantidad de libros apócrifos que se inspiraron en este corto versículo.
Otro asunto es que Eva provenga de una costilla. Fue considerada con razón una prueba de igualdad. Si Dios la sacaba del cerebro de Adán sería superior y si de las piernas, sería inferior. Esta equivalencia se opone a la discriminación sistemática que la mujer viene sufriendo desde que hay historia. No deja de ser un dato escalofriante que persista en muchos países de Asia y Africa, sin excluir los abusos cometidos en el resto del orbe.
Deseo cerrar la nota llamando la atención sobre palabras que se refieren al hecho que acabo de mencionar. Dios insufló “en sus narices el aliento vital y quedó constituido el hombre como ser vivo”. Se refiere a las narices, no al embrión. Se refiere al aliento vital, que no puede ser sino el oxígeno. Recién entonces se constituye el hombre como ser vivo, según marcan las Escrituras. No cuando era un simple embrión.
Es un tema para el debate tranquilo, no para los anatemas. Desde la Reforma se han sucedido anatemas que sólo produjeron odio y oscuridad. El concurso de la ciencia, de la psicología, de la sociología y demás disciplinas que enriquecen el pensamiento hace más fácil avanzar hacia un consenso que mantenga a la religión -y a la Iglesia Católica en especial- en una postura acorde con las necesidades de la actualidad, sin renunciar a sus valores.
LA NACION